—No —negó Victoria de inmediato. Luego, le preguntó—: ¿Quién te dijo eso?
Alejandro entrecerró los ojos.
—Dado que dijiste que no me buscaste, ¿por qué te importaría saber quién me lo dijo?
—Oh, solo quería saber quién es la reina de las habladurías. ¿Waldo Ferro? ¿O Norberto Oliarte? Así es. Norberto me llamó, dijo que estabas ebrio y que quería que fuera. Quise negarme, pero cortó —respondió ella con indiferencia y él frunció el ceño. Ella continuó—: Quería que el mayordomo te fuera a buscar, pero no quise despertar a un hombre mayor en medio de la noche. Dado que Waldo y Norberto estaban allí, pensé que te cuidarían. Aunque estuvieras ebrio, no te sucedería nada.
—¿Y?
La explicación de Victoria era lógica y aceptable.
—Después de que llegué a esa conclusión, me fui a la cama. —Cuando terminó de responder, ella lo miró fijo y preguntó—: Entonces, ¿quién te dijo que fui a buscarte? Debería agradecerle por cuidar mi imagen. —Alejandro guardó silencio, pero Victoria no se detuvo allí—. Por cierto, ¿tus amigos desconocen la naturaleza transaccional de nuestra relación? ¿Por eso tuvieron que inventar historias en mi nombre así no peleábamos?
Él le sujetó la mano con tanta fuerza que casi se la quiebra. Ella soportó el dolor y rio por lo bajo.
—Cuéntaselos si tienes la oportunidad. Preferiría que no me llamen cada vez que estás ebrio. Sabes que duermo temprano, pero las llamadas siempre son tarde. Si me despiertan…
Antes de que pudiera terminar la frase, él le había soltado la mano con desdén y se marchó con expresión despectiva. Cuando la mujer se quedó sola, se miró la mano que él le sostuvo. Después de un largo silencio, ella decidió no ir al baño a lavarse las manos de nuevo. «Está bien». Dado que su relación era transaccional, ella siempre debía mantenerse alerta, en especial cuando tenían que visitar a la abuela de Alejandro cada semana. Sería inimaginable que se siguiera lavando las manos cada vez que fingían cariño.
Después de recobrar la compostura, ella también se marchó.
—La gran señora Calire se recupera más rápido de lo previsto. Si continúa haciendo un buen trabajo, podemos llevar a cabo la cirugía.
Victoria escuchó que el doctor hablaba con Alejandro cuando llegó frente al consultorio.
—¿Qué tan pronto? —preguntó Alejandro.
Ella no entró y decidió quedarse de pie con la espalda contra la pared.
—Depende de las circunstancias. Podemos adelantar la cirugía dentro de dos semanas si ella continúa haciendo un buen progreso.
—Gracias.
—Señor Calire, no es nada. Estamos honrados de que confíe en nosotros.
No había nada más para escuchar a esas alturas, así que Victoria se dirigió a la habitación de Griselda. Cuando estuvo a punto de llegar, se encontró con la enfermera de la mañana.
—¡Señora Calire, al fin llegó! Tengo la información y estaba a punto de ir a buscarla.
Ella no se olvidó y le asintió a la enfermera.
—¿Qué ocurre?
—Sígame.
Victoria hizo una breve pausa, pero pronto siguió a la enfermera a otra habitación. La mujer fue honesta con ella.
—Dado que hemos estado haciendo un seguimiento de la dieta y el sueño de la gran señora Calire, consulté con las enfermeras del turno de la mañana y me dijeron que esos pequeños cambios estaban dentro de los parámetros normales. Por eso no les prestaron demasiada atención a estas estadísticas.
Victoria se inclinó para revisar la información en el monitor de la computadora. Los hábitos alimenticios y de sueño de Griselda estaban registrados meticulosamente en la computadora porque las enfermeras no podían memorizar los detalles sobre cada paciente, puesto que debían encargarse de muchos. Para lidiar con ese problema, el asilo registraba el estado del paciente de manera digital.
Después de revisarlo con cuidado, ella se dio cuenta de que la enfermera tenía razón sobre que los cambios eran tan pequeños que pudieron ignorarlos. Las enfermeras tenían un rango para cada indicador y cualquier cambio que no excediera el límite máximo se consideraba normal.
—¡Abuela! —Ella se unió a la conversación.
Alejandro dejó de tener una mirada cariñosa, pero se apresuró a recomponerse. Luego, parecieron dejar de lado sus diferencias de antes y fingieron verse cariñosos como un par de recién casados frente a la anciana. Conversaron con ella hasta que se hizo de noche.
—De acuerdo, es tarde. ¿Por qué no se van a casa?
A Victoria se le ocurrió algo y negó con la cabeza.
—Abuela, aún es temprano. Me gustaría quedarme un poco más.
—¿Cómo que todavía es temprano? Te toma tiempo regresar a casa. Se hará muy tarde después de que te higienices y vayas a la cama.
—Está bien, abuela. Me tomé unas vacaciones por unos días, así que tengo bastante tiempo libre.
—¿Te tomaste vacaciones?
—Sí. —Victoria asintió—. Por eso te estaré visitando durante los próximos días. Espero no parecerte una molestia.
Griselda estaba encantada cuando escuchó que Victoria la visitaría a diario, pero su entusiasmo se desvaneció pronto mientras se lamentaba:
—Está bien. No me visites todos los días. Aquí solo hay pacientes y no es bueno que te quedes aquí demasiado tiempo.
A Victoria le sorprendió el comentario.
—¿De qué hablas? ¡No eres una paciente! El doctor dijo que estás en buen estado y que la cirugía podía adelantarse dos semanas. Después de la cirugía, no necesitarás quedarte en el asilo —dijo Alejandro.
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