—¿No tienes trabajo por hacer que de repente te transformaste en repartidor? ¿Quieres cambiar de…? —Alejandro se detuvo cuando se dio cuenta del nombre que había dicho el joven—. ¿Quién dijiste que lo envió? ¿La señorita Selva?
—Así es; eso fue lo que me dijo el repartidor —asintió confundido.
Alejandro también estaba consternado y, en ese momento, su teléfono vibró porque le llegó un mensaje de Victoria: «La abuela dijo que no habías almorzado, así que compré en un restaurante y pedí que te lo lleven. Acaban de decirme que ya te lo enviaron; ¿lo recibiste?».
Aunque el hombre se alegró al leer el mensaje, estaba un poco perplejo.
—¿Acaso no estabas intentando evitarme a toda costa? ¿Por qué de repente estás tan preocupada por mí? —murmuró. Luego, miró a su asistente y dijo—: Tráelo.
El joven dejó la bolsa en la mesa justo al lado del almuerzo preparado por Claudia, lo cual resultaba un poco molesto.
—Dijo que iba a darme el almuerzo que preparó la señorita Juárez, ¿no, señor Calire? —preguntó el asistente.
—Mmm —murmuró Alejandro.
—Pero, como yo ya he comido, ¿puedo entregárselo a otro en la oficina? No es apropiado desperdiciar la comida.
El hombre frunció el ceño y el asistente pensó que no iba a permitírselo porque lucía molesto.
—Ya te di la vianda y puedes hacer con ella lo que quieras. ¿Necesitas que yo apruebe un asunto tan irrelevante?
—Entiendo.
El asistente agarró la vianda con rapidez para evitar que su jefe fuera a arrepentirse.
Claudia regresó cuando era casi la hora de salir de Alejandro. Luego de ir a su casa, pensó en lo ocurrido y no pudo relajarse. «Era el mediodía y debería haber almorzado. ¿Por qué se fue? Y lo más importante es por qué me ignoró. ¿Acaso no está en deuda conmigo? ¿No soy la persona más importante en el mundo para él? Ni siquiera me dijo a dónde iba». Claudia estaba muy alterada.
Cuando caminó por el área de los asistentes, ella vio al de Alejandro y a los demás empleados atareados, así que ingresó.
—Señor Leiva.
Pedro Leiva era el nombre del asistente; cuando levantó la mirada y vio a Claudia, se molestó un poco. «¿Por qué está aquí de nuevo?». No obstante, se puso de pie y la saludó de manera apática.
—Hola, señorita Juárez.
—Hola; lamento molestarlo, pero ¿Alejandro regresó?
Hizo un gran esfuerzo por causarle una buena impresión porque quería que Pedro la defendiera y que hablara bien de ella con Alejandro.
—El señor Calire regresó al mediodía.
—¿Qué? —pronunció atónita.
«¿Por qué no me avisó que regresó?». Se sentía avergonzada y se rio incómoda.
—Iré a verlo, entonces —comentó y se volteó para marcharse.
—Espere, señorita Juárez. —Pedro sacó la vianda que tenía debajo de su escritorio y se acercó a ella—. Usted me pidió que le entregara esto al señor Calire.
Claudia forzó una sonrisa y la agarró.
—Como regresó al medio día, ¿la comió? ¿Le comentó cómo estaba la comida?
Pedro tenía una expresión extraña.
El aura apática e indiferente de Alejandro se disipó y Claudia le sonrió.
—Noté que estabas atareado al mediodía, así que me preocupé y quería saber cómo estabas antes de que te fueras del trabajo. ¿Cómo ha estado tu día? ¿Ha habido algún problema?
La mirada del hombre se tornó sombría al recordar lo que había ocurrido más temprano y le habló de manera muy poco amigable.
—Todo está bien. La próxima vez, no necesitas venir a verme; puedes llamarme.
La mujer se angustió y bajó la mirada; lucía desanimada.
—Ale, ¿te causé algún problema por venir a tu oficina?
Cuando él notó que estaba decepcionada, recordó la valentía con la que saltó al río para salvarlo. Como resultado, ella se lastimó, perdió la consciencia y puso en riesgo su vida; por eso, fue amable.
—Puedes venir cuando quieras. ¿Por qué eso sería un problema?
Al escuchar que él ya no era indiferente, la mujer levantó la mirada.
—¿Estás seguro? ¿No te molesta que venga aquí?
—¿A qué te refieres? ¿Por qué me molestaría? —Ella era la persona que le salvó la vida—. De ahora en más, puedes venir cuando quieras.
Como Claudia obtuvo la respuesta que esperaba, dejó de fingir y se acercó para agarrarle la mano.
—Eres muy bueno conmigo.
—Habría muerto en ese río si no me hubieras salvado, así que puedes pedirme lo que quieras. Siempre y cuando esté a mi alcance, te ayudaré.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Secreto de amor