¡Se busca un millonario! romance Capítulo 66

POV: William.

—Menuda resaca llevas, Will.

La voz de mi hermano me provoca dolor de cabeza. Gruño molesto y continúo mi camino hasta la cocina para tomar un vaso de agua.

—¿No darás ni los buenos días? —insiste Leonel.

—Cállate —exijo y le doy una mirada que no promete nada bueno.

—Ok —dice, después de soltar una carcajada y levantar sus manos a modo de rendición.

Lleno el vaso de agua y la bebo sin parar, tengo la boca seca y tal parece que me tragué un cartón. El agua cae en mi estómago vacío y siento mis entrañas revolverse, hago una mueca de asco y escucho otra carcajada de Leonel.

Lo fulmino con la mirada, pero él no se da ni por enterado. Continúa riéndose como tonto, con las manos aguantando su estómago, con burla.

—Vete a la mierda —gruño, cuando veo que es imposible detenerlo y me dedico a buscar una maldita pastilla, el dolor de cabeza es demasiado intenso.

Mientras lo hago, pienso en lo raro de todo esto. Me he emborrachado antes, de eso no hay dudas y menos, teniendo a los amigos que tengo; pero es raro que con solo unos tragos yo haya caído como un principiante.

«Estoy perdiendo facultades».

Tomo una aspirina y rebusco en la nevera por algo de comer. A mi espalda, escucho la voz molesta de mi hermano otra vez.

—¿Qué te pareció el tal socio de Anderson, Will?

Me giro para verlo, confundido por el cambio de tema; Leonel muestra una expresión seria y profesional. Definitivamente, mi hermano tiene algún trastorno de personalidad, puede pasar de un estado de ánimo a otro, en un segundo.

—No te podría decir con certeza, pero me sorprendió que reconociera nuestro apellido. —Leonel me mira con los ojos entrecerrados.

Encuentro algunos ingredientes para prepararme un sándwich y comienzo a hacerlo. Mi estómago ruge con hambre.

—Estamos en el top diez de empresas en ascenso de nuestra área geográfica, hermano. Tenemos un nombre, prestigio y poco a poco, nos vamos expandiendo...

—Hacia Europa —termino por él—. Son menos los negocios que hemos cerrado en Norteamérica y, New York, está bastante lejos del Caribe. Tampoco somos los principales exportadores de los productos que nos comentó; solo con Antoine tengo esos pedidos exclusivos y lo hago por él, porque sabes que no es muy rentable que digamos.

—Sí, yo sé el trato que tienes con el francés. Imagino que el contrato con los alemanes lo hiciste pensando en él.

Sí, mi amigo Antoine, duque de Leuchtenberg, tiene una importante compañía de modas y sus pedidos, son bastante exclusivos. Los costos son bastante altos, precisamente por eso, es el único cliente que tengo en esas condiciones y el motivo principal por el que acepté el trato con los Becker.

—Ajá, los costos serán menores para los dos, sobre todo, los de transportación —explico y me quedo pensativo, con un dedo en mi barbilla—. Por eso me resulta raro, estamos demasiado lejos para lo que él quiere.

—Comprendo tu punto. —Asiente Leonel y se acerca a la cocina, donde yo sigo preparando mi desayuno—. Ya veremos mañana lo que quiere en verdad. Por el momento, prepárame un sándwich.

—Si no te lo haces tú mismo, imbécil —protesto, irritado—. No soy tu esclavo, tienes manos y puedes prepararte tu desayuno.

—¿Desayuno? Will, son casi las cinco de la tarde —ríe Leonel y yo frunzo el ceño—. Dormiste como tronco.

«¿Dormí todo un día?», me pregunto, confuso.

—¿Cuánto tomé? Recuerdo tomar dos rondas de whisky, nada más.

—Sí, solo dos. Y tuvimos que traerte a cuestas. —Ahora es mi hermano quién frunce el ceño—. Pensé que tenías más aguante.

—Lo tengo, hermano. Lo tengo.

Nos quedamos en silencio y yo sigo pensando en la razón de que me afectara tanto la bebida. De verdad no encuentro motivos, si lo único que tomé, fue el habitual whisky de reserva. Decido dejar de lado por un momento mis cavilaciones y me siento en la barra de la cocina a comer mi sándwich. Siento la mirada de Leonel sobre mí, pero no pretendo darle de comer y mucho menos, prepararle comida. Él sabe hacerlo, tanto como yo. Y, al parecer, el único afectado de la noche fui yo. Lo que me hace pensar en Rafael.

—¿Dónde está Rafael? —pregunto, con la boca llena.

Leonel rueda los ojos y vuelve a sentarse donde estaba antes, al convencerse de que no le daré de mi desayuno, digo...merienda.

—No sé, salió temprano y son las horas, que aún no llega.

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