Si es destino estar contigo romance Capítulo 100

En la Universidad de Alba.

Yolanda entró en el aula y encontró a Kenzo durmiendo en el pupitre, se acercó y le dio unas palmaditas en el hombro.

—Kenzo.

Su voz era suave.

Kenzo se despertó y vio que era ella, pero seguía sin estar contento.

—¿Por qué no has venido esta mañana?

—Me levanté tarde.

Yolanda no pudo evitar sorprenderse un poco al ver los libros sobre la mesa.

—¿Has traído mis libros?

—Sí, ¿son los que vas a usar hoy?

Yolanda asintió con la cabeza.

—Gracias.

—No me fue fácil acercarme a ti unos días atrás, ¿por qué te volviste tan alejada en una noche?

Kenzo puso el codo en la mesa y apoyó la cabeza con la mano.

Ella se sintió culpable, sacó la medalla de su bolsillo y se la entregó.

—Cuídala, no la vuelvas a perder.

La tomó con impaciencia y murmuró para sí mismo:

—Cuántas veces he dicho que no la perdí, lo he hecho a propósito.

Pero Yolanda fingió no haberlo oído.

—¿Qué quieres comer esta noche?

Se esforzó por actuar como si no le importara que hubiera vuelto a casa.

—Yo... lo siento Kenzo, puede que no sea capaz de cenar contigo.

Estaba llena de disculpas. Ahora sabía que no fue Kenzo quien la salvó aquel día, pero recordó de todos modos que el hombre al que vio primero al abrir los ojos era él.

Por ende, tanto si se había precipitado al fuego para salvarla como si no, era él quien se había quedado a su lado para protegerla, y por ello, estaba igualmente agradecida.

—¿Ese Lucrecio te obligó a volver a casa?

Un aura sombría surgió de repente en sus ojos.

—No, lo hice por mi propia voluntad —le explicó inmediatamente en cuanto Yolanda oyó que culpaba a Lucrecio. Se había vuelto instintivo para ella no querer que los demás hablaran mal de Lucrecio.

—¿Por qué?

Kenzo ya no podía controlar su falta de voluntad. Claramente había sentido que ella lo fue aceptando, pero ¡por qué volvió a cambiar la situación de pronto!

—Kenzo lo siento... es todo culpa mía, perdóname...

Yolanda no tuvo más que disculparse.

—¡No me digas que lo sientes!

¡No quería oír eso!

No se permitió quedarse aquí por un segundo más, arrojó con fuerza la silla y se fue con una vuelta.

Yolanda se quedó abrumada mientras miraba su espalda, sintiendo que su corazón como si hubiera sido apuñalado duro. Gordon tenía razón, era mejor mantener la relación simple y limpia. Desde que había elegido volver a la familia Castro, ya no podía tener más contacto con Kenzo.

Habría que romperse la relación cuando fuera debido, lo que sería lo mejor para todos.

Yolanda regresó a su dormitorio después de las clases. Como no había terminado de empacar todas sus cosas hace unos días y aún quedaban allá varios objetitos, vino hoy a recoger el collar que Lucrecio le había regalado.

Había pensado que no había nadie en el dormitorio, pero para su sorpresa, las otros tres estaban allí.

—¿Todavía te atreves a volver? —Zita siempre la primera en hablar— Ya le he dicho a la señora Felicia que vivís juntos, ¡espera y verás!

Yolanda no quiso discutir con ella. Se encaminó frente a su mesa, abrió el cajón y sacó su collar, luego se dio la vuelta e intentó marcharse.

—¡Alto ahí!

Zita la detuvo con la mano.

—No creas que no tengas nada que temer porque Kenzo te protege, por muy obstinado que sea sigue siendo el hijo de la señora Felicia, no puede protegerte en absoluto frente a la familia García, ¡no seas tan engreída!

—¿Suficiente sobre ti? Suéltame cuando hayas dicho basta.

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