POV: Ashley.
Salgo de la oficina con un genio de mil demonios. Necesité de toda mi fuerza de voluntad para no darle a William una mala contesta, pero sucede que soy una profesional y puedo comportarme como tal. En otro lugar, hubiera sido igual o peor; así que no lo pienso mucho y voy al departamento de economía. Necesito bajar dos pisos, así que voy al ascensor.
Busco al señor Lewis, el gerente principal y le informo de la petición del jefe, le doy el ultimátum y él me asegura que todo estará bien, que no le será difícil obtener los datos y que posiblemente, se los deje hoy mismo, antes de que termine la jornada.
Suspiro, un poco aliviada por eso, cuando voy de regreso. Tenía la preocupación de que el señor Lewis fuera un moroso y que eso me trajera complicaciones. Yo entiendo la posición de William y su actitud, lo que no le perdono es que haya asumido algo sin saber los motivos. Mi razonamiento funcionó de una manera, que al parecer no va acorde con el suyo; pero bueno, ya lo sé para próximos pedidos.
Voy metida en mis pensamientos, tanto, que al salir del ascensor no me doy cuenta que Olivia Becker pretende entrar y casi chocamos.
—Ah, lo siento.
—No se preocupe, señorita —dice ella, con voz agradable. La miro y frunzo el ceño—, yo también iba un poco entretenida. Nos vemos en próximas visitas. Tengo un vuelo que tomar.
Solo me da tiempo a asentir cuando las puertas del ascensor se cierran. Extrañada y pensativa, voy hasta mi escritorio.
—Ashley, ven a mi oficina —llama William, cuando no he puesto del todo mi trasero sobre la silla.
Ruedo los ojos y voy a su encuentro. Abro la puerta de su oficina y paso. Lo veo sentado en su sillón, de espaldas a mí. Carraspeo, para llamar su atención.
—Diga usted, señor O' Sullivan.
Él se gira con rapidez, sus ojos brillan con confusión, pero yo me mantengo en mi posición y con una expresión seria.
—Ashley, necesito que contactes a mis hermanos, cualquiera de los dos. Coordina con ellos un encuentro, lo mismo aquí que en mi casa —comienza, luego de darse cuenta que no abriré la boca para nada—. Diles que necesito tratar un tema de negocios bien importante, una propuesta de inversión con capital extranjero.
Asiento y anoto en la pequeña libreta lo que debo hacer. No dice nada más, así que, levanto mi cabeza y me quedo a la espera.
—¿Algo más? —pregunto, cuando pasan los segundos y él, solo me mira.
Vuelve a sorprenderse, me doy cuenta de eso. De verdad espero que él sepa porqué estoy actuando así. Si él quiere una relación solo profesional, eso tendrá.
Niega con la cabeza y entonces, yo asiento.
—Me retiro, para hacer mi trabajo. No quiero perder tiempo.
Doy media vuelta y salgo, sin esperar su permiso. Cierro la puerta con un poco más de fuerza y me siento frente a la computadora. Me pongo a buscar en la lista de contactos y cuando los encuentro, hago las llamadas. Los gemelos demoran en contestar, pero al final lo hacen y puedo planificar todo. Deciden hacerle una visita a William en su casa, así que anoto el dato y espero a que pase un poco más de tiempo para informarle a mi jefe.
—Ashley —mencionan mi nombre y yo alzo la vista, en busca del portador de esa voz.
El señor Lewis viene a mi encuentro con una carpeta en la mano. Me sonríe agradable y cuando llega a mi lado, me la entrega.
—Aquí tienes, está todo lo que el jefe pidió —asegura.
—Mil gracias, ahora mismo se lo llevo —agradezco y suspiro, aún más aliviada.
El señor Lewis se despide con un gesto de su mano y regresa a su lugar.
Miro la hora y son cerca de las tres. Me levanto para ir al baño y llevo mi teléfono para llamar a mi madre. Le dejé dicho a mi hermano que si hacía falta mi presencia que me llamaran de inmediato; pero al parecer todo ha ido bien, porque no he recibido ni un mensaje.
De regreso, me sorprende ver a William semisentado sobre mi escritorio. Frunzo el ceño y aflojo el paso. Él, al sentir mi taconeo, levanta la mirada y cruza sus ojos con los míos.
No se quedan mucho tiempo ahí, vagan por mi cuerpo con demasiada lentitud, por cada centímetro. Su camino invisible va formando un cinturón de fuego imposible de evitar. Casi que ruedo los ojos conmigo misma por ser tan floja.
Sigo caminando y al parecer, el ruido de mis tacones lo trae a la realidad. Vuelve a cruzar sus ojos con los míos y sonríe. El muy descarado, sonríe.
—¿Pudiste ponerte en contacto con mis hermanos? —pregunta, cuando llego a su lado.
Me quedo parada en el lugar porque su posición entorpece la entrada a mi escritorio y no pretendo rozarme demasiado contra él.
—Sí, quedaron de ir a su casa, hoy. De todas maneras, ellos lo llamarán y así planifican todo con usted.
No lo miro mientras hablo, me entretengo organizando algunas carpetas que tengo sobre la mesa.
—¿Usted? —replica, con confusión—. Ashley, ¿sucede algo?
Yo suelto una risa, una risa sarcástica podría catalogarse. Lo miro luego, mortalmente seria.
—Yo espero de verdad, que no me estés haciendo esa pregunta —declaro.
William frunce el ceño y se incorpora, completamente erguido. Se acerca un poco más a mí, hasta casi tocar nuestros rostros; siento su aliento con un ligero olor a whisky.
—¿Estás molesta conmigo? —pregunta, con voz sensual.
