Secreto de amor romance Capítulo 31

—¿Divertido? —preguntó confundida.

—Sí —contestó Sabrina con la barbilla en alto y continuó explicando emocionada—: ¿Sabes lo divertido que es jugar con un niño? Si tienes una hija, puedes vestirla de manera tierna cada día, como si fuera una muñeca. ¿Has jugado Cambio de imagen? Criar a un hijo es como vestir a tu personaje en el juego.

Victoria estaba boquiabierta porque nunca lo había jugado.

—Por cierto, ¿puedo ser la madrina? —preguntó Sabrina mientras se restregaba las manos—. Si estás atareada, puedo mudarme contigo, ja, ja, pero permíteme aclararte que no lo haré porque quiera jugar con tu hijo.

No sabía qué responderle, pero Victoria se dio cuenta por qué Sabrina le insistía tanto para que continuara con el embarazo.

—Cierto —comentó de repente—. Casi olvido preguntarte. ¿Claudia vino a verte ayer?

—Sí.

—¡Qué demonios! ¿Qué te dijo?

Victoria le contó todo lo que ocurrió el día anterior; luego de escucharla, Sabrina se quejó de nuevo.

—¡Cielos! ¿Cómo puede ser tan descarada? ¿Te dio dinero para que te alejaras de Alejandro? ¿Quién se cree que es, la esposa de él? ¿Acaso siquiera él ha salido con ella? ¡Cómo se atreve a acercarse a ti y sentirse superior!

Mientras criticaba ala mujer, Victoria no la detuvo porque sabía cómo era su amiga; si ella no podía descargarse, se sentiría incómoda. Cuando terminó, le dio a su amiga un pañuelo descartable.

—Esta es la última vez; no vuelvas a criticarla.

—¿Por qué me dices esto? —Sabrina abrió los ojos—. ¿Cómo puedes defenderla luego de la manera en la que te amenazó?

—Sabrina, ella me ayudó una vez.

—¿Cuándo? —preguntó confundida—. ¿Por qué me estoy enterando en este momento?

—Fue hace mucho tiempo —contestó luego de bajar la mirada.

Cuando los Selva se declararon en bancarrota, tenían bloqueadas todas las cuentas bancarias y solo tenía algunos cientos de dólares en su cuenta de PayPal. En ese momento, no sabía qué había ocurrido y no podía comunicarse por teléfono con su padre, así que se apresuró a ir a la casa. Cuando llegó, descubrió que el lugar era un desastre. Un grupo de personas estaban clausurando la entrada con cintas mientras que otros arrojaban pintura a las paredes; algunos incluso entraron para sacar todos los objetos.

Al padre de Victoria, Antonio Selva, lo empujaban de un lado a otro mientras intentaba detenerlos, pero se quebró la pierna. Al verlo, estaba tan molesta que comenzó a discutir con todos y llamó a la policía, pero le sacaron el teléfono. La escena era caótica.

La persona a cargo recibió una llamada y su actitud cambió de inmediato.

—De acuerdo, comprendo. Sí, nos retiraremos —habló con tranquilidad. Finalizó la llamada y miró a Victoria—. ¡Ja! Considérense afortunados. No vamos a sacar nada más de esta casa; es toda suya. —Luego, se rio y burló—. No habría tenido esta suerte si la señorita Juárez no conociera a nuestro jefe. Solo hacemos esto por el bien de ella, ¿entiende?

«Señorita Juárez». Victoria no podía dejar de pensar en ese nombre.

—¿Se refiere a Claudia Juárez?

—Así es; considérense afortunados. Vámonos.

Ella nunca habría imaginado que Claudia la ayudaría ese día, así que la llamó luego de que esos hombres se retiraran.

—Padre, ¿estás bien? Espera; llegará un auto en cualquier momento.

Justo cuando dijo eso, ingresó el chofer y todos ayudaron a que el hombre subiera al auto. De camino al hospital, Antonio miró a su hija.

—Nievecita, ¿quién te llamó?

Así era como su padre llamaba a Victoria. La joven se crio en una familia compuesta solo por su padre y él se ocupaba de ella sin ayuda de nadie más. Como era una niña tierna y adorable y solían ponerle con vestidos blancos y hermosos, su padre comenzó a llamarla así.

—Era Claudia —contestó luego de un momento—. Nos ayudó y le debo un favor.

Al escucharla, Antonio se alteró.

—Nievecita, debemos bajarnos de inmediato de este auto.

Padre e hija vivían juntos y él sabía que Victoria, su hija obediente, estaba enamorada de Alejandro; no obstante, todos en el círculo sabían la historia de ese hombre y Claudia. Como su hija ya se había desentendido de aquel asunto, no podía deberle un favor a su rival sentimental. Por eso, Antonio insistió de inmediato en bajar del auto, pero Victoria lo sujetó con fuerza y tenía el rostro pálido.

—¡No, padre! Si nos bajamos, no cambiará el hecho de que ya aceptamos su favor. Si no hubiera llamado a ese hombre, esas personas en la casa no se habrían ido.

—Pero tú y Alejandro…

—Está bien —dijo mientras sonreía—. Quizás no estamos destinados a estar juntos.

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Secreto de amor