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Paula abrió la puerta de su casa par encontrarse con el rostro de Fernando Saramago y de inmediato le contagio la sonrisa.
―¿Qué haces aquí?― Preguntó haciéndolo pasar adentro de la casa aunque ya no sabía si era mejor que se quedara afuera o adentro.
―Vine por ti, fui al almacén a buscarte y me dijo Salma que hoy descansabas, me mentiste, dijiste que tenías que trabajar.― Le reclama.
―Bueno… yo.
―¡Al fin nos vamos!― Expresó Martina mientras se acercaba a la puerta de la casa. De pronto vio a Fernando y puso un rostro de extrañeza― ¿Quién es él?― dijo Martina mientras veía a Fernando.
―Es Fernando, no te acuerdas de él porque todavía no nacías cuando él vivía acá.
― ¡Ah!, ¿es el de la plática de la mañana?― Preguntó con picardía.
―¡No!― Reaccionó Paula mientras le cubría la boca a la niña haciendo que Fernando se riera.
―Mi nombre es Fernando Saramago, soy amigo de Paula, ¿tú quién eres?
―Soy Martina Pérez Cruz, soy ahijada de Paula.
―Es la hija de Eugenia.―Agregó Paula.
―¡Vaya!, con razón eres tan bella.
―Me caes bien― respondió la niña inquieta―¿Entonces ya podemos ir a la playa?― Preguntó.
Paula vio a la niña con una mirada que expresaba “cállate”, pero era muy tarde, Fernando ya se había dado cuenta de la situación y estaba por hacer planes.
―¿Puedo ir?, tengo mi traje de baño en el auto.
―¡Sí!― Expresó Martina y sin pedirle permiso a Paula lo tomó de la mano.
―Martina, recuerda que era un momento madrina y ahijada, creo que deberías de respetar eso.― Le pidió.
La niña miró a Fernando que con su mirada traviesa le convenció con tan sólo alzar una ceja.―Pero él quiere ir.
Paula vio a Fernando y él puso un rostro de niño pequeño.― Vamos, tengo muchas ganas de ir.
Suspiró― está bien, vamos.
Fernando abrió la puerta de la casa y los tres salieron para así subirse al auto. Él le abrió la puerta a Paula para que se subiera adelante y Martina lo hizo muy feliz atrás. Mientras el joven se subía por la puerta del asiento del conductor, pudo observar como varios de los peatones que iban pasando por ahí venían la escena sin perder ni un detalle.
«Un chisme más, un chisme menos», pensó.
―¿Listas?, ¿a qué playa iremos?― Preguntó Fernando Feliz.
―A miramar, es la más cercana.
―No, no tengo muchas ganas de Miramar, ¿qué les parece si vamos a la de San Carlos?, es mucho más bonita y amplia.
―Pero es más lejana y…
―Venga Paula, en el carro queda a una hora, además allá estaremos más tranquilos, habrá mejores restaurantes y aprovecharemos el día.― La interrumpió Fernando.
―Si madrina, vamos.― Rogó la niña en el asiento de atrás.
De nuevo Paula accedió, al parecer Fernando hoy estaba dispuesto a arruinar sus planes y cambiarlos por otros, así que se dejó llevar, al fin y al cabo lo que dijeran de ella en ese momento no sería nada nuevo, además de que le caería bien ir a otra playa lejos del puerto y librarse de todo lo demás.
―Vamos.― Dijo Fernando mientras arrancaba el auto y se alejaban de la casa por el camino principal para después salir de la ciudad directo hacia la autopista.
Al dejar la ciudad y sólo ver el árido camino en frente, Paula sintió una extraña libertad, el saber que por unas horas podría ser ella sin que eso tuviese consecuencias en verdad la hacía feliz. Bajó la ventana del auto y sacó el brazo para sentir el aire caliente sobre su mano y rostro, cerró los ojos al recargarse sobre el filo de la ventana y disfrutó el camino por completo.
Martina había caído dormida tan solo abandonaron la ciudad, así que Fernando veía al frente del camino y luego de reojo la veía y recorría su figura de pies a cabeza, lejos había quedado la niña que era su amiga y ahora a su lado se encontraba una hermosa mujer que le hacía sentir alegría, ternura y a la vez nostalgia.
