Entonces Ana notó que Micaela y una mujer de mediana edad que parecía muy temperamental estaban de pie juntas y estrechando la mano.
La profesora de piano miró a Ana y le echó una sonrisa. Le dio unas palmaditas en la mano de Micaela y le dijo sonriendo.
—¿Es tu amiga? No tengo más que hacer. Seguid las compras. Tengo que irme.
—Bueno.
Cuando la maestra soltó la mano de Micaela y se volvió para salir, Micaela habló enseguida.
—Profesora, ¿me puede dar su número de teléfono? Voy a visitarlo cuando estoy libre.
Micaela no sabía por qué en su corazón tenía una sensación de encontrarse con una vieja amiga, pero sus palabras saltaron como así naturalmente.
—Está bien.
La profesora sacó la libreta que guardó en la bolsa, escribió su número en un papel, se lo entregó a Micaela y luego se marchó.
Micaela y Ana vieron a la profesora saliendo y después Ana preguntó —Micaela, ¿es ella tu pariente?
«Parece que ellas están muy familiarizadas la una con la otra.»
Micaela no sabía cómo hacer la explicación, entonces le dio una contesta ambigua.
—Debería ser.
Ana se quedó sin palabras y pensó que la respuesta era ridícula.
Sin embargo tampoco se preocupó por esto.
—Micaela, ¿te parece bien este vestido?
Ana se dio la vuelta dos veces mientras hablaba.
Micaela se encontró un poco preocupada, pero todavía admiró a Ana con cuidado y dijo.
—Muy hermoso. Te hace más joven.
Ana dijo con alegría.
—Decido comprarlo. ¡Dependiente, la cuenta, por favor!
Micaela volvió a sentarse en el sofá y puso el papel escrito en la bolsa.
Ella no se acordó de los sucesos, pero con el tiempo pasado tanto, ya estaba acostumbrada.
Pero si fuera diferente de lo que dijo la Tía Marta, Micaela debería prestar la atención.
Ella tomó una decisión en secreto en su corazón.
Finalmente Ana dio un poco de holgura a Micaela y a su cartera, y decidió regresar a casa.
Ellas dos caminaron hacia el ascensor.
—Micaela, tengo algo que preguntarte siempre.
Ana dejó de andar con una cara seria.
—¿Qué?
Ana miró fijamente a los ojos de Micaela.
—¿Has usado lentes de contacto cosméticos? ¿De qué tono son?
Micaela se quedó confundida.
—¡No los he usado!
Micaela nunca pensó en poner las películas sobre sus ojos.
—Pero tus ojos son muy bonitos. ¡Qué encantadores!
Micaela no sabía cómo responderle.
De hecho, en el pasado, algunas personas incluida Alba dijeron tales cosas.
—De veras, no los he usado. ¡Podría ser por los gentes!
—Ah, es la verdad. Veo que mucha gente usan esos lentes, pero sus ojos todavía no son bellos como los tuyos. ¡Qué maravillosos son los gentes de tu familia!
Micaela solo le dio una sonrisa porque no tenía ninguna impresión sobre cómo eran sus padres.
En la Familia Elvira no había ni un solo álbum de fotos del pasado.
Alguna vez ella también preguntó a su Tía Marta cómo eran sus padres, pero la tía la regañó bastante y luego dejó la verdad pendiente.
Micaela y Ana tomaron el ascensor hasta el primer piso y salieron del centro comercial.
—Micaela, vamos a cenar.
Ana gritó alegremente mientras salía.
Micaela atrajo su atención a la figura alta y delgada en la plaza frente al mercado en la distancia.
De repente ella se sintió muy dulce en la mente y le respondió a Ana.
—Cenamos la otra vez.
—No, no hace falta. ¡Voy a tomar un taxi!
Inmediatamente Ana se dio cuenta de que ella debería salir lo antes posible y no podía ser bombilla entre ellos.
Llamó un taxi y luego entró al centro corriendo para llevarse sus cosas.
Micaela quería ayudar a Ana pero Carlos le agarró el brazo.
Diego, que estaba al lado del auto, siguió conscientemente a Ana.
—¿Has comprado mucho?
—¡Sí, un montón!
Micaela le respondió sin notar que Carlos sonrió más profundamente.
En tal caso, Ana y Diego iban y venían varias veces y por último, llenaron todo el asiento trasero del taxi.
Sin embargo, el rostro de Carlos se volvió más y más frío.
No fue hasta que Micaela y Ana se despidieron y el taxi se fue que Micaela se dio cuenta de que la cara severa de Carlos parecía congelarse.
—Me dices que has comprado mucho, ¿no es cierto? —Carlos preguntó.
Micaela estaba muy desconcertada y le contestó honestamente.
—Sí, todo es de Ana. Ella disfruta de las compras.
Micaela sintió que esto no fue lo que le importaba a él, y de pronto, las palabras que dijo él por la mañana surgieron en su mente.
—A comprar más cosas que te gusten al pasear por las calles. No hay contraseña para la tarjeta. Compra lo que quieras.
«¿Está enojado porque no he comprado nada?»
Micaela le explicó con mucho cuidado.
—No he encontrado algo que me gusta, y entonces nada he comprado.
La cara de Carlos se volvió levemente menos seria pero todavía con frialdad.
Diego dio un paso adelante y abrió la puerta trasera.
—Señor, señorita, por favor.
Carlos le indicó a Micaela que subiera al coche primero y Micaela lo hizo sin vacilar.
La expresión facial de Carlos mejoró un poco y él también ingresó en el auto.
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