Daniela... ¿Sería igual que Martina? ¿Lo habría traicionado?
No...
Pero ya era seguro que ella ya lo había traicionado.
En este momento, llegó desde fuera la voz de pánico de la secretaria:
—Señorita, no puede entrar, ahora el presidente está...
La puerta del despacho se abrió de un empujón antes de que terminaran las palabras.
La persona que estaba en la puerta era Daniela cuya cara llenaba de ira.
En ese instante, sus miradas se encontraron.
José entrecerró ligeramente los ojos, disimulando bien su odio, pero su mirada era tan penetrante como un cuchillo.
Tras una pausa, Daniela respiró profundamente y se adelantó, interrogando palabra por palabra:
—¿Por qué estás con Leticia? Dijiste que no harías daño a la gente que me rodea, ¿por qué no cumpliste tu promesa? ¡José González! ¿Qué tan mal estuve ayer para hacerte enfadar tanto para jugar con ella para vengarte de mí?
José le lanzó una mirada indiferente y su voz era muy tranquilo:
—Antonio, sal e informa que se retrase la reunión.
—Señor...
—¡Fuera!
Con un rugido, el breve momento de calma se convirtió en un ambiente muy tenso y aterrador.
Antonio se asustó, no se atrevió a quedarse más e inmediatamente se dio la vuelta a irse.
En el amplio despacho sólo se quedaron los dos que se miraban.
José parpadeó y se le acercó tranquilamente. Sus dedos le agarraron con fuerza la mandíbula con los ojos clavados en ella y soltó unas frías palabras de los finos labios:
—Daniela, ¿todavía tienes el descaro de venir a verme?
—Ja, ¿por qué no me atrevo a venirte? Ahora eres tú quien ha roto tu palabra primero.
Daniela no entendió por qué podía ser tan cruel con ella. «¿Es una naturaleza suya?»
—¿Y qué? ¿Soy yo la que hizo el ridículo y creyó que no harías daño a mi familia sólo para descubrir, después de dar todo de mi, que todo era un juego que me hiciste?
—¡Cállate!
En este momento, José se enfureció, se abalanzó de repente y la presionó contra el escritorio, mirándola con rabia.
—Daniela, ¿hay algo más en este mundo a lo que tengas miedo?
—¿Qué? ¿Quieres castigarme? No es que no lo hayas hecho... Nada de lo que has hecho ha tenido un efecto fatal en mí. En ese caso, haz lo que quieras, de todos modos no puedo hacer nada al respecto...
En el momento en que Daniela perdió la cabeza, de repente fue besada.
Los dos cuerpos apretados demostró la locura del hombre.
Y el dolor casi penetró el corazón.
—Daniela, ¿por qué me traicionaste?
José le preguntó al oído en voz baja. El odio en sus ojos se hizo en un remolino, que casi la devoró.
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