ROMANCE ALOCADO romance Capítulo 92

No sabía cuánto tiempo llevaba caminando, pero cuando Catalina se desperté había oscurecido. Sus ojos estaban casi cerrados y Emanuel seguía llevándola.

—Cariño, tengo las piernas entumecidas. No las siento.

—Estás gritando, mientras el hombre que te lleva no ha dicho ni una palabra.

Emanuel le dio un suave apretón en el culo.

—Uf, hace cosquillas.¡Para! —abrazando más fuerte el cuello de Emanuel, preguntó— ¿Qué hora es?

—Son casi las tres, ¿Tienes frío? —Emanuel miró el sol que colgaba sobre la ladera de la montaña en el oeste.

—Bueno, ¿dónde estamos?

Al abrir los ojos, Catalina se dio cuenta de que ya no había una extensión interminable de nieve a su alrededor, no muy lejos de donde estaban las luces parecía haber un pueblo.

—¿Pensé que el camino estaba bloqueado para salir?

—El coche no, pero tomé el camino lateral.

—Vale. ¿Cuánto tiempo hemos estado caminando entonces?

—Yo, caminé durante dos horas.

—Bueno, has estado caminando tanto tiempo que me he quedado dormida.

Las dos hileras de tiendas de la calle estaban iluminadas y los arcos tenían pancartas de nochevieja. Es casi el final del año y el festival se celebra aquí. Hasta donde alcanzaba la vista, la calle de 100 metros estaba iluminada como si fuera de día, con multitudes que iban y venían.

—Bájame. Ouch, me duele.

En su espalda durante tiempos, se le entumecieron las piernas, y al saltar de golpe se le agitaron los nervios de las plantas de los pies. Ella tropezó y cayó hacia delante, y por suerte Emanuel se apresuró a cogerla.

—Ten cuidado

En la tienda de al lado, el vapor surgió desde la cocina. Una mujer de unos cuarenta o cincuenta años trabajaba fuera, vestida con una gruesa chaqueta de algodón, las dos mejillas rojas y congeladas, las manos congeladas e hinchadas.

Su marido, el dueño de la tienda, estaba dentro haciendo pasteles. La pareja trabajaba junta para llevar la pequeña tienda.

—Dos pastel, por favor.

—Un momento.

Catalina, de la mano de Emanuel, miraba a la pareja y dijo con repentina emoción:

—Como ellos, aunque no son ricos ni famosos, son felices de estar juntos en las buenas y en las malas, y de vivir toda su vida juntos así.

En ese momento, el jefe salió con la comida, y de paso, también le entregó un par de guantes a su esposa:

—Te he dicho que te pusieras los guantes, mira cómo se te congelan las manos. Dos pasteles, cinco dólares en total.

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