―¿Nunca vienes para San Carlos? ― Le preguntó interrumpiendo el silencio.
―No, no me da tiempo, tengo que trabajar mucho y los fines de semana la verdad prefiero quedarme en mi casa y ayudar a Eugenia o hacer la tarea con Martina.― Respondió.
Fernando sonrió, luego volteó al frente del camino y empezó a meterse por los atajos llenos de arena y tierra para poder entrar a esa playa privada que conocía desde hace mucho tiempo esperando que siguiera así.
Paula no sabía si Fernando le hablaba así porque ya estaba enterado de los cientos de rumores que se decían de ella o porque en verdad era tan coqueto y seductor como se mostraba.
―Lo que pasa es que…― trató de armar una frase, pero el cuerpo tan cercano de él la ponía nerviosa ―lo que pasa es que todavía no me la creo que estés aquí, es raro, y trato de asimilarlo, lo siento si te hice pensar algo más.
―Está bien― respondió Fernando alejándose un poco y acomodándose en su lugar― yo también no tuve la mejor de las presentaciones―ambos se rieron bajito al acordarse del momento donde él casi la atropellaba. Luego como si fuera un acto muy natural subió una de sus manos y puso detrás de su oreja uno de los mechones de su suave y dorado cabello― me da mucho gusto que sigas aquí Paula, veo que sigas siendo la misma después de tanto tiempo, la verdad es que eso hace que valga la pena que me quede el resto del verano.―Confesó.
―Ya no soy la misma Fernando.― Contestó ella mientras sus pupilas se centraban en las de él.
―Claro que sí, sigues siendo la misma Paula inteligente, amable, sincera y simpática que yo conocí, sólo que ahora eres más hermosa.
Paula esquivó la mirada la escuchar esa palabra sintiendo unas leves ganas de llorar. No sabía que le pasaba con Fernando Saramago que la hacía sentir completamente vulnerable.
―Gracias― murmuró― ¿te puedo hacer una pregunta?
―La que quieras.
―¿Recibiste alguna de mis cartas?
Fernando se alejó un poco y cambió su rostro a uno de extrañeza―¿Cartas?
―Sí, semanas después de que te fuiste, fui con tu tío fausto para ver si me podía decir dónde te habías ido, me dijo que no pero se ofreció a ponernos en contacto y te escribí cartas. Una cada mes por unos tres años y se las di, dejé de hacerlo porque jamás me respondiste y di por hecho que no querías saber nada de mí.
―¡Claro que no!, me hubiese encantado saber todo de ti, la verdad es que te extrañaba a morir y después di por hecho que me habías olvidado ― Y Fernando cambia su rostro a uno de tristeza― no fue mi intención Paula, de verdad, no recibí ni una carta debieron de haberse perdido en el correo postal o algo así.
―Tal vez― respondió ella― pero ya no importa, eran tonterías de niños y eso ya pasó, ahora estás aquí y…
―Y ¿qué?― Preguntó Fernando volviendo a verla con esa mirada tan coqueta y sensual que poseía ―¿ya no me evitarás?, porque suelo decirte que soy una persona muy insistente y si me dices que no te voy a buscar hasta que digas que sí, ¿qué dices?, ¿recobramos el tiempo perdido?.
Paula sabía que lo que le pedía Fernando era casi imposible en el mundo en el que vivía, que tan sólo decir que sí estaría rompiendo todas las reglas impuestas por Minerva de Saramago, y que tarde o temprano las habladurías llegarían a oídos de Fernando y posiblemente le afectarían. Pero, mientras lo veía a los ojos y sentía esa conexión y cercanía, esa seguridad perdida hace tiempo atrás, Paula por primera vez en años se dio la libertad de soñar, de dejarse llevar por lo que sentía en ese momento y sabiendo las consecuencias asintió.
―Está bien, recobremos el tiempo perdido.― Respondió con una sonrisa.
―Perfecto, entonces ¿amigos de nuevo? ― Y estiró la mano.
Paula estiró la suya y tomó la de él para luego apretarla fuerte ― amigos de nuevo.
Y con una sonrisa cerraron ese reencuentro que a ellos les traería algo más que una amistad, a otros molestia y a otros cuantos una oportunidad de decir la verdad.
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