—Señorita Lydia, ¡espera!
La voz ansiosa de Miranda sonó desde detrás.
Lydia parpadeó, estaba hablando con Javier sobre algo cuando giró la cabeza y vio a Miranda caminar hacia ella. Era alta y hermosa.
Esto era algo que Lydia tenía que admitir.
—¿Quieres algo? —dijo Lydia.
—La cosa es así —Miranda asintió a Javier, que le dijo a Lydia que le esperaba abajo, antes de que Miranda dijera de nuevo—. El presidente solía tomar café, pero... no soy muy buena preparando té, ¿me puedes ayudar? Soy la secretaria del presidente, Miranda.
Preparar el té…
Lydia sonrió educadamente.
—En realidad tampoco sé mucho, sólo creo que el café es malo para la salud. Puedes comprar el té ya preparado y meter directamente agua caliente. Tengo que irme ya.
Lydia siempre sintió que la tal Miranda no la miraba de forma amistosa y no quería causar problemas, así que la rechazó..
De repente una mujer de pelo ondulado apareció, se abalanzó sobre Miranda, y ésta derramó el café sobre Lydia.
—¡Ah!
—¿Estás bien?
La mujer frunció el ceño y al ver que Lydia llevaba ropa barata, la miró con desprecio.
—¿Estás ciega? ¿No me viste venir? Encima no te apartaste del camino. Derramaste el café de la secretaria Miranda. ¿Sabes que ese café es para el presidente? ¿Qué clase de repartidora eres? ¡Quiero presentar una queja contra ti!
Lydia se sujetó la frente con impotencia y su gesto pareció un signo de debilidad para la mujer. Ésta se volvió aún más arrogante.
—¿Qué, no lo puedes pagar? Si no puedes permitírtelo, discúlpate conmigo, y quizás te perdone si me siento contenta.
—¿Qué tú me perdonas?
Lydia, como si hubiera escuchado un gran chiste, se tapó de repente la boca y se rio. Puso cara de agravio y miró suplicante a la mujer.
—Señorita, sólo soy una simple repartidora. No se lo tome conmigo, o perderé mi trabajo.
—Ja, ¿ahora tienes miedo?
—Lo siento, ¿cómo quieres resolverlo? —Lydia parecía sumisa, pero pasó un brillo malvado por sus ojos. Miranda tuvo un mal presentimiento.
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Final sin sabor...