Secreto de amor romance Capítulo 36

Griselda se quedó atónita por un instante.

—¿Adelantar la cirugía?

—Sí.

La anciana guardó silencio y Victoria lo pensó por un instante antes de decir:

—Abuela, no es tan aterrador como suena. Lo único que tienes que hacer es dormir una siesta. Una vez que abras los ojos, estarás bien.

Su voz sonaba vigorosa y descarada, ni siquiera Alejandro pudo evitar darle un vistazo. Había pasado mucho tiempo desde que se veía tan reluciente. Le contagió la alegría a Griselda cuando esbozó una sonrisa.

—Siempre sabes cómo hacerme sonreír.

—No, solo digo la verdad, abuela. Si no lo crees, puedes preguntarle al doctor mañana.

—Bien, bien. Sé que te preocupas por mí. No tengo miedo.

Eran las ocho de la noche cuando se marcharon del asilo. Victoria tenía la intención de pasar más tiempo con Griselda, pero la anciana necesitaba descansar, así que ellos no tuvieron más remedio que irse.

La pareja estaba tan inmersa en su propio mundo que no pudieron mantenerse alejados después de salir de la habitación. Solo cuando caminaron una gran distancia, Victoria se mostró indiferente y soltó la mano de Alejandro. Su expresión se tornó sombría en el momento que lo hizo.

—Deberías irte —le sugirió ella.

—¿Qué harás? —Frunció el ceño.

—Debo revisar los recientes registros médicos de la abuela.

—Iré contigo.

Ella negó con la cabeza, frustrada.

—Está bien. Puedo hacerlo sola.

—¿Deseas que haya rumores que digan que te he dejado sola en medio de la noche en el asilo?

Victoria se quedó sin habla y, al final, cedió. Tomaron una alta fila de registros médicos de Griselda que les dio la enfermera.

—Gracias.

—Es un placer, señora Calire. ¿Se va?

—Sí.

—Buen viaje, entonces.

—Gracias.

Cuando salieron del asilo, Alejandro miró la pila de papeles que ella llevaba en las manos.

—¿Qué es eso?

Dado que estaba relacionado con Griselda, Victoria fue sincera con él y no le ocultó nada. El hombre frunció los labios y la miró tras escuchar lo que pensaba.

—Te preocupas mucho por la abuela.

—No es por ti —respondió tras una breve pausa.

Él se quedó en silencio por un momento.

Alejandro tenía una debilidad por Victoria; casi siempre ella tomaba las decisiones y él escuchaba todo lo que decía.

El chofer no podía darse el lujo de ofender a ninguno de los dos. De repente, la puerta del auto se abrió y Alejandro se subió. Se sentó con tanta naturalidad y miró al chofer con desdén.

—Vamos.

Su voz era tan tajante que el chofer condujo de inmediato, no quería quedarse en ese lugar más tiempo. Un ambiente extraño persistía en el aire. Victoria asumió que Alejandro no iría con ella después de que ella lo expresó de esa manera, pero él le demostró que estaba equivocada. Sin embargo, no le dio importancia porque él era el humillado, no ella.

La mujer comenzó a hojear los registros médicos. No le habló a Alejandro y él tampoco entabló una conversación. Solo se escuchaban los sonidos de los papeles en el vehículo.

Un momento después, él no pudo evitar mirarla. Bajo la tenue luz, hojeaba los documentos mientras agitaba las pestañas cuando parpadeaba. Estaba tan concentrada que no mostraba ningún deseo de hablar con él.

—¿Algo anda mal con el estado de la abuela? —comentó cuando ya no pudo contenerse más. —Ella dejó de hojear y él frunció el ceño—. ¿Qué? ¿No puedo seguir el estado de mi abuela?

Victoria frunció los labios y lo miró confundida.

—No es eso.

Le entregó los papeles a Alejandro dándole a entender que los estudiara él mismo y que no la molestara. Él se quedó estupefacto; tomó los papeles y comenzó a leerlos con seriedad dado que se trataban de Griselda. Al principio, Alejandro estaba un poco distraído por la expresión de la mujer, pero pronto se sumergió en los registros a medida que el tiempo pasaba. Él comenzó otra conversación una vez que terminó de leer.

—Hay un pequeño cambio en su dieta y rutina de sueño.

—Sí —respondió Victoria al instante, dado que se trataba de Griselda y agregó—: Le pregunté al personal de enfermería al respecto. Me dijo que es normal ver cambios pequeños. No es nada particular para tomar nota.

—¿En serio? —Él frunció los labios y le devolvió los registros—. ¿Cómo lograste identificar eso cuando ni el doctor ni las enfermeras pudieron hacerlo?

—Porque pude percibirlo. —Dio una explicación más detallada en caso de que no entendiera—. Soy más sensible que los demás. ¿Entiendes? —Alejandro la miró, pero ella no lo notó—. Por supuesto, es solo una corazonada. No es precisa.

—La diferencia en la información prueba que tu corazonada es acertada.

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Secreto de amor