UN BEBÉ PARA NAVIDAD romance Capítulo 67

¿Cómo era posible que Zack le doliera más que Mason?

Mientras Andrea regresaba a su departamento, no dejaba de pensar en aquello. Pero la verdad era que no le dolían ni Mason ni Zack, le dolía la decepción, la confianza rota, la impotencia de no entender por qué diablos eran unos imbéciles con letras mayúsculas.

Los dos días que siguieron fueron una completa tortura. Andrea buscaba desesperadamente un abogado que pudiera ayudarla, pero el estado no asignaba abogado de oficio para problemas como aquellos. Sabía que no tenía dinero para pagar un buen abogado, pero intentó llamar a algunos porque sabí que siempre estaba el que tomaba algún caso gratis. Sin embargo la respuesta fue desesperanzadora: al menos en ese momento no había nadie tomando casos gratis.

Su siguiente opción fueron las fundaciones de ayuda a la mujer, pero en las dos que había en la ciudad le dijeron lo mismo.

—Lo siento, podemos ayudarte con mucho: ropa, alimentos, trabajo... pero no tenemos abogados.

Para el lunes en la mañana Andrea tenía la desesperación a flor de piel y sentía que no había dormido en dos días. El dolor que le había causado Zack literalmente había quedado enterrado debajo de toda la preocupación y la angustia que sentía.

Esa mañana dejó a Adriana en la guardería y notificó a Recursos Humanos que no podría trabajar la mañana. Luego tomó un autobús hacia el juzgado.

Andrea respiró hondo y entró en la sala. Los paneles de madera oscura y los rostros severos de los abogados creaban un aire de solemnidad que la asustaba mientras contemplaba la escena.

Buscó a Mason por toda la sala, con el corazón acelerado. Finalmente, lo vio en la esquina del fondo, con aquella actitud de triunfo reflejada en el rostro. Andrea sintió el escozor de las lágrimas en los ojos y apartó rápidamente la mirada.

Muy pronto un funcionario los mandó a ocupar sus lugares y Mason no se sorprendió de que ella fuera sola.

Andrea se sentó en el borde de su asiento mientras comenzaba el procedimiento. El juez dio su discurso de apertura y Andrea se inclinó hacia delante, escuchando atentamente. La vista determinaría si podía conservar o no la custodia de su hija, pero sabía que aunque la ley estaba de su parte, probablemente no fuera rival para el poderoso abogado que representaba Mason.

—Lo primero es determinar la paternidad de la menor. La señora Brand debe presentarse con la niña en un plazo de cuarenta y ocho horas en el laboratorio del juzgado para realizar el examen de ADN —dictaminó el juez y la sesión se levantó.

Andrea se quedó rígida en su asiento, sin apenas atreverse a respirar, pero sabía que no tenía otra opción que obedecer. Salió de allí con el corazón encogido, pero antes de que llegara a la puerta Mason la detuvo.

—Tienes una opción —le dijo—. Puedes venir conmigo y olvidaré esto.

—¿Ir contigo?

—Sí —dijo él asintiendo—. Vuelve a ser mi mujer y olvidaré la demanda. No tienes que preocuparte de Adriana, yo me ocuparé de dos como debí hacerlo desde que nació. De esta manera, ninguno de los dos tendrá que pasar por el examen de ADN y yo retiraré la demanda.

Andrea lo miró con asombro, no podía creer lo que estaba escuchando.

—¡Jamás!

—Esa es mi única oferta, Andy, no la desprecies. Si no la aceptas, tendré que seguir adelante con el procedimiento y tú perderás la custodia de tu hija.

—¡Maldit0 infeliz! —siseó con asco.

—Lo que tú quieras, pero tengo todas las posibilidades de ganar y lo sabes. Así que la elección es muy fácil: Puedes una madre feliz para Adriana, tendrás la casa que siempre quisiste, todo lo que siempre anhelaste y la vida que mereces tener... o puedes quedarte en tu mugre departamento vacío sola, porque yo me llevaré a la niña.

Andrea no pudo contenerse, su mano surcó el rostro de Mason con una sonora bofetada que lo hizo volver el rostro. Sabía que aquello no era bueno para su caso pero no podía soportar que él fuera tan cínico.

—La ley siempre está del lado de la madre —escupió antes de salir y Mason se acarició el rostro con una sonrisa de desprecio.

—La ley quizás... pero el dinero no —balbuceó antes de ir a reunirse con su abogado.

Dos días después Andrea llevaba a su hija al juzgado. En aquellas cuarenta y ocho horas había valorado decenas de veces la posibilidad de escapar con Adriana, pero sabía que si lo hacía en medio de un proceso judicial y la atrapaban, le quitaría a Adriana definitivamente, sin siquiera darle el derecho de pelear por ella.

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