Yo trago saliva, ante la muestra de poder que está ejerciendo ahora mismo. Pero me mantengo fuerte y replico.
—¿Molesta? No —digo y niego con la cabeza—. ¿Decepcionada? Sí, mucho.
William, en vez de resarcir su acto, solo lo empeora aún más.
Ríe. Ríe con ganas.
Yo frunzo el ceño y lo miro con ganas de golpearlo.
«¿Golpearlo?», me pregunto. No creo que llegue a tanto, pero sí tengo ganas de decirle tres o cuatro cosas.
—¿Por qué estás decepcionada? ¿Porque te pedí hacer tu trabajo? —pregunta y acerca su boca un poco más—, te dije que sería difícil trabajar para mí.
—Yo hice mi trabajo, señor O' Sullivan —aseguro, con los ojos llameantes—, conozco mi lugar y mis responsabilidades, no necesito que me lleve bien, si es lo que cree. Y sí, estoy decepcionada porque me mostró una faceta que no me gusta.
—¿Y esa cuál sería? —insiste, aún más cerca. Ya mi espalda está completamente pegada a la pared.
—Juzgar, antes de estar seguro —aclaro, con voz fuerte.
—¿Por qué lo dices? —pregunta y frunce el ceño, coloca sus manos a cada lado de mi cabeza. Yo me encojo.
—Porque yo no había ido al departamento económico, con tal de entregarle los dichosos datos que me pidió y que, además, no tuvo en cuenta que no había entrado al sistema con anterioridad, por lo que fue todo un reto —digo, sin pararme a respirar. Ya este hombre me está colmando la paciencia.
—Sí, lo tuve en cuenta —asegura y sus ojos brillan con orgullo. Creo—, así como me di cuenta que solo demoraste una hora en reunir la información. —Un dedo curioso acaricia mi rostro; a pesar de todo lo que estoy sintiendo, yo lo dejo hacer—. También, que ya tienes la información que te pedí y que no podré, entonces, tomar represalias contigo. Aunque mantenía las esperanzas.
Le señalo la cómoda butaca de cuero, para que tome asiento. Ella camina con parsimonia y se sienta con elegancia, luego me mira retadora.
—Supongo que esta vez no necesitas el sofá —murmura dolida, aunque se nota que está haciendo el esfuerzo de mantenerse tranquila.
Me levanto de mi sillón y voy a su encuentro. Ella abre sus ojos con sorpresa. Apoyo mis manos a cada lado de su cuerpo, sobre el material de cuero. Alineo nuestros rostros y pregunto, con mi boca a un suspiro de la suya.
—¿Estás celosa?
Ashley traga saliva y niega. Alzo una ceja inquisidora y ella lo piensa mejor, asiente.
—Puede ser.
Sonrío y me incorporo. Ella me sigue con la mirada y cuando extiendo una mano para que la tome, no lo duda por más de dos segundos.
La pego a mi cuerpo y doy vuelta con ella en mis brazos, hasta recostarla a mi escritorio.
—No lo estés —susurro en sus labios.
Una mano curiosa se posa en su cintura y con mi pulgar exploro por debajo de su chaqueta. Ashley jadea y su aliento choca con mis labios.
—Ya te dije, preciosa, que soy tuyo —declaro y rozo sus labios con los míos. Un solo contacto para llevarla al límite.
—No...no lo parecía —responde con dificultad y entre jadeos.
La miro a los ojos y el color marrón se está volviendo más oscuro. Así mismo imagino el azul cobalto de los míos.
—Solo quería castigarte por abandonarme en tu primer día de trabajo —confieso y ella afloja su mirada, aun así, agrego—: Somos amigos, ¿no es así?
Con mi nariz, hago un camino por su mejilla, hasta su oreja y luego su cuello. Inhalo su dulce olor y unas ganas enormes de pellizcar con mis dientes su piel, me embargan.
—Deberíamos, sí —responde, me mira y luego cierra sus ojos antes de añadir—, pero yo no aguanto más.
En mi pecho un rugido bestial despierta y me vuelve fiera. Con mis brazos alzo a Ashley y la pongo sobre mi escritorio, me cuelo entre sus piernas y hago lo que deseo, lo que llevo deseando desde esta mañana y que casi hago hace unos minutos. Junto mi boca con la suya y la devoro.
Mi lengua entra sin pedir permiso y nuestros labios se mueven al unísono, duro, candente y rápido. Es como si el último suspiro de oxígeno nos estuviera siendo entregado y tuviéramos que luchar para ganarlo. Una batalla donde no solo intervienen nuestros labios. Mis manos están sobre ella y las suyas sobre mí. Abro su chaqueta, loco por ver lo que lleva debajo y asegurarme de una vez si compró ropa interior sexy para martirizarme. Lo que veo, no lo esperaba para nada.
«¿Cómo es que recién acabo de ver lo que esta mujer lleva bajo su traje formal de ejecutiva?», pienso anonadado, mientras observo como su blusa se transparenta y me deja ver la prueba de mi duda existencial.
Un sostén de encaje blanco, decorado con algunos lacitos, mantiene sus pechos levantados y firmes. Me quedo tonto mirándola, hasta que Ashley decide que ella también quiere ver un poco más de piel y me quita la chaqueta sin mucho trabajo. Abre los primeros botones de mi camisa y baja su cabeza para besarme ahí, sobre mi piel que arde por ella.
Gimo de puro gusto.
—Preciosa, ¿dónde queda la amistad? —pregunto cómo puedo, por dos razones principales; molestarla y saber en realidad en qué punto nos encontramos.
Ella alza su cabeza, me mira con un brillo intenso en su mirada y con una sonrisa torcida dibujada en sus labios, responde.
—A la mierda la amistad. —Y sella su afirmación con un beso visceral.
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