Lydia cerró el portátil inconscientemente y no quiso que Eduardo viera en qué estaba trabajando. Tal vez fuera por sus inseguridades.
—Una amiga me pidió que le dibujara algo. Lo terminaré pronto. Puedes irte a la cama ahora...
Entonces quiso pasar por delante de Eduardo. Pero Eduardo le quitó el portátil y lo puso sobre el escritorio. Sus fuertes brazos la agarraron por la cintura y la presionaron sobre la cama.
Lydia sintió como si el mundo diera vueltas y luego estaba debajo de él. Se quedó atónita:
—Eduardo, ¿qué estás...?
Antes de que pudiera terminar la frase, Eduardo la besó.
Sus labios eran fríos y suaves, como de malvavisco y helado. Lydia abrió mucho los ojos y sintió algo extraño en su cuerpo. Quería alejarse pero no podía. Eduardo la besó lenta y suavemente como si fuera una obra de arte.
Maldita sea.
Estaba obsesionado con su sabor.
¿Los labios de las chicas sabían todos tan dulces como estos?
—Eduardo...
Lydia se asustó y lo apartó. Eduardo se detuvo y se dio cuenta de lo que había hecho.
Besó a Lydia a la fuerza.
Lydia se tumbó en la cama y sus ojos se llenaron de terror, asombro, ira y confusión.
—¡Eduardo! ¡Eres un idiota espeluznante! ¿Por qué me has besado?
—Es una recompensa —dijo Eduardo.
Pero esta mañana había sido un caos y no tuvo tiempo de pensar en ello. Ahora que estaba tranquila, lo recordó al instante.
—¿Lo sabes? —preguntó Eduardo.
No le habían contado a nadie el regreso del señor Ramón y sólo la familia León lo sabía. ¿Cómo lo sabía Lydia?
—No importa cómo me enteré de esa noticia... —Lydia no quería que Juana se metiera en problemas y empezó a suplicarle, mirándole fijamente y olvidando su incómoda posición—. Me lo prometiste. ¿Vas a romper tu promesa? Eduardo, esto es todo lo que he pedido. Por favor, déjame verlo.
Tal vez podría encontrar por fin el camino a casa si se reunía con él.
Eduardo se sentía deprimido. Por primera vez en su vida, sintió algo suave en su corazón. Finalmente dijo con tranquilidad:
—Pasado mañana. Es tu única oportunidad.
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Final sin sabor...