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A la mañana siguiente cuando Iván fue a buscar a Paula, se encontró con la sorpresa de que su amiga se encontraba indispuesta para ir a trabajar y por más que Eugenia le insistió en que no podía verla, Iván se aferró hasta el grado que subió las escaleras para poder verla en el corredor; Paula salió con el labio hinchado y un morado cerca del ojo.
―¡Fue tu padre!― Aseguró él con furia.
―Sí, pero…
―¡Pero nada!, en este momento verá quién soy.
―¡Basta Iván!, no hagas nada. No empeores la situación por favor.― Le rogó ella mientras lo tomaba del brazo.
El instinto protector de su amigo era increíblemente alto cuando se trataba de Paula y ella suponía que era debido a que Iván había sido testigo de tantas situaciones con respecto a su vida que ahora era ya no le era posible pasar nada por alto.
―Metí una denuncia temprano, no creo que haga nada la policía pero al menos ya están avisados.― Le consoló ella.
Iván la tomó del rostro y la observó por unos momentos. El hermoso rostro de la mujer que amaba se encontraba lastimado y de nuevo sus ojos se veían tristes, era evidente que otra vez Paula había llorado por una situación que su propia familia había provocado.
―Vente a vivir conmigo, a mi casa, mi hermana y mis padre estarán de acuerdo, te alejarías de aquí, y ya no te enfrentarías a esto.
―No Iván―negó Paula de inmediato― sabes que no es correcto, además Eugenia se quedaría sola.
―Pues la llevamos a la casa y ya, le daríamos el trabajo y todo estaría bien.
A Paula le daba una inmensa ternura todo lo que le ofrecía Iván y a veces se sentía una tonta por no tomarlo. Con él tendría un esposo amoroso, trabajo, dinero, una casa linda llena de amor y todo eso que cualquier mujer deseaba pero, había dos problemas, el primero era que ella no era cualquier mujer gracias a todas las habladurías y situaciones que la rodeaba y segundo, quería a Iván pero como un hermano, no como algo más. Paula no sentía más que una ternura infinita y un gran agradecimiento hacia él. En el pasado había intentado quererlo, incluso se habían besado, pero no había nada, ni una sola pizca de deseo.
―Iván, gracias… pero prefiero quedarme aquí. Además si me voy, las cosas empeorarán, pero te prometo que si se vuelve a repetir, en ese mismo momento tomó mis cosas y me voy contigo.
―Eso espero― respondió mientras acariciaba su rostro― y ¿por qué pasó esto?, ¿fue el alcohol?
Paula volvió a negar y en un murmuro contestó― ayer Martina y yo fuimos con Fernando a la playa y regresamos un poco tarde.
―¿¡Qué?!― Preguntó Iván sorprendido.
―Sí, llegó de pronto y nos llevó a San Carlos.
Celos, esa es la palabra envolvía los sentimientos de Iván, celos absolutos e irremediables al saber que Fernando Saramago había pasado la tarde a solas con la mujer que amaba.
―Sabes que no puedes tener contacto con nadie de esa familia― le advirtió tratando de que no se notaran sus celos entre las palabras que le decía― que es mejor para ti no salir todo el tiempo.
―Pero no lo pude evitar, además Fernando es mi amigo al igual que tú,¿qué no tengo derecho a salir?, ¿a disfrutar?,¿debo quedarme todo el tiempo encerrada en esta casa cuando es el mismo infierno adentro que afuera?― preguntó un poco molesta.
Iván de pronto se sintió mal, ella tenía razón, una salida con alguien que anteriormente había sido su amigo no tenía nada de malo, además, Fernando Saramago se iría al final del verano y ya no lo volverían a ver jamás.
―Tienes razón―respondió― pero tu padre no lo ve así y mucho menos doña Minerva.
―Pues no me importa cómo lo vea ella, después de todo lo que ha hecho en este lugar con sus chismes esto ya no me interesa.
Iván abrazó a su amiga fuerte y luego la volvió a ver al rostro―si quieres no vayas a trabajar.
―No, no, iré prefiero mil veces irme a trabajar e inventar cualquier cosa que quedarme aquí encerrada con mi tía y mi padre, mejor vámonos.
―¿Seguro? ― Insistió Iván, sabiendo que tan solo pisara fuera de su casa la gente comenzaría a hablar.
Su hijo sonrío, y la abrazó de inmediato― gracias por entender madre, de verdad que es un alivio para mi.
―Soy tu madre, yo siempre estaré de tu parte― respondió. Ambos se sentaron en el comedor de la terraza para desayunar, cuando estuvieron más tranquilos ella le preguntó ―¿Qué harás hoy?
―Iré a ver a mi tío Fausto a la empresa y de ahí pienso llevar a Paula al mirador.
―¿Al mirador?
―Sí, ayer le prometí algo, así que regresaré por la tarde por algunas cosas que necesito y regresaré por ella, supongo que estás de acuerdo ¿no? ― preguntó asegurándose que su madre siguiera de acuerdo en que él debía tomar sus propias decisiones.
―Me parece bien, espero que se diviertan juntos y me alegra que vayas a ver a tu tío, no estaría mal que te pusieras al tanto de la empresa ya que tu padrastro la lleva tan bien con él.
―No voy a ver nada de la empresa, sólo lo iré a visitar y a preguntarle algunas cosas.
―¿Cómo qué? ― insistió Minerva.
Fernando dudó un segundo en contarle pero después habló― Paula me comentó que me enviaba unas cartas cuando recién me fui de ahí, así que pienso preguntarle a mi tío qué pasó con ellas.
Minerva sintió como la presión le bajaba de pronto, haciendo que su piel cambiara de color a uno tan pálido que fue notorio hasta para su hijo que inmediatamente se preocupó.
―¿Estás bien?
―Creo que me siento mal…― murmuró para luego caer desmayada sobre la silla.
―¡Mamá!― Exclamó Fernando mientras se ponía de pie y trataba de reanimarla.
El grito alerto al personal de la casa que en unos segundos ayudaron al joven a subir a la madre a su habitación para que descansara y se recuperara mejor. Fernando pidió que llamaran al doctor para asegurarse de que su padre se encontraba bien, ya que sabía tenía problemas de salud desde que su padre había muerto. Pero, con lo que no contaba Fernando es que el pronto desmayo de su madre ante la situación de las cartas no era más que un vil engaño y manipulación de su parte para lograr que el joven no se dirigiera a la empresa y le preguntara a su tío sobre las cartas que, como era evidente, jamás le habían llegado y no porque su tío no las hubiese mandado, si no porque Minerva, hace años atrás, había sobornado al hombre del correo postal para que éste jamás las enviara. Aunque de nuevo, a pesar del espectáculo que había protagonizado en la mañana, ella no sabía que cuando algo está destinado a ser tuyo nunca llega tarde, si no que lo hace en el momento preciso.
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