¿Tuvimos un hijo romance Capítulo 283

Capítulo 283

Al mismo tiempo, la mano de Elías, que seguía sobre la espalda de Anastasia, se movió a su hombro y se inclinó hacia ella.

-Atiendelos bien por mí, Anastasia -susurro a su oido.

Su rostro se enrojeció de inmediato. Sus palabras implicaban algo más: él no la veia como otra invitada, sino como un miembro de su familia.

– iSeñor Palomares, luce muy guapo esta noche! — halagó Alejandro.

— Tú también. Cuando esté desocupado vendré a verte -contestó Elías mientras se inclinaba y le acariciaba la cabeza con su gran mano.

-¡Muy bien! – Asintió Alejandro.

Después, Elías se movió a otras mesas. Anastasia lo miró cuando se fue y notó que Ray lo estaba siguiendo. A pesar de que Elías tenía a Ray con él, era obvio que solo él era el pilar de la familia Palomares. Al pensar en eso, ella sintió la soledad que debía sentir en medio de toda esta gente. Su corazón se estrujó cuando se dio cuenta de que él era el único en quien recaía todo el peso del Grupo Palomares.

«Las personas solo ven el lado glamoroso, pero ¿quién puede entender todo el esfuerzo que debe hacer y cuan solitario se encuentra?».

Incluso la comida le supo amarga después de eso. Cuando lo miro de nuevo, notó que aún tenía su aire dominante a pesar de estar solo, como si hubiera dejado al mundo detrás

solo, como si hubiera dejado al mundo detrás de él. Mientras tanto, Elías llegó a la mesa de Helen. Como todos en ella pertenecían a las generaciones más jóvenes de la familia Palomares, hizo un brindis muy superficial y se retiró después de algunos saludos. Helen ni siquiera tuvo la oportunidad de presumir lo cercana que era con él.

-Helen, como eres cercana a la familia Palomares, entonces ¿conoces a Elias? – preguntó Erica, curiosa.

-El me dio todo lo que tengo. ¿Qué crees? —presumió Helen.

-¿Qué? ¿Eres cercana a él? Entonces… – Érica se quedó sin palabras, pues la envidia y los celos la

  • corroían en ese momento.

– Te lo contaré más adelante. —Helen no quería explicar más en la mesa.

«¿Qué es lo que se está guardando? ¿Me oculta algo?» pensó Érica, quien seguía asombrada y celosa de Helen.

Helen no temía contarle a Érica sobre su relación con Elías, ya que ella nunca tendría ninguna oportunidad con él. Además, Érica era una simplona y Helen podría inventar algo con mucha facilidad para engañarla.

Los invitados terminaron de cenar para las ocho de la noche y ahora pasaron al salón del cumpleaños para felicitar a Eva. Miguel se acercó para llevarse a Alejandro y Anastasia siguió a Franco fuera del salón.

El nuevo salón ya estaba ambientado con música enérgica y luces parpadeando, mientras los invitados hablaban divertidos entre sí. En general, era una escena muy alegre. Los mayores, quienes eran familiares cercanos a la Familia Palomares, fueron los primeros en felicitar a Eva. Mientras ellos hacían eso, Anastasia sintió una repentina necesidad de salir a caminar para despejar su mente.

– Papá, deberías ir primero. Los alcanzaré más tarde.

Escogió el camino menos concurrido y lo siguió. El cielo estaba hermoso esa noche. Ella estaba acostumbrada a todo el bullicio de la ciudad, por lo que se sentía genial el vasto espacio que ofrecía el chalé. Fue dejando el sonido de la celebración detrás y se sorprendió cuando vio a una luciérnaga por el lago después de unos minutos de andar caminando. No había visto una en más de diez años, así que no pudo evitar seguirla. Mientras se acercaba a otro chalé cercano, escuchó la voz familiar de un hombre.

-¿Qué estás haciendo aquí? Lárgate -indicó con un tono gélido.

«¿Es Elías? ¿Está aquí?» pensó Anastasia cuando lo oyó, deteniendo sus pasos.

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Entró en pánico en ese momento y, sin meditarlo, se escondió debajo de una ventana. La ventana estaba abierta, por lo que podía escuchar con claridad lo que ocurría dentro del chalé.

-Mi querido sobrino, ¿ya no me reconoces como tu tío? —preguntó la voz de un hombre adulto.

—No dejaré que arruines la fiesta de cumpleaños de mi abuela. Lárgate en este momento. – En la voz de Elías se escuchaba la advertencia que le lanzaba como la ira que reprimía.

– Tu abuela es también mi madrastra, así que debería felicitarla y mostrarle mi respeto. No me detengas, ¿sí? —La voz del hombre sonaba como si estuviese rogando con él.

No obstante, Elías permaneció muy hostil con él.

-Ni siquiera estás calificado para verla. La familia Palomares tampoco tiene espacio para ti. Si insistes, no me culpes por no mostrar piedad.

 

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