—José... te odio... Mmm...
Antes de que pudiera terminar la frase, una gran mano le tapó la boca.
José se detuvo de pronto, un destello de tristeza brotó del fondo de su mirada.
La tortura se interrumpió abruptamente.
Daniela quien estaba al borde del colapso se calmó lentamente. Lo observó con sus ojos rojos abiertos y con rencor pero sin poder verlo claramente.
—¡Daniela, este dolor no es lo suficientemente para ti!
—¿Qué más quieres?
—Me gusta ver tu mansedumbre, aunque sea una mansedumbre comprometida.
En este momento, José entrecerró lentamente los ojos. En sus ojos se veía una extraña fiereza.
Daniela sintió un fuerte latido en el corazón y tuvo un mal presentimiento.
Sólo fue el comienzo. Aún no había terminado.
José sonrió ambiguamente y le murmuró al oído con voz ronca:
—Daniela, no es difícil que tomes la iniciativa para complacerme, ¿verdad?
Ante lo que dijo, se abrieron sus ojos de par en par asustada al extremo.
—Ser violada por mí delante de tanta gente, ¿este dolor te dejará recordable?
En este momento, José, perverso y brutal, era como Satanás en la noche oscura. Su aguda mirada parecía dispuesta a cortar su aliento en cualquier momento.
Daniela se congeló en total y vertió las lágrimas a gotas.
—¡Eres realmente cruel!
—Esta vez te dejaré elegir, si insistes en resistirte en este momento, entonces adelante... ¡Te encarcelaré despiadadamente para siempre, y entonces sí que no tendrás ningún valor!
Entrecerró ligeramente los ojos, hablando en forma agresiva.
Pero cuando Daniela lloraba derrumbada, se limitó a cerrar los ojos e intentar desesperadamente escapar de su situación.
Sus acciones lo enojaron.
—¿No vas a elegir? Entonces yo lo haré por ti.
«No me fuerces así...»
Ambos resultados eran peores que la muerte.
Daniela dudó una y otra vez, llorando hasta ahogarse, pero siguió sin decir ni una palabra.
José soltó de repente una significativa carcajada, levantó lentamente los ojos y abrió la boca:
—¡Antonio, deja entrar a la junta directiva!
Fuera de la puerta, la voz de Antonio fue acompañada por el sonido de la puerta abriéndose.
Este sonido atravesó el corazón de Daniela.
—Ah... no...
En menos de un segundo, se arrojó sobre los brazos de José sin previo aviso. Bajo su desordenado pelo negro se veía un rostro extremadamente pálido y lleno de lágrimas. Su cuerpo tembloroso se estrechó contra él, pero no pudo sentir ningún calor, sino más bien frialdad.
Los ojos de José brilló una saña y, casi simultáneamente, regañó:
—¡Fuera!
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