Sorpresa de una noche romance Capítulo 94

Por supuesto que hará algo.

Eduardo asintió, mantenía a Lydia cerca para alejar de sí toda clase de mujeres, no para hacer el trabajo duro para su abuelo.

Había que saber lo grande que era la familia de la familia León, y si Lydia se quedaba a cargo de todo lo de la familia León, no podrá ni tocarla un pelo…

—Abuelo, es mejor que lo retires. He prometido dejar que Lydia venga a trabajar a la empresa —dijo Eduardo sin cambiar la cara.

¿Qué?

¿Ir a trabajar en la oficina?

Lydia había estado susurrando a su abuelo explicándole que realmente no era apta para ser ama de casa. Casi quería quedar como una chica de pueblo que no sabía leer ni escribir, cuando escuchó las palabras de Eduardo.

«¿Cuándo me prometió que podría trabajar en la oficina?

¿A cuánto es el salario y hay vacaciones?»

—¿Trabajar en la empresa? Eduardo, ¿cómo puedes dejar que Lydia trabaje en la empresa?

Ahora Carmen estaba de nuevo molesta y no pudo evitar hablar.

Hacía tiempo que quería que Elena trabajara en la empresa, pero Ricardo decía que una chica no debía salir a dar la cara, sino limitarse a tocar el piano en casa y criar flores. Carmen estaba muy reacia ante eso. Si su hija se quedaba en casa, cómo podría hacerse control del Grupo Emperador.

Y cómo iba a encontrar un yerno rico y guapo.

—¿Por qué no?

—Mamá, creo que es bueno que mi cuñada trabaje en la empresa, también mejorará la relación con Eduardo, ¿no?

Mientras Carmen seguía dudando, Elena ya había reaccionado y le había tirado de la mano. Le seguía guiñando el ojo, por lo que Carmen no se atrevió a hablar. Elena tenía razón.

Carmen sonrió inmediatamente y tocó la mano de Lydia con una sonrisa, —Lydia, me parece bien que vayas a trabajar, no estaba siendo lo suficientemente considerada. Qué tal así, ve a trabajar a la empresa. Que te acompañe Elena y así tienes compañía.

—…

¡Ella y Elena como compañeras!

¡Habrá sido mejor matarla!

A Lydia le entraron ganas de llorar. Pero al ver los ojos ansiosos de Carmen y Elena, tuvo que pellizcarse en la palma de la mano mientras accedía a hacerlo. Lo que fuera necesario para entrar en la empresa.

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