Un extraño en mi cama romance Capítulo 273

—¿Hablas en serio?

—Lo juro.

Iba a decir otra cosa cuando oí pasos en la puerta. Roberto había vuelto. Dejamos de hablar de inmediato.

—Fuera de aquí —dijo mientras se acercaba a la cama y presionó la nariz de Abril con un dedo—, tengo algo que decirle a Isabela.

—Pues dilo —invitó Abril, extendiéndose en la cama sin ninguna intención de moverse.

—Abril, no me hagas cargarte fuera de la habitación.

—Inténtalo.

Roberto obedeció. La alzó en brazos y la dejó afuera. Después cerró la puerta. Pude escuchar los gritos de Abril desde el otro lado.

—¡Roberto, abre la puerta! ¡Peleemos en serio!

El aludido volvió a la cama. Me miró sin parpadear y dijo:

—Isabela.

—¿Qué? —pregunté antes de sentarme. No tenía aires de buenos amigos—. Vas a volver loca a Abril.

—Puede seguir siendo una loca si quiere. Quiero preguntarte algo: ¿por qué no estás embarazada?

¿Cuánto tiempo más seguiría obsesionado con este asunto?

— No lo estoy, y punto.

—Yo estoy bien de salud —dijo con cuidado—, ya me había hecho un examen y todo está perfecto.

—Ya veo —contesté mansamente—, pues te felicito.

—Quiere decir —completó poniendo las manos sobre mis hombros de manera que, no me dolía, pero tampoco era muy cómodo—... ¿Estás tomando la píldora?

—¿No debería? —respondí, sacudiéndome de su agarre—. ¿Se supone que tenga bebés para ti? Míranos, mira el fraude que es nuestro matrimonio. ¿Por qué tener hijos? Debes estar bromeando.

Estaba hablando muy fuerte. Casi esperaba que se enojara. Se quedó junto a mí, sin moverse, durante un largo rato. Cuando alcé la viste para verle el rostro, se retiró y deambuló hasta el área de espera. Exhausta, dejé salir un suspiro. No entendía por qué Roberto estaba actuando de esa forma. No lo entendía para nada. Un pensamiento me asaltó cuando finalmente pude volver a acostarme. Había ido a hacerse un chequeo... Silvia había hecho lo mismo. ¿Quería tener un hijo conmigo porque le dije que Silvia no podía concebir? Así, cuando nos divorciáramos, se reconciliaría con ella; la tendría a ella y a un niño para continuar con el linaje familiar. ¿Era eso lo que planeaba? Lo hacía parecer horrible, pero estaba segura de que no me equivocaba. ¿Por qué otra razón querría tener un hijo conmigo? ¿Se había vuelto loco? Qué tragedia... me había vuelto una fábrica de bebés ambulante. Pude sentir cómo se escapaba mi voluntad de vivir mientras yacía en la cama. La vida no tenía sentido. El padre de Abril se había enfermado, ella tendría que ir a trabajar para Grupo Rojas y estaría muy ocupada, así que yo estaría totalmente sola.

No dormí bien el resto de la noche, despertaba cada media hora. Roberto siempre estaba en vela. Lo veía sentado en el sillón, trabajando en su laptop.

—¿Necesitas ayuda? —interrogó cuando fui al baño.

—No creo que puedas ayudarme con esto.

Bajó la vista y volvió a concentrarse en el trabajo.

—Te vas a morir de cansancio si sigues a ese ritmo —advertí al salir—, y no tienes hijos que pasen el legado familiar.

—Gracias por hacérmelo saber —terció sin mirarme. Todavía estaba molesto porque yo tomaba anticonceptivos. ¿Acaso creía que lo hacía por gusto? No tendría que hacerlo si tan sólo se alejara de mí.

El cielo ya clareaba la última vez que volví a acostarme. Roberto había aplazado el trabajo hasta la mañana siguiente. Lo primero que hice fue mirar mi teléfono. Había noticias por todas partes sobre la enfermedad del padre de Abril. No sabía cómo se habían filtrado, pero me preocupé por Abril y su madre, que seguramente no se lo tomarían de la mejor manera. Le llamé a Abril enseguida. Sonaba tranquila cuando contestó:

—Isabela.

—Aurelia Aguayo vino a buscarme. Me dijo que se había enterado de que estabas enfermo. Quiere que Sebastián ayude en la empresa.

Sebastián Rojas. Era el hijo mayor de la familia Rojas, nacido del padre de Abril y su esposa anterior, Aurelia Aguayo. Tras el divorcio, ella se quedó con Sebastián. Al principio permanecieron en la ciudad y Aurelia había acosado a la madre de Abril durante algún tiempo. Luego dejaron el país para quedarse los últimos años en