—En el armario hay pijamas. Ve a bañarte.
Micaela echó una mirada hacia la blanca cama de tres metros sin saber cómo actuar.
Al ver su cara nerviosa, Carlos dijo con una sonrisa mala.
—Me encantaría ayudarte a ducharte.
Micaela se sonrojó y sacudió la cabeza con esfuerzo.
—No, no lo necesito.
Carlos levantó la barbilla de Micaela, mirando su cara enrojecida, y se recordó a sí mismo de que no debía asustarla, y entonces habló con ella en voz baja.
—Tengo algo que hacer en el estudio. Vete a dormir primero y no me esperes.
Micaela respiró aliviada y luego reaccionó bruscamente.
—Nadie va a esperarte. Yo tampoco.
Cuanto más hablaba ella, se puso más roja su cara. Carlos se rió con mucha satisfacción, luego la saltó y se marchó.
Micaela frotó su cara que estaba a punto de quemarse, abrió el armario, seleccionó un albornoz y luego entró en el cuarto de baño.
Después de que Micaela se arregló, Carlos todavía no regresó. Micaela se acostó y la cama le parecía cómoda. Ella agarró una almohada para sostener en sus brazos y se sintió confortable después de un baño caliente. Su somnolencia aumentó y cuando durmió, ella todavía estaba pensando en no volver a pasear por las calles.
A la hora que Carlos regresó a la habitación, Micaela ya estaba bien dormida.
Estaba acostada de lado, cuyo cabello largo estaba esparcido sobre la almohada, con el otro cojín sostenido con fuerza en sus brazos. Carlos no pudo evitar sentirse un poco celoso del cojín.
Después de la ducha, Carlos se acostó al lado de Micaela, él retiró suavemente la almohada que ella tenía en sus brazos y luego la abrazó, así que Carlos dio un suspiro felizmente.
«Buenas noches, mi nena. Aún tenemos mucho tiempo por delante. »
Micaela no se despertó hasta las nueve del día siguiente. Levantó el cuerpo, se sentó y observó alrededor de esta habitación gigante.
No encontró la figura de Carlos, pero alrededor todavía estaba rodeada por su aliento.
Micaela soportó su cara y pensaba que ayer ir de compras era tan cansado que ella ni siquiera sabía cuándo entró él.
Otra vez durmieron en la misma cama.
Micaela revisó su ropa, vio que estaba bien vestida y no se sintió incómoda en su cuerpo. Micaela cubrió su cara con las manos, porque no podía evitar dudar en su cerebro de si no era suficientemente atractiva para Carlos o este hombre tenía un enfoque sobresaliente.
«O simplemente es muy caballero. »
«¿Acaso todavía quieres que os pase algo?»
Micaela tenía un lío en la cabeza. Vio que la bolsa traída anoche estaba sobre la mesa, apuradamente se levantó de la cama, se vistió, se lavó y bajó las escaleras.
—Srta. Noboa.
Sofía estaba mandando a la gente en la puerta para que entraran trasladando un colchón adentro. Cuando vio a Micaela bajar, se apresuró a saludarla.
—Sofía.
—Buen día, señorita. Anda a desayunar. La comida ya está lista. El señor se ha ido temprano.
Micaela continuó pensando que él estaba tan ocupado que no podía descansar los fines de semana.
—Srta. Noboa, el señor dice que le ha preparado un ordenador y está en el estudio. Usted puede consultar páginas en la red si le parece aburrida.
¿Un ordenador?
Justamente Micaela quería buscar algo para hacer y así no le quedaría tiempo para pensar mal.
Después del desayuno, Micaela subió al piso y entró en el estudio.
La habitación era muy limpia, sin la menor mancha y con un fuerte olor de libros. Primero ella vagó por delante de las estanterías altas.
¡Había montones de libros e incluso muchos estaban agotados! ¡Los numerosos eran los que quería leer Micaela!
Ella estaba un poco emocionada. ¡Hoy no quería salir del estudio!
En la mesa al lado del sofá había un ordenador nuevo.
Micaela se sentó y encendió la computadora para instalar el software que necesitaba.
Aunque no trajo los bosquejos, los trazos del diseño ya estaban en su mente y ella podía dibujar primero un proyecto aproximado.
Micaela se dedicó a su trabajo. Al mediodía, Sofía subió para llamarla a comer. Después del almuerzo, Micaela volvió al estudio hasta que sonó una voz masculina, profunda y suave.
—¿Has terminado todo?
Micaela levantó la cabeza y adcirtió que Carlos estaba inclinado sobre ella, con los ojos negros mirándola.
En seguida Micaela quería levantarse. La mesa era relativamente baja, por lo que ella estaba arrodillada frente a la mesa, pero se olvidó de que había estado en esta postura durante mucho tiempo, se quedó patitiesa y luego tropezó hacia adelante.
Carlos la abrazó totalmente y la fragancia que flotaba en sus fosas nasales lo hizo apretarla aún más fuerte entre sus brazos.
—¿Me extrañas tanto? Incluso tomas la iniciativa de darme un abrazo, ¿en serio?
—¡Pon la tarjeta si te gusta!
Diciendo esto, Carlos extendió la mano y tomó el teléfono que ella había dejado sobre la mesa, e insertó la tarjeta en el nuevo equipo fácilmente.
Al ver que él actuó con el ímpetu de un rayo, Micaela no tenía ninguna oportunidad para el rechazo en absoluto.
—Carlos, ¿cuánto cuesta el teléfono?
Carlos la interrumpió.
—No te hace falta devolverme el dinero.
Carlos estaba un poco enfadado, porque quería darle este regalo y naturalmente ella no necesitaba pagar.
Micaela movió la cabeza con una cara seria.
—No puedes, Carlos. Me has ayudado mucho.
Micaela todavía no terminó sus palabras, pero de repente Carlos la empujó hacia el brazo del sofá y su cuerpo la cubrió. La miró con los ojos profundos y dijo en voz baja.
—Micaela, ¿no sabes que lo más tabú para un hombre es cuando una mujer le dice que no puede ?
En un instante, Micaela se sonrojó.
—Quizás yo debería necesitar las acciones prácticas para probar si puedo o no.
Dicho esto, Carlos bajó la cabeza y besó sus labios rojos. Este beso fue tan repentino que Micaela no respondió por un momento.
—Nena, cierra los ojos.
—Bueno.
Micaela respondió estúpidamente. Carlos vio que ella no tenía intención de rechazarlo, y encontes volvió a besar sus labios seductores sin vacilar.
El corazón de Micaela latía violentamente. Ella sintió que los labios de Carlos suaves y ligeramente fríos estaban presionados contra los suyos e inconscientemente cerró sus ojos.
El encantador aliento de Carlos se quedó entre los labios y dientes de Micaela, y ella le contestó con cuidado e involuntariamente, y lo que logró ella fue aún más...
La respiración de Carlos se volvió cada vez más desordenada. A ella le pasó la mano por la espalda y la abrazó más hacia él mismo.
No fue hasta que Micaela sintió que no podía respirar más que se dio cuenta de que estaba completamente cubierta por él en el sofá. Ella se recuperó el conocimiento y entró en razón, y luchó empujando contra él con sus manos.
Carlos la soltó y notó que sus ojos estaban extraviados, su cara se volvió sonrojada y sus labios se quedaron ligeramente hinchados. Involuntariamente él le besó la frente, la mejilla, la punta de la nariz y la barbilla con satisfacción. Luego, por encima de ella, seguía observando sus ojos hermosos en una distancia de unos pocos centímetros y dijo en voz baja.
—Creo que sobre la cuestión de si puedo o no, necesito continuar algo más.
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