SEGUNDA PARTE
POV: Ashley.
«Seguridad».
Mientras mi vida dependía solamente de mí misma, lo único con lo que contaba era la seguridad.
Era consciente de que debía trabajar, enfocarme en mis responsabilidades; solo así podría llevar a casa, al final del día, el resultado de mi trabajo. Tenía presente que no necesitaba distracciones y estaba feliz con mi decisión de mantenerlas alejadas de mí. Total, no podía existir siquiera la posibilidad de que mis prioridades se vieran afectadas.
Sacrificio. Puro sacrificio. La palabra que puede caracterizar mi vida antes de él.
Vivir mi vida no estaba en el top de mis cosas por hacer a corto plazo. Hasta él.
Entregarme a sentimientos profundos y distractores, no estaban siquiera en mi lista de cosas por experimentar. Hasta él.
Hasta que entró a esa cafetería que por años fue mi burbuja y de paso, aprovechó la oportunidad para entrar también en mi vida. Para desestabilizarme de tal forma, que ahora, la sola mención de su nombre provoca oscuros escalofríos por todo mi cuerpo. Para enseñarme que las oportunidades existen y que yo puedo merecer lo que la vida tiene para ofrecerme. Para demostrarme que el amor, en contra de todo lo que creía, me haría sentir la mujer más feliz de todas.
Hasta que no lo fui.
(…)
—Ashley, ¿qué sucede? —Escucho la voz preocupada de mi madre, cuando atravieso la puerta principal solo una hora después de haber salido.
Corro a sus brazos y ella me envuelve, como si fuera otra vez esa niña asustada que se refugiaba en su lugar favorito cuando algo o alguien le hacía daño. Me sostiene fuerte, más de lo que debería ser posible para ella, dada su condición. Y lloro. Lloro como una niña que ha sido engañada por primera vez y no sabe cómo reaccionar; como alguien que abrió su corazón, entregó confianza y solo recibió un duro golpe de realidad.
—Por favor, mi niña, dime qué te pasó —insiste y sus palabras se escuchan interrumpidas por sollozos.
Los suyos. Porque el sufrimiento mío, ella lo siente como propio.
—Solo…solo déjame desahogarme.
Pido, entre hipidos. Necesito sacar de mi sistema todo este embrollo de sentimientos encontrados; de decepciones apabullantes. Su agarre se hace más fuerte con mi petición y nos dirige hasta el inmenso sofá que decora el salón. Nos sentamos y, como si las compuertas de una presa hubieran sido abiertas, dejo salir todas mis lágrimas.
No sé cuánto tiempo después, me incorporo y me acomodo encima del esponjoso mueble. Recupero mi respiración tranquila y me quedo observando un punto invisible frente a mí. Intento buscar en mi cabeza, el maldito momento en que todo se volvió una mierda; en que mi recién estrenada felicidad se fue al traste. Recuerdo las fotos y las palabras de Esme, junto con su reacción al ver a la chica que acompañaba a su hermano; incluso, rebobino a la escasa conversación que tuve con Ricardo. Todo me lleva al mismo lugar.
William. New York. Vivianne.
¿Negocios? ¿Viaje de trabajo?
«Ja. Estúpida yo, que soy tan novata en esto de las relaciones».
Están más que claros los motivos que llevaron a William a la ciudad que nunca duerme. Y no estuvieron relacionados con trabajo. Porque, ¿quién en su sano juicio creería que es casualidad? Yo no. Y de verdad, espero que él no intente ofender mi inteligencia alegando algo así. Aunque todavía debo considerar cómo tomarme las cosas.
¿Le pido explicaciones? ¿Lo doy todo por perdido sin preguntar al menos? ¿Qué se supone que sea lo correcto?
Es evidente que, por el momento, no encuentro la respuesta a mis dudas existenciales. Así que, lo mejor será ignorar todo lo relacionado con él.
—No sé lo que sucedió, pero puedo imaginarlo —declara y levanta mi cabeza con un dedo bajo mi barbilla—. Solo te pido que no asumas nada. La confianza es un hilo demasiado frágil y fácil de romper. Por el lado que sea que se tire más.
—Cuando hay pruebas, madre, es difícil mantener la confianza intacta.
—Es verdad, pero también debes tener en cuenta que todo depende de estar en el lugar y momento justos.
Me quedo pensativa con sus palabras. Aunque las fotos solo muestren una parte de la historia, está claro que él me mintió. William no asistió a New York por una reunión de negocios, fue a una despedida de soltero. Y no es que la reunión con sus amigos sea un motivo de conflicto entre nosotros, es que me mintió a la cara. Me besó y me hizo el amor en las alturas, mientras volábamos desde Roma, sabiendo que yo estaba creyendo una mentira. Y eso, para mí, es traición.
Mi teléfono suena y yo me sobresalto. Mi madre se levanta del sofá y busca en mi bolso el aparatito que vibra al ritmo de Perfect, de Ed Sheeran. Yo sigo sus movimientos y adivino el emisor de la llamada, solo por la expresión de sus ojos cuando los cruza de nuevo con los míos.
—William —digo, sin voz. Mi madre asiente.
Cierro los ojos y vuelvo a sentir ese dolor sofocante en el pecho. Cuatro días. Cuatro malditos días sin llamar y justo hoy, en este momento, se presenta. No pudo escoger peor hora para llamar, porque de verdad no tengo ganas de escuchar su voz.
—¿Qué harás? —Mi madre me saca de mis pensamientos, aún con el teléfono sonando en sus manos.
—Yo…yo —comienzo, pero no me salen las palabras. Me canso y tomo la mejor decisión por ahora—. Puedes decidir tú, mamá. Voy a subir. Si llama otra vez, solo apaga el teléfono.
Respondo su duda, a la vez que me levanto de mi asiento y me dirijo a las escaleras. No voy por la mitad cuando la melodía comienza a sonar otra vez. Le doy una mirada a mi madre y así, le digo lo que tiene que hacer.
Sigo mi camino y ya no vuelvo a escuchar el dichoso tono.
«Otra cosa que tengo que cambiar», pienso y ruedo los ojos. No es como si quisiera escuchar flores y corazones cada vez que él decida insistir.
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