- Lo siento, Myron Markovich.
Estaba a punto de dormitar en el sofá cuando, de repente, oí voces fuertes y sin alegría. Me levanté bruscamente de la almohada, arreglando mi ropa. En mi interesante condición, quiero dormir todo el tiempo.
- ¡Ay, qué desgracia, Bulat!
Una de las voces pertenecía a Bulat, la otra me parecía desconocida.
- Todo irá bien, los médicos me aseguran que el peligro ha pasado.
Eché una mirada al pasillo, pero todo lo que pude ver fueron sombras. La tensión nerviosa regresa a mí de nuevo.
- ¡¿Has encontrado esas cosas?! ¿Los has encontrado?
- Buscando. Poniendo patas arriba cada centímetro de la ciudad. Los bastardos que dispararon lo van a lamentar. Ya tengo una pista, estoy adivinando quién lo hizo.
Los hombres guardaron un momento de silencio por los desafortunados acontecimientos.
- Bueno, vayamos al grano.
- ¿Con qué motivo me has invitado aquí?
- Vamos a la sala de estar.
Pasos. Ahora veo a los dueños de las voces y veo la que pertenece a una voz desconocida, ronca y con acento de cartón.
El caballero, de aspecto desaliñado, lleva un traje marrón oscuro. Camina de forma importante y sin prisas. Se sienta frente a mí, cruzando sus manos regordetas en su regazo, estudiándome con sus pequeños ojos grises. En su dedo anular lleva un grueso anillo de oro con una enorme piedra roja.
Me quedé mirando su cara, y me resultó vagamente familiar. Lo he visto antes en alguna parte... ¡Oh, sí! ¡Por supuesto! En el restaurante, en la fiesta de compromiso.
- ¿Quién es la chica? - El hombre importante entrecierra los ojos con desconfianza. Me mira como una enorme cucaracha de la basura.
- Me conformaré con una madre de alquiler. Pero nadie puede saber que ese niño no ha nacido de mi hija sino de otra persona. Todos firmaremos un voto de silencio.
- Entiendo sus términos. Bueno, entonces esperaremos al notario. Lo preparará todo y la transacción se realizará inmediatamente. Sugiero que almorcemos mientras tanto.
Los hombres salen del salón.
Bulat sólo me miró una vez, y fue cuando se iba. Me indicó con la cabeza que me quedara aquí por el momento.
Mis pestañas son viscosas, estoy cansada de luchar contra la somnolencia y me permito tumbarme en el sofá con los pies en alto. Me acurruqué allí, abrazando mi estómago. Lo acaricio suavemente, sintiendo el calor que me gusta.
- Va a estar bien, nena... Va a estar bien...
Me lo susurro más a mí misma que a mi pequeño bebé y me quedo profundamente dormida.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Te tomo prestado