En realidad, Lydia no esperaba la respuesta. Al fin y al cabo, para Eduardo, Lydia no era más que la esposa de un contrato, pero Elena era su hermana.
Incluso por el bien de la familia León, no castigaría a Elena.
—No tienes que preocuparte por esto.
Como era de esperar, el tono de indiferencia de Eduardo hizo mella en el corazón de Lydia. Pero aun así sonrió y dijo,
—Está bien, confío en ti.
Al ver su brillante sonrisa, el corazón de Eduardo dio un vuelco. Le pareció increíble.
Había conocido a innumerables mujeres como las de la clase alta, elegantes, nobles, jóvenes, hermosas o encantadoras. Sin embargo, ninguna había sido como Lydia. Tenía una sonrisa brillante en su rostro, pero había una sensación de tristeza en sus ojos.
—¡Oh, no!
Lydia dio una palmada de repente y gritó, lo que hizo que Eduardo frunciera el ceño.
A él siempre le gustaba estar callado y tranquilo. ¿Por qué esta mujer siempre se sobresaltaba tanto?
—¿Qué pasa?
Pero al pensar en su olor y en su intimidad en la cama la noche anterior, Eduardo se obligó a reprimir su temperamento. Al fin y al cabo, se había llevado lo más preciado de una chica, y tenía que tratarla bien.
—Me olvidé de pedir un permiso. Ya es mediodía. Tatiana pensará que he estado ausente.
Lydia parecía preocupada. Aunque había ahorrado un poco de dinero después de dejar su último trabajo, rara vez había ganado dinero desde que llegó a Ciudad S. Para Lydia, el absentismo era un gran desastre, porque el dinero lo era todo a sus ojos.
Eduardo se quedó sin palabras.
Había pensado que podía ser algo terrible. Eduardo se frotó los oídos que casi se habían ensordecido por su fuerte grito y dijo:
—No hace falta que trabajes estos días.
La cara de Eduardo se volvió hosca. ¿Acaso Lydia lo miraba con tan malos ojos? Sin embargo, hoy estaba de buen humor y no quería discutir con Lydia. Miró a Lydia y le dijo,
—¿No quieres visitar al señor Ramón?
Lydia había planeado volver para recuperar el sueño. La noche anterior fue atormentada por Eduardo. Cuando se levantó por la mañana, incluso vio ojeras. Pero cuando escuchó las palabras de Eduardo, volvió a emocionarse. Eduardo le dio la razón tan rápido.
Miró a Eduardo expectante. Eduardo añadió,
—Ve a cambiarte de ropa. Tienes diez minutos.
Lydia se animó enseguida. Tardó en elegir, y finalmente escogió el vestido de Guillén, pero tras subir al coche, se sintió un poco nerviosa,
—El colgante se ha perdido. ¿No importa que vayamos sin él?
—No —respondió Eduardo con indiferencia.
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Final sin sabor...