POV: William.
«No puedo dejar de provocarla. Es imposible».
Mientras más la observo, más quiero acercarme y probar sus labios; pero eso sería demasiado atrevido.
Admirar el brillo de sus ojos ante todo lo nuevo que está experimentando me hace sentir un revoloteo en mi interior.
Soy yo.
Soy yo el que le está entregando cada nueva oportunidad de conocer el mundo. Y aunque entiendo que puedo hacerlo porque mis posibilidades son amplias, si no las tuviera igual lucharía para darle todo, porque ella lo merece.
Ahora tiene sus ojos cerrados, sus manos aferradas a los reposabrazos de los cómodos asientos y una tensión evidente en su cuerpo. Tiene miedo de volar.
—Ashley —llamo y ella abre un solo ojo. Le sonrío tranquilizador—, solo mírame.
Ella abre del todo sus ojos y hace una conexión con los míos. Mientras el avión despega nos mantenemos así, mirándonos, prácticamente sin pestañear. Noto como poco a poco su cuerpo se relaja e intento que lo haga por completo.
—Todo está bien —digo—, ya casi pasa.
Ella asiente y traga con dificultad, antes de hablar.
—Estoy nerviosa —confiesa.
Lo sé, sin embargo, pretendo cambiar los motivos por los que está así. Mientras pienso cómo hacer, en mi boca se dibuja una sonrisa coqueta. Ashley me observa con los ojos entrecerrados y luego suelta una risita.
—¿Por qué tengo la ligera impresión de que cuando digas lo que estás pensando, en vez de aliviar mis nervios, empeorarán? —pregunta y yo extiendo del todo mi sonrisa.
—Porque sí, será así —declaro—, cuando estemos al fin en el aire, te quitaré ese cinturón y te acompañaré para que te recuestes unas horas, en lo que dura el viaje. Cuando lleguemos a Roma, será de madrugada.
—¿Dónde... dónde me vas a llevar? —tartamudea y traga saliva.
—A la cama —digo y profundizo mi mirada. Ella abre sus ojos y yo tengo ganas de reír, pero mantengo el tipo.
Se remueve en su asiento, pero no dice nada. Cuando veo que la luz que avisa para quitarnos el cinturón se enciende, río aún más. Me lo quito con un movimiento seco y el sonido del plástico retumba en el silencio alrededor de nosotros. Ella baja su mirada hasta mis manos y luego, la sube otra vez para observar mis ojos. Me siento como un depredador ante su presa cuando me levanto y elimino la distancia entre nosotros; sus ojos de cervatillo asustado, pero a la vez expectante, me encienden de mil maneras. Me agacho a su lado y pongo mis manos sobre sus rodillas; el vestido cubre sus muslos, pero al estar sentada se le sube un poco más. Me llenan las ganas de con mis manos hacer un camino por su sedosa piel expuesta, pero me aguanto; hoy no es el día. Acerco mis manos a su pecho para soltar las presillas del cinturón y ella inhala de repente, con impresión. Aguanta la respiración mientras mis dedos tocan solamente el plástico y evitan rozar siquiera la tela elastizada de su vestido. La miro a los ojos y la veo saltar cuando escuchamos el instantáneo clic del plástico al soltarse.
—Vamos —demando, con voz ronca.
Ella pestañea y duda solo un segundo. Me incorporo y extiendo mi mano; Ashley, con un temblor evidente en la suya, la toma.
Hacemos el camino hasta el fondo del avión, a la puerta negra cerrada que da paso a la pequeña habitación. Cuando abro la puerta y entramos, siento como al instante el aire se espesa. Una habitación, con una cama y un pequeño baño es más que suficiente para encender mis ganas de ella. Y eso ella debe saberlo...o sentirlo.
—Puedes acostarte —carraspeo para poder completar mis palabras—, así estarás más cómoda y el tiempo pasará más rápido si duermes un poco.
—Ujum... —duda, antes de girarse, ponerse frente a mí y hacer la pregunta que estoy esperando— ¿Y...y tú?
Se muerde el labio inferior en lo que espera mi respuesta; yo me desconcentro un poco con el gesto y necesito poner todo mi empeño para responder y de una vez salir de la habitación.
—Yo no necesito dormir, preciosa. —Acerco mi boca a su oreja y con un ligero roce de mis labios la siento estremecer—, y no creo que podamos aguantar mucho tiempo en este reducido espacio.
—¿Por...por qué? La cama es bastante amplia, podemos descansar los dos. —La ingenuidad de sus palabras, me hace sonreír descarado.
—Ese es el problema, que yo no quiero descansar.
