—¿Será que no confías lo suficiente en él? —Victoria sonrió ligeramente—. No tengo que preocuparme por mi parte, así que ¿de qué tienes miedo? —Al ver que Claudia no cedía, Victoria añadió—: No te preocupes. Muy pronto se llevará a cabo la cirugía de la abuela. Espera unos días más y tendrás lo que quieres. Mientras la intervención tenga éxito, me iré y no volveré dentro de cinco años.
Al oírla, Claudia se fue calmando poco a poco. «Tiene razón. Solo unos días más y todo habrá terminado. Cuando llegue ese momento, la relación entre ellos se disolverá, por lo que ya no voy a temer».
—Está bien, confiaré en ti por ahora. Espero que puedas mantener tu palabra.
Apenas Claudia se fue, la oficina quedó en silencio. Victoria bajó la cabeza y se colocó la mano en el vientre.
—Esperemos que esto salga bien, cariño. En cuanto todo haya terminado, mamá te llevará a casa del abuelo. Seguro que te querrá.
Por cierto, Antonio la había llamado aquel día. Sin embargo, estaba ocupado y ella podía oír a varias personas que hablaban de fondo mientras la llamaba. Por lo tanto, no le contó a su padre lo que había ocurrido, ya que él estaba ocupándose de los asuntos de trabajo. Al final, hablaron un rato antes de colgar.
El día anterior a la cirugía de Griselda era domingo. Victoria y Alejandro pasaron todo el día en el asilo con ella. Como a la joven le preocupaba que la abuela estuviera nerviosa por la intervención, compró muchas bisuterías para animarla. Luego, le contó a Griselda todos los detalles interesantes y los clientes graciosos que encontró en la compañía, lo que la hizo reír alegremente a la anciana.
Entretanto dialogaban, Alejandro se quedó mirándolas. Al principio estaba impávido, pero después esbozó una pequeña sonrisa al oír sus risas. En ese momento, le pareció que todo iba bien. Pronto entró el médico y habló de los preparativos para la cirugía.
—¿Por qué no paso la noche contigo, abuela? Puedo acompañarte si no puedes dormir —sugirió Victoria, ya que Griselda se sometería a una cirugía al día siguiente.
—No, no, no. —Le hizo un gesto para que se fuera—. Ya no soy una niña; no necesito que alguien se quede a mi lado. Vete a casa y descansa con Alejandro. Puedes volver mañana.
—Pero...
Griselda rechazó la idea de Victoria de quedarse a pasar la noche.
—Ya que la abuela se niega, vengamos mañana temprano —dijo Alejandro tras agarrarle el brazo a la joven
—Así es. Deberían irse a casa ya que se está haciendo tarde. No se queden aquí para interrumpir mi descanso.
—De acuerdo, entonces. —Victoria solo obedeció. Luego, se acercó a Griselda y la abrazó—. Que duermas bien, abuela. Mañana estaremos aquí a primera hora.
—Lo recordaré. —Le tocó la nariz y a su vez habló—: Eres una mujer joven y, sin embargo, regañas más que yo.
Al final, la pareja se marchó. En el camino de regreso, Victoria intentó hablar con él, pero se contuvo ya que el chofer también estaba allí. Alejandro no se dio cuenta de su reacción mientras hablaba de lo que debían hacer para las precauciones del día siguiente; su voz sonaba profunda y firme. Al oírlo, Victoria tarareó en respuesta. Cuando regresaron a casa, el chofer se marchó y la pareja volvió a su habitación.
—Ve a ducharte y descansa un poco —le dijo, en tanto se quitaba el traje.
«¿Acaso no me pidió que me duchara primero?», pensó Victoria. ¡Bum! La puerta del baño se cerró de manera estrepitosa, lo que causó un fuerte ruido. Luego, el lugar enseguida se sumió en un silencio. Victoria se quedó allí parada y bajó la cabeza antes de sacar el acta de matrimonio de la caja de seguridad. Los papeles estaban muy bien conservados y parecían nuevos bajo la luz.
Al mirar los documentos, Victoria recordó el día en que registraron su matrimonio. A decir verdad, ya estaba nerviosa durante la sesión de fotos. Se le tensó el rostro y el cuerpo en el acto y el fotógrafo se mostró insatisfecho después de tomar unas cuantas.
—Relájese, señora. Es una foto de boda. Tiene que estar contenta. Vamos, sonría —le dijo.
Al oírlo, se puso aún más nerviosa. Estaba tensa hasta que alguien le agarró las manos. Inconscientemente, Victoria miró a Alejandro y trató de liberarse de su agarre.
—¿Por qué estás nerviosa? ¿No puedo tocarte? —En tanto él hablaba, sonrió y entrelazó los dedos con los de ella.
Al sentir las manos entrelazadas, la joven se sobresaltó cuando sintió su calor.
—Disculpe. Mi esposa es un poco introvertida. —Lo oyó decir al fotógrafo.
En ese momento, Victoria se sonrojó y pensó: «Todavía ni siquiera han terminado de tomar las fotos de nuestra boda y ya me está llamando esposa». Mientras pensaba en eso, Alejandro se inclinó de repente más cerca de ella, por lo que pudo sentir su aliento cálido contra la oreja.
—No te preocupes. Haz lo que te pida el fotógrafo. Si te dice que mires a la cámara y sonrías, hazlo. Si no, no podrá tomarnos la foto si te pones nerviosa. —Entonces le miró el lóbulo de la oreja, que se había enrojecido por la timidez. En ese instante, su mirada se ensombreció y le mordió el lóbulo con suavidad sin pensarlo dos veces—. ¿Me has oído, Copo de nieve? —le preguntó con un tono amenazante.
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