«La historia». Victoria comenzó a recordar que Griselda le estaba contando sobre su juventud y cómo se divertía cuando, de repente comenzó a sentir sueño. No quería interrumpirla, así que hizo un gran esfuerzo por mantenerse despierta y continuar escuchando, pero ni siquiera se dio cuenta de cuando se quedó dormida y se sentía mal por ello.
—No quería dormirme. ¿Crees que la abuela estará enojada conmigo?
—Ella te quiere demasiado. ¿Tú qué crees?
Alejandro le contó que Griselda no permitió que él la despertara cuando llegó y ella bajó la mirada mientras se reía en voz baja.
—Es cierto.
Como acababa de despertarse, lucía aún más ingenua y desorientada; al verla, él le acarició la frente.
—¿En qué has estado pensando todo el día?
Ella se puso tensa; quizás estuvo un poco desorientada en cuanto se despertó, pero ya podía pensar con claridad. Se masajeó la frente mientras lo observaba desconcertada. En algunas situaciones, Alejandro la confundía y ella pensaba que quizás había comenzado a quererla un poco luego de estar juntos un tiempo. Esa ilusión la tuvo durante los últimos dos años, pero desaparecía en cuanto volvía a la realidad. Sin embargo, con el paso del tiempo, ambos comenzaron a conectarse y ella empezó a creer que en verdad estarían juntos por siempre. Por eso, se desilusionó tanto al ver cómo era en realidad la situación.
En cuanto Claudia regresó, se convirtió en la prioridad de Alejandro. La mirada de la joven se tornó sombría al mismo tiempo que bajaba la mano sin decir nada y él dejaba de sonreír. Aunque ella no habló, él notó que en ese momento era mucho más apática.
—¿Qué sucede?
—Nada —respondió y sacudió la mano—. Solo estoy un poco dormida aún.
Intentó levantarse de la cama y, al verla, él le dio la mano para ayudarla, pero en cuanto la extendió, ella se alejó. Ambos se quedaron perplejos.
—¿A esto te refieres con dejar de pelear?
—Lo lamento, no volveré a hacerlo.
La joven se dio cuenta de la mirada apática de Alejandro y cómo la observaba; se sentó sin su ayuda y, aunque se disculpó, el ambiente se tornó tenso por la manera en la que lo esquivó. Ella miró lo disgustado que él estaba y suspiró.
La situación iba a tornarse peor si ambos debían permanecer allí y esperar a que Griselda terminara con su revisión.
—No debería haberlo hecho, pero, de todos modos, la abuela regresará pronto, ¿no? ¿Por qué no te marchas tú primero? —sugirió.
—¿Qué dijiste? —preguntó de manera apática.
—No te estoy echando de este lugar, pero ¿quieres que la abuela te vea así? Aún debes trabajar hasta tarde; yo le explicaré.
La habitación quedó en silencio y Victoria bajó la cabeza sin decir nada más. Luego, Alejandro se retiró. Estaba muy molesto, pero, aun así, se contuvo y no golpeó la puerta al salir. Victoria respiró profundo e intentó mantener la compostura. «Parece que será muy difícil soportar esta relación luego de lo ocurrido. Solo debo hacerlo algunos días más; después, todo estará bien». Victoria esperaba que, cuando llegara el momento, Griselda aceptara la noticia con calma.
«¿Preparó con esmero?». Alejandro había estado tan ocupado que no pudo almorzar; pensó que, al llegar al asilo, iba a hacerlo con Griselda, así que por eso no había comido con Victoria cuando despertó, pero no esperaba que ella lo echara del lugar. En otras palabras, no almorzó y estaba tan enojado que una comida preparada con cariño no iba a calmarlo. Aunque fuera uno de los mejores chefs del mundo a cocinarle, no iba a comer porque estaba muy molesto.
—Ya comí; puedes quedártelo —dijo de manera apática.
—Ah. —El asistente sacudió la cabeza—. Mejor no, señor Calire. La señorita Juárez me dijo que lo preparó especialmente para usted; no me atrevería a comerlo.
Alejandro no esperaba que le respondiera eso y miró a su asistente con el ceño fruncido.
—¿Quién dijo que podías hablarme de esa manera sarcástica?
El hombre fue tan poco amigable que el joven se acobardó.
—Vete de aquí.
Frunció los labios y salió de la oficina. Alejandro se sacó la corbata y la arrojó al sofá; luego se sentó y suspiró. «Qué gran día», pensó con sarcasmo. No solo Victoria lo había despreciado, sino que su asistente comenzaba a faltarle el respeto. Inesperadamente, el joven golpeó la puerta a tan solo unos minutos de haberse retirado.
—¿Y ahora qué? —preguntó de manera poco amigable.
—Vino un repartidor y nos entregó esto —explicó con una bolsa de comida en la mano—. Dijo que la señorita Selva ordenó este almuerzo para usted.
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