A la mañana siguiente, temprano, Lydia se estiró y se despertó acurrucada en su mullida almohada, frotándose cómodamente la cara contra ella.
Se acordó de repente que estaba casada.
—Ah...
Se incorporó, pero se sorprendió al no ver a Eduardo sentado en su silla leyendo el periódico. Recordó que Eduardo había ido al estudio a sus espaldas la noche anterior. No había vuelto ayer, ¿verdad? De todas formas no eran pareja de verdad, era raro durmiendo juntos todos los días.
Cuando se levantó y se preparó para asearse, se miró en el espejo llevando su pijama rosa y se quedó aturdida.
El cepillo de dientes se cayó al lavabo.
¿Ropa?
Recordó que anoche no estaba muy contenta, así que no estaba segura de cuándo se había quedado dormida y no tuvo tiempo de ponerse el pijama…
¿Lo había cambiado Eduardo?
La cara de Lydia se puso roja como una manzana cuando pensó en ello. Se obligó a calmarse, luego se lavó, bajó las escaleras y no pudo evitar el enrojecimiento de las orejas cuando vio a Eduardo sentado en el salón, desayunando elegantemente.
Esto….
Su ropa interior era de Bob Esponja anoche, ¿también la vio Eduardo?
«¡Quiero llorar!»
—Buenos días.
Lydia se acercó y saludó, Juana al instante añadió otra vajilla y saludó a Lydia con una sonrisa. Después de esperar a que Juana se apartara, Lydia miró a Eduardo.
Parecía como cualquier otra mañana, nada en especial.
—Esto… —dijo Lydia dudosa.
¡Era simplemente inhumano!
—Si no vas a hablar, cállate y come —Eduardo parecía impaciente. Su voz era baja y agradable.
«Dios, por favor mátame.
¿Por qué este hombre tiene una voz tan bonita?»
Lydia, reaccionando al hecho de que había estado siendo seducida, sacudió la cabeza y dijo solemnemente, —Eduardo, estamos casados por convenio, un matrimonio contractual, sabes lo que significa, ¿no?
—Sí. ¿Necesitas que te lo busque en Google?
—No, quiero decir que estamos casados pero sin poder hacer lo que hacen los matrimonios, así que no puedes tratarme…— Lydia luchó con las palabras a utilizar.
Antes de que ella pudiera decidir qué decir, Eduardo había dejado los palillos y dijo con cierta sorpresa, —¿Yo a ti? No pensarás que te había hecho algo, ¿verdad? —Eduardo soltó una suave carcajada— No me interesan las planchas.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Sorpresa de una noche
Final sin sabor...