Mi voz ronca y baja, más el significado de mis palabras, la sonrojan. Aun así, no puedo dejar de provocarla.
—Cuando te tenga debajo de mí, mientras te hago el amor, será en tierra firme —rozo mis labios en su oreja y con una mano presiono en su cintura. Ella jadea. Me alejo un paso y ya estoy en la puerta, listo para salir—. Aunque también quisiera pertenecer al club de las alturas.
Le guiño un ojo y antes de cerrar la puerta, le pido que descanse.
«Si es que puede...», río satisfecho.
(...)
Horas después, todavía no he podido pegar ojo. Sé que le dije a Ashley que no necesitaba descansar, pero ya me está pasando factura tanto tiempo sentado.
La azafata se acerca para preguntar si deseo comer algo y le pido que prepare algo para mí y para Ashley. Decido ir a despertarla para que me acompañe, debe estar hambrienta.
Toco la puerta antes de entrar, pero Ashley no me responde. Abro con cuidado y la veo acostada sobre la cómoda cama. Sus pies descalzos, blancos y pequeños, se salen de la sábana que cubre su cuerpo hasta el cuello. Me da ternura verla así, por lo que me quedo unos minutos viéndola como todo un acosador desde la puerta, sin tener la valentía de acercarme de una vez y despertarla.
La puerta se cierra con un chasquido y yo abro los ojos, para ver a Ashley caminar hasta donde estoy con paso vacilante y sus mejillas aún encendidas. En otra situación, me gustaría molestarla y provocarla con todo lo sucedido, pero viendo que aún nos quedan al menos dos horas de viaje, prefiero quedarme tranquilo y olvidar el tema.
Se sienta frente a mí y baja la cabeza, avergonzada. No quiero entrar en la discusión de lo sucedido, por lo que inicio un tema de conversación completamente alejado de eso. Hablamos de lo que pretendo comentarle a Alessandro y noto como ella poco a poco se relaja. Se interesa por saber de dónde conozco a Ale y le cuento de nuestros días de universidad. A pesar de que Ashley conoce los principales proyectos en los que Ale me ha ayudado, se interesa por saber si tiene proyectos con mi compañía y si yo he invertido en los suyos en Italia.
—No, mis negocios con Alessandro solo incluyen la transportación de bienes a Europa, siempre con mercancía de O' Sullivan Enterprises; tengo entendido que todos sus proyectos de inversión radican en el viejo continente —explico y Ashley me mira atenta.
—Y ser tu asesor en temas de negocios internacionales —interviene y yo asiento.
Alessandro Berlusconi es un buen amigo mío y, aunque se comenta que su familia es bien poderosa por motivos bastante impresionantes, le tengo mucho aprecio. En realidad, no ando viendo a lo que se dedica cada quien; él en su mundo y yo en el mío, siempre sobre lo legal.
Pasamos las próximas dos horas intentando mantener la conversación con cualquier tema que surja. Comemos un poco y tomamos un delicioso vino blanco que acostumbro a pedir para viajes largos como este.
(...)
Aterrizamos poco después de las cinco de la mañana, hora local. En la pequeña pista de aterrizaje, una limusina de color negro nos espera. Saludamos al chofer y le entregamos las maletas para que las acomode en el maletero. Pocos minutos después, vamos saliendo del aeropuerto.
—¿Dónde nos quedamos? —pregunta Ashley en medio de un bostezo.
—En un hotel en el centro de Roma. Ya están reservadas las habitaciones —explico y con un dedo doy un toque sobre su nariz—. No te preocupes, que en cuanto lleguemos podrás dormir a tu aire; no nos encontraremos con Alessandro hasta la tarde.
—Gracias, Will, la verdad necesito dormir, me siento exhausta. Y eso que dormí unas pocas horas en el avión.
—El jet lag es así de molesto —río, conocedor de lo que se siente.
—Tú debes estar peor, no has dormido nada.
Asiento, con una sonrisa modesta. Sí estoy cansado y sé que caeré como piedra sobre la cama, pero no quiero que se sienta culpable sobre la razón por la que no dormí en el avión.
Casi media hora después, Roma se extiende ante nosotros. Mientras hacemos el habitual recorrido que acostumbro a seguir cuando viajo a esta ciudad, me dedico a observar los ojos de Ashley. Emocionados. Brillantes. El sueño es reemplazado por la necesidad de verlo todo y con la ansiedad por no perderse nada. Ella no nota mi mirada pesada, tan ensimismada en todo lo que es Roma antes del amanecer.
—Es hermoso —dice, cuando pasamos una fuente de agua con una estatua inmensa decorando su interior.
Y sí, la belleza del exterior es impresionante; pero para mí, ella lo es más.
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