Sollocé felizmente y me apoyé en él, olvidando por un segundo aquella desafortunada conversación. Bulat me acarició el pelo y me susurró algo en la parte superior de la cabeza cuando nadie miraba.
- Te echo de menos...
Yo también.
Susurro sólo con los labios y me alejo bruscamente al oír el timbre. Bulat también. Nos giramos y vemos a la chica de la limpieza. Se queda en la puerta y nos mira con ojos vidriosos. Luego gime distraídamente, se arrodilla y recoge el cubo de solución jabonosa que se le ha caído accidentalmente del suelo.
- ¡Tía despistada! ¡Limpia eso ahora! ¿Cómo te atreves?
Un hombre con traje, el gerente, se precipita detrás de ella y la castiga, casi golpeándola en la cara. Luego dirige la mirada a su amo y comienza a hacer un informe somero sobre lo que está ocurriendo ahora en la casa del millonario Bulat Basmanov.
- ¡Señor! Hemos comenzado los preparativos para las fiestas. Se acaba de entregar un espléndido arco con lirios y orquídeas blancas como la nieve.
- Llévalo a la sala. Pondremos la mesa allí. ¡Oh, ten cuidado! ¡Si algo se daña, te quitaré el sueldo o serás despedido deshonrosamente! ¡Estás al mando, Boris!
Él asiente, la chica se disculpa.
- Entendido, lo siento.
La criada se limpia rápidamente y sale corriendo a hacer sus necesidades.
Estamos frente a frente en silencio.
- Así que...
Hablamos juntos a coro.
La expresión del rostro de Bulat cambió: una frialdad se instaló en él. Las chispas de felicidad ya no bailaban en sus ojos negros. No sé qué decir de mí.
- Sí, la boda tendrá lugar en unos días. Nos hemos decidido. Victoria lo quería cuanto antes... No hay razón para esperar más.
- Ya veo.
- ¿Qué fue? - Pregunté con sueño.
- Un regalo de mi señor. Debe ser para la fiesta de mañana. Pruébatelo, si es demasiado grande te lo cosemos.
Cerró la puerta con fuerza detrás de ella, y con dedos temblorosos, por el esfuerzo, desaté la cinta brillante de la caja. Abrí la tapa y saqué la tela azul cielo que crujía y era agradable al tacto. Lo escudriñé desde todos los ángulos.
Por primera vez no quise aceptar un regalo de Bulat. Quería tirar el vestido, cortarlo en pedazos por celos y rabia. Y luego quemarlo. A pesar de que el vestido era deslumbrantemente hermoso, increíblemente caro.
Lo apreté contra mi pecho, una lágrima rodó por mi mejilla...
Me di cuenta de que la tela del traje olía a él. Bulat... Que tenía su olor.
Sollozaba en silencio y me lo imaginaba eligiendo este vestido para mí, acariciando este tejido vaporoso y caro, acariciando mis curvas mientras yacíamos en la misma cama, desnudos y felices, después de nuestra larga noche de vívida locura con él.
Esta noche es la última que podemos estar juntos. A partir de mañana Bulat será de otra persona.
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