El sol golpeaba sobre ellos cuando salieron del restaurante japonés. Las calles estaban llenas de peatones, vestidos con trajes finos, con móviles u ordenadores en las manos. Caminando apresuradamente entre la multitud, todos con expresiones de confianza en sus rostros.
Esta era la zona más próspera de toda la ciudad S.
«Realmente los envidio»
De repente, Lydia esbozó una sonrisa de angustia, ¿cuándo encontrará ella su valor?
—Señorita, ¿le gustaría venir a pintar un cuadro por treinta euros la pieza?
Lydia se asomó y vio a un hombre con pantalones de tachuelas y gorra tratando de buscar clientela. Su puesto estaba en el borde de la fuente, vestido de forma informal, con una pequeña trenza y unas gafas de marco dorado. Estaba sentado en un pequeño taburete junto a varios retratos y cepillos y otras herramientas.
—¿Cuánto cuesta esto?
—¡Treinta!
—Tengo prisa… La próxima vez.
Una mujer preguntó por el precio, luego sacudió la cabeza y se fue. El hombre se limitó a sonreír amablemente y pasó a preguntar a otra persona.
En una ciudad tan grande, había muchos artistas y pintores callejeros
Lydia no sabía qué le pasaba, se acercó al hombre. Éste lo notó y quizás porque le habían rechazado tantas veces y no tenía muchas esperanzas, dijo con voz desinteresada, —Señorita, ¿quiere un cuadro? Treinta uno, cincuenta dos para ti.
—Sí.
Miró los retratos del suelo, había viejos, bebés, amantes…
—¿Qué pasa? ¿No puedes dibujarme en esta pose? ¿Quieres que lo cambie por algo más sencillo? Pero es una bonita pose.
—...
Lydia miró a Rubén con vergüenza. Esta pose la había visto cuando había estado viendo vídeos y le pareció preciosa de pie en la playa con el pelo al viento, levantando perezosamente los brazos e inclinando la cabeza para que la brisa del mar la arrastrara.
Aunque ahora no hubiera brisa marina, ¡se podía sustituir con brisa normal!
Lydia estaba llena de alegría mientras ajustaba su pose e incluso sacó su teléfono e hizo una foto de sí misma, revelando una dulce sonrisa.
—Te daré más dinero. Usaré esta pose, ¿de acuerdo?
—De acuerdo… —la boca de Rubén se crispó mientras aceptaba. Le daba dinero, ¿por qué no?
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Final sin sabor...