Al oír estas palabras, Micaela se quedó estupefacta, con sus ojos llenos de asombro.
Carlos le pellizcó suavemente la mejilla y continuó:
—La demostración de afecto entre Ernesto y Alba, sin duda alguna, le hiere el corazón a mi asistente, por lo tanto, no puedo dejar a Ernesto sobrepasarse demasiado.
«¡¿A Diego le gusta Alba?! ¿Por qué yo no notaba ninguna señal?»
Luego, Micaela se bajó del coche y se quedó extremadamente sorprendida en el mismo lugar al ver el paisaje que tenía adelante.
Carlos, que estaba a su lado, la cogió en sus abrazos y le preguntó mientras sonriendo suavemente:
—¿Es bonito?
Micaela asintió inconscientemente.
¡Todo era tan bonito!
Delante de ella se extendía un campo interminable de lavandas en flor y toda la ladera estaba teñida de violeta por las flores.
El paisaje era tan hermosa como un mundo del cuento de hadas: en el cielo del color azul puro, unas cuantas nubes blancas flotaba perezosamente y varios molinos de viento se giraba lentamente entre un mar de flores púrpuras que desprendían una agradable fragancia, dando mucha calma a la gente...
Alba, quien se había bajado del coche primero, compró en la tienda dos guirnaldas tejidas por lavandas violetas, con una puesta en su propia cabeza, y se acercó corriendo hacia Micaela con la otra en la mano.
Le puso otra guirnalda en la cabeza a Micaela y dijo:
—¡Qué guapa estás ahora! Mica, ¡vamos allí!
Tras decir esto, tirando de la mano de Micaela, Alba caminó hacia el mar de flores con mucha emoción.
Ernesto sacó conscientemente su celular para tomar fotos para las dos bellas.
Diego, que se ponía de pie al lado de Carlos, dijo de repente:
—Gracias, señor.
En ese momento, si Ernesto hubiera besado a Alba delante de Diego, él probablemente no habría podido fingir estar imperturbable como si nada hubiera pasado.
Carlos apartó los ojos de Micaela y miró a su asistente:
—Diego, tienes tu propio destino.
Este asintió con la cabeza y respondió:
—Señor, lo entiendo. Pero señor, tengo curiosidad por saber desde cuándo se enteró de que siento algo por Alba...
Carlos dijo sin pensárselo dos veces:
—Fue cuando estábamos remando en la Nación Mangzarent.
Diego se quedó bastante sorprendido al escuchar las palabras de su jefe.
«Sí que empecé a sentir algo de afecto vago por Alba desde ese momento. ¿El señor Aguayo tiene una vista tan astuta que descubrió esto tan fácilmente?»
Un destello de luz se le pasó por la cabeza y Diego preguntó inconscientemente:
—Señor, ¿entonces sabe que la persona que realmente gusta a Alba es...?
Carlos le lanzó una mirada severa al asistente y lo interrumpió:
—Diego, sería mejor que mantuvieras algunas cosas en el fondo del corazón.
—Sí, señor.
Diego entendió en un instante que su jefe debería saberlo todo.
Mirando a Ernesto que no estaba muy lejos, Diego adivinaba que él debería saber lo que sentía Alba por su jefe.
«No es fácil para estos dos señores nobles cuidar meticulosamente a la mujer que amaban respectivamente y cautelosamente la amistad entre esas dos mujeres a la vez.»
Las dos chicas se lo pasaban muy bien entre el mar de flores. Ernesto les había comprado dos sopladores de burbujas. Las dos agitaron el soplador en sus manos y al instante se vio salir una serie de burbujas multicolores, flotando en el mar de lavandas.
Sin saber cuánto tiempo pasó, ellos llegaron a un hotel llamado Casa de Flores.
Era un hotel de dos pisos, construido por madera. Delante del hotel había una terraza donde se alzaban varios parasoles con sillas de madera debajo.
Ernesto ya estaba bastante cansado después de correr de un lado a otro en el mar de flores, así que cuando vio las tumbonas bajo las sombrillas, se sentó inmediatamente.
Carlos se puso de pie bajo una sombrilla, con los ojos puestos en Micaela, que todavía estaba divirtiéndose con Alba no muy lejos.
Al verlo, Ernesto gastó broma hablando:
—Carlos, has estado observando a Micaela durante un día. ¿No te basta todavía?
Este se mantuvo callado sin responder.
Diego se adelantó e intervino:
—Señor Mancebo, ¿pues has mirado suficientemente a la señorita Gilabert?
Ernesto cerró la boca de inmediato.
«No, ella es tan hermosa, nunca me cansaré de mirarla jamás.»
Micaela tomó la mano de Carlos y dijo mirándolo a los ojos:
—¡Carlos, el cielo nocturno aquí es tan hermoso con las estrellas brillando!
Este echó una ojeada al cielo, luego miró hacia la mujer con sus profundos ojos y dijo cariñosamente:
—Eres más hermosa que el cielo nocturno.
Micaela se sonrojó ante sus palabras y cambió de tema:
—¿Sabes dónde están la Osa Mayor?
Al oír estas palabras, el hombre miró al cielo buscando cuidadosamente.
Poco después, levantó la mano y gritó:
—¡Ahí está!
Micaela siguió su dedo y miró hacia arriba.
—Mira, está ahí...
Bajo la guía del hombre, Micaela encontró la posición del Carro entre las estrellas. Muy emocionada, ella se incorporó del césped y se dio la vuelta con la intención de compartir con Alba, pero vio que su amiga estaba tumbada al lado de Ernesto susurrando.
Pensando en el pobre asistente Diego, bajó la voz y habló con el hombre:
—Carlos, no habría debido dejar a Diego venir con nosotros.
Carlos extendió la mano y puso su cabeza contra su pecho, y Micaela sintió que su pecho subía y bajaba mientras hablaba.
—Tonta, Diego no es tan vulnerable como crees. Uno siempre necesita enfrentar valientemente sus sentimientos antes de poder seguir adelante, ¿entiendes?
Micaela sentía que Alba ya formaba una parte paulatinamente de la vida de Ernesto, y que los sentimientos de Diego por Alba estarían destinados a quedarse en vano.
Ella ajustó su postura, con la cabeza apoyada en el hombro del hombre, mirando cómodamente el hermoso cielo estrellado.
El vasto cielo nocturno estaba cubierto de estrellas parpadeantes, y de vez en cuando se podía ver meteoros pasándose rápidamente por allí, haciendo la noche más hermosa.
Micaela, quien quisiera mucho grabar para siempre este paisaje bonito en su mente, estrechó la mano hacia el cielo, como si fuera a bajar una estrella, y susurró:
—Carlos, ¡el cielo está tan alto y tan lejos!
Carlos frotó con mucha suavidad su barbilla contra la parte superior de la cabeza de la mujer y dijo afectuosamente:
—Sí que el cielo está alto y lejano, pero la mujer a la que más amo está al alcance.
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