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Una vez más, Paula de la O estaba en boca de todos en San Carlos, pero esta vez las razones no la señalaban como la culpable, sino como la víctima de un acto desmedido que aterrorizó a todos.
Aun no sabían, si el atentado había sido contra Iván o contra Paula de la O, sólo estaban seguros que esta vez tenían al culpable y que podrían obtener respuestas lo más pronto posible ya que las incógnitas en este caso cada vez eran mayores.
―¡Abran paso! ― gritaban los paramédicos mientras llevaban inconsciente a Paula de la O, en una de las camillas ―¡qué abran paso!
El personal médico recibió a Paula de inmediato y comenzaron a revisarla. Al parecer, había tenido un fuerte golpe en la cabeza, unas costillas rotas junto con la muñeca.
Así, las indicaciones fueron dadas de inmediato, mientras que Iván, venía bajando de la otra ambulancia casi con el mismo cuadro sólo que ya había despertado.
―¿Paula?― preguntó como pudo.
―No hables, Iván― dijo la doctora ― todo va a estar bien, tranquilo.
―Pero Paula, ¿ella está viva?, ¿está bien? ― inquirió.
Sin embargo, no recibió ni una palabra más, ya que los médicos comenzaron a revisarlo de pies a cabeza, hasta que le inyectaron algo que hizo que empezara a relajarse más.
―No, yo quiero saber de Paula ― murmuró, mientras se dejaba llevar por el sueño, par después caer profundamente dormido.
[…]
Dos horas después, Fernando Saramago entraba al hospital corriendo como loco. Se dirigió hacia la isla de enfermeras y con tono frenético preguntó.
―Quiero ver a Paula de la O.
―Lo sentimos señor Saramago, pero la señorita de la O está muy delicada y no se le permiten visitas.
―¡¿Qué?!― exclamó enojado― ¡cómo que está muy delicada!, ¡qué no están haciendo nada por ella!
―Claro que sí, Fernando ― escuchó una voz, y al voltear, vio a la doctora ― estamos haciendo todo lo posible, pero necesitas tranquilizarte.
―¿Cómo me voy a tranquilizar?, ¡cómo! Alguien trató de matarla, ¿cómo sé que está segura aquí adentro?
―No sabemos si fue a él o a ella ― dice el inspector Aitor mientras se acercaba a Fernando― no se preocupe doctora, yo me encargo de él.
―¿Usted qué hace aquí?, ¿no se supone que debería estar averiguando lo de Natalia?― preguntó Saramago aún con la adrenalina corriendo por sus venas.
―Eso hago, pero tranquilícese, siéntese. La señora de la O es una mujer fuerte y saldará de ésta.
―Usted no sabe nada, ¡no sabe nada!― grito Fernando y lo tomó del cuello de la camisa ― ¡Paula no se puede morir!, ¡no se puede ir!, ¿entiende?, ella es la mujer de mi vida y necesita vivir.
―Y vivirá señor Saramago, pero en este momento lo que ella menos necesita es que usted esté comportándose de esta forma, ¿comprende?
Fernando, aún con el pecho agitado y con toda la confusión en su mente, soltó al inspector y lo dejó ir. El inspector se arregló la camisa y volvió a verlo. El hombre comenzó a pasearse de un lado al otro de la habitación.
―¿Cómo está? ― preguntó.
―Aún es muy temprano para decirlo, pero su esposo, Iván, él esta mejor. Al parecer solo tuvo unos huesos rotos y raspones.
―¿Qué hacían juntos? ― inquirió.
―Como siempre, tu familia se lleva a personas inocentes con tal de conseguir las cosas― siguió― mira que si mi hijo Iván muere, te juro por Dios que haré que la refundan en el cárcel.
―¡A quién!― gritó Fernando echo una colera.
―Pues a la persona que atropello a mi hijo y a Paula, a nadie más ni nada menos que a Minerva de Saramago, tu madre― pronunció.
De pronto todo el mundo de Fernando se cayó. Cada movimiento se puso en cámara lenta mientras volteaba a ver el pasillo qué llevaba al interior del hospital y conectaba a las habitaciones.
―¿Qué? ― pronunció.
―Tu madre, fue quién atropello a Iván y a Paula. Y como una cobarde la atraparon cuando intentaba huir, ¿qué?, ¿no te has enterado?― insistió el padre de Iván.
―No, no es cierto ― murmuró Fernando impactado― no es cierto. Y en un arranque de furia, caminó a paso firme hacia la puerta y la abrió.
― ¡Fernando!― gritó Aitor para luego ir detrás de él.
―¡No pueden pasar! ― se escuchó el grito de una enfermera.
Sin embargo, tanto para Fernando como para Aitor ya era demasiado tarde. Ambos corrían escaleras arriba para accesar al piso donde se encontraba la persona que había cometido tal aberración.
―¡Fernando!, ¡espera! ― gritó Aitor tratando de pararlo.
Pero Fernando no hizo caso y cuándo llegó ante la puerta reguardada se enfrentó a los guardias ―¡déjenme pasar! ― gritó
―Lo sentimos, eso está prohibido señor.
―¡Déjenme pasar!, ¡déjenme comprobar que no es cierto! ― exclamó y en una de las maniobras logró soltarse para abrir la puerta y de inmediato comprobar lo que le habían dicho.
Su madre, Minerva de Saramago, se encontraba esposada a la cama y con unos leves morados en el rostro y los brazos. Era todo verdad, ella había tratado de matar a Paula e Iván.
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