—Tienes razón; no podemos dejarlo solo cuando está ebrio, ¿qué te parece si…?
—Llevémoslo a mi casa —comentó Norberto de inmediato y con voz ronca—. Acabas de ver que me estaba llamando. Si no lo hago, él se enfadará conmigo cuando despierte.
Norberto y Alejandro eran muy amigos desde hacía varios años, incluso antes de que él conociera a Waldo y a Claudia. Como era muy reservado, nunca conversaba sobre un tema innecesario y por lo general no hablaba demasiado, pero, cuando lo hacía, le era difícil a los demás refutarlo debido a su tono autoritario, el mismo que usó en ese momento.
Mientras tanto, Claudia lo miraba; aunque parecía calmado, a ella nunca le agradó por algún motivo. «Pero él es un gran amigo de Alejandro, quizás sea solo mi imaginación».
Waldo no sabia qué decir y habló antes que ella.
—Ale está ebrio y puede que ni siquiera recuerde lo que dijo cuando despierte. ¿Por qué te lo tomas personal? —Luego de decir eso, se rió y miró a Claudia—. Además, eres un hombre, por lo que dudo que seas igual de atento que Claudia para cuidarlo. Creo que deberíamos llevarlo a su casa.
—Dije que lo llevaré a la mía —dijo Norberto al mismo tiempo que miraba a su amigo de manera apática—. Si te preocupa tanto, puedes quedarte conmigo a cuidarlo.
—Norberto, ¿por qué eres…?
—Está bien, Waldo. Hagamos lo que dijo Norberto y llevemos a Ale allí. Él es mucho más maduro que nosotros y será mejor que él lo cuide esta noche. De todos modos, mi idea no es buena.
Luego, le sonrió con cortesía al hombre, pero en realidad estaba furiosa. Norberto era uno de los mejores amigos fe Alejandro, así que no quería ofenderlo, ya que eso solo la perjudicaría. Desde luego que ella no se complicaría a sí misma de ese modo. Después, todos ayudaron a llevar a Alejandro a la casa de su amigo.
—Ya es tarde y no es apropiado que una mujer joven como tú esté con tres hombres. Waldo, llévala a casa —ordenó Norberto en cuanto llegaron.
—Pero, ¿no dijiste que podíamos quedarnos…? —preguntó confundido.
—Waldo, vámonos —interrumpió Claudia antes de que siquiera pudiera terminar de hablar—. Norberto tiene razón; no es apropiado que me quede aquí.
Mientras se rascaba la cabeza por la confusión, Waldo la llevó a su casa sin decir una palabra. Luego de hacerlo, regresó y se acostó en el sofá a las dos de la mañana.
—¿Cómo está Ale? ¿Se encuentra bien? —preguntó en cuanto vio a Norberto salir de la habitación.
El hombre sacó una botella de agua fría de la nevera y la bebió completa antes de sentarse.
—Parece que sí; aún no despierta.
—Está bien. —Waldo se relajó, pero tuvo un recuerdo y se quejó—. Norberto, no entiendo en qué estabas pensando hoy. Sabes que Claudia está enamorada de Ale y él de ella; ¿por qué no permitiste que lo llevemos a su casa?
—Si usaras el cerebro, te darías cuenta de que no es correcto llevar a un hombre casado a la casa de una mujer soltera —contestó al mismo tiempo que lo observaba.
—Qué importa. Sabes qué iba a pasar entre ellos y Victoria y Alejandro no son un matrimonio de verdad.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Norberto
—Por su puesto que lo sé —contestó Waldo—. No hablemos de otros asuntos, sino de lo que ocurrió esta noche. Llamaste a Victoria y le dijiste que Ale estaba ebrio, ¿verdad? Luego, le dijiste que fuera a buscarlo, pero ¿qué sucedió? ¿Acaso fue? Ni siquiera fue a buscarlo.
Mientras mencionaba los hechos, Norberto se confundió. Cuando le sugirió a Victoria que fuera a buscarlo, parecía que ella estaba de acuerdo, pero ¿por qué no fue? La realidad era que, mientras Waldo llevaba a Claudia a su casa, Norberto llamó de nuevo a la joven. Esa vez, tuvo que llamarla tres veces para que ella respondiera, pero al hacerlo, el hombre notó la voz apática de la mujer y la actitud era muy diferente a la de la primera llamada.
—¿Qué sucede?
—¿No te acuerdas? Estabas ebrio, así qué Waldo y yo te trajimos aquí.
Alejandro estaba insatisfecho con esa respuesta y frunció el ceño, pero no dijo nada. Como no habló, su amigo tampoco lo hizo y solo lo miró. Ellos eran muy amigos y Norberto sabía lo mucho que el hombre podía soportar no hacerle una pregunta. Tal como esperaba, Alejandro lo miró al no obtener la respuesta que quería.
—¿Qué sucedió después? —preguntó.
—¿Qué? Nada —respondió serio.
El hombre lo miró de manera sombría al oírlo; en ese momento, Norberto parecía que acababa de recordar.
—Así es; ella fue.
—¿Ella? —Al escucharlo, Alejandro parecía más animado.
—Sí, ella dijo que quería cuidarte, pero tú me dijiste que te trajera aquí y eso hice.
—¿Desde cuándo eres tan obediente? —preguntó con el ceño fruncido.
—No tenía más alternativa que hacer lo que me pedías —respondió exasperado—. Después de todo, llevar a un hombre mayor a su casa iba a afectar su imagen.
Al escucharlo, Alejandro notó que la situación era extraña.
—¿A quién te refieres cuando dices «ella»?
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