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El agente Aitor no dudó mucho en ir a buscar a Hortensia, la que parecía tener los secretos de los Saramago y la primera que podría darle una pista de los últimos días de Natalia Martí en aquella casa. Tuvo la mala idea de caminar bajo el sol, llegando al domicilio de los Saramago con la piel blanca enrojecida y una sed tremenda, que le había dado el pretexto perfecto para poder entrar a la cocina y posiblemente hacer sus averiguaciones. Cuando Hortensia abrió la puerta y lo vio casi para desfallecer no dudo a invitarlo a que pasara.
―¿Se encuentra de casualidad la señora Minerva? ― preguntó Aitor de manera educada.
―No joven, la señora salió con el señor.
―Vale, entonces regreso luego.
―No, no, nombre, ¿cómo cree que se va a ir así?, le va a dar un golpe de calor y capaz que se me muere y ya muertitos no queremos. Mejor pase y tómese una buena agua de cebada.
―¿Cebada? ― preguntó Aitor un poco extrañado y a la vez simpático.
―Usted pásale le va a gustar― le invitó y el agente no dudó en hacerle caso a la mujer tan simpática que era. De pronto comprendió por qué Paula de la O le recomendó hablar con ella y no con otra persona de los Saramago.
Ambos entraron a la cocina y él se quedó de pie viendo el lugar. Ésta era tan bonita, fresca y ordenada, con unos aromas tan ricos a comida que en seguida se le abrió el apetito.
―Siéntese, descanse, solamente a usted se le ocurre caminar bajo el sol, aquí en San Carlos siempre decimos que sólo los jodidos y los turistas caminan bajo el rayo del sol, los locales salimos más nochecita.
Aitor se rió ante la comparación para luego ver cómo ella le daba el vaso sudado por lo frío que estaba con un líquido blanco. Él tomó un sorbo y sintió la crema y el sabor al azúcar que lo revivió.
―Está bastante rico, ¿eh? ― le comentó.
Ella se sonrojó― es lo mejor pal’ calor joven, tómeselo y le doy otro― le invitó.
Él le dio varios sorbos al vaso mientras ella se servía uno, al parecer, cuando la patrona no estaba todo estaba más tranquilo y Hortensia tenía tiempo para relajarse. Por un momento se quedaron en silencio y él supo que era el momento de empezar a averiguar. Aitor la vio a los ojos y le habló con esa voz grave que tenía.
―¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí Hortensia?
―Hmmm― hizo ella pasando el sorbo de agua― un buen de años, imagínese, estoy aquí desde que mi mamá trabajaba para la señora Minerva, aquí crecí.
―Entonces, ¿has visto todo lo que sucede en esta casa?, ¿cierto?
Hortensia asintió ― todo, todito, desde el nacimiento del joven Saramago, hasta la mue… ― de pronto Hortensia se quedó callada sabiendo que iba a hablar de más ― pues todo en general.
―Sé que el padre de Fernando Saramago murió hace mucho tiempo atrás, es de lo primero que me enteré al llegar al puerto, no tienes por qué esconderlo.
―Lo sé, pero es que aquí ― y se acercó más al rostro de Aitor― no se habla mucho de eso, es como un tema secreto.
―Hmmm― ahora hizo él tomando más agua ― y, ¿qué más es secreto?
―¡Uy!, muchas cosas, que la verdad no sé si se las pueda decir, lo más seguro es que no porque, pues, la señora― recapacitó.
Aitor volvió a tomar un sorbo de agua se quedó reflexionando en lo que sucedía, ¿qué tenía Natalia Martí que Minera estaba tan deseosa de recuperar?, ¿a caso el marido era cómplice de ella?, y ¿lo habrán recuperado o seguirá perdido?
―Hortensia, ¿crees que la señora Minerva pudo hacerle daño a la señora Natalia?―Por un minuto ella se quedó en silencio― dicen que el que calla otorga.
―¡Ay joven!, ya me estoy metiendo en líos.
―Venga dime, que de nosotros no sale, te lo juro.
―Pues bien, la señora Minerva es una mujer de armas tomar y siempre trata de mantener el prestigio de la familia. No estoy segura si pudo hacerle algo a la señora Martí, pero, le ha hecho un buen de cosas a Paula de la O para que no se acerque al joven Fernando. Así que no descarto la posibilidad de que al menos las haya pensado, pero era su cuñada y la madre de su nieto, eso me hace dudar.
Los dos se quedan en silencio, ya que, a pesar de que no es una confesión sí pone a Minerva Saramago y a su marido como los principales sospechosos de la muerte de Natalia, cambiando el juego por completo. Aitor se levanta, se toma un sorbo más de agua y le sonríe.
―Gracias, Hortensia. Te dejo una de mis tarjetas para que me llames si escuchas o ves algo.― Él se sacó una tarjeta del bolsillo y se la dio, Hortensia la rechazó.
―No joven, mire, se me puede caer y la señora se puede enterar, pero, mejor hagamos esto, si quiere decirme algo o yo quiero decirle algo, nos vemos en el almacén del joven Iván, ahí no sospechará nada la señora porque mi marido trabaja con él y además le compramos. Me puede dejar una nota con la hermana, con mi marido o con Paula y yo voy, ¿le late?
―Me late― contesta Aitor sonriente. Él comienza a caminar hacia la entrada y antes de salir voltea a verla― ¿te puedo preguntar una última cosa?
―Dígame.
―Si la señora Minerva te prohibió decirme cosas o en todo caso tienes miedo de que se entere, ¿por qué me lo dices?
Hortensia se acercó a él ― pues porque finalmente alguien viene a descubrir verdades, ya estamos ahogados entre tanta mentira, tal vez, descubriendo está, salgan a la luz otras y más de una persona obtenga justicia― recitó Hortensia para después cerrar la puerta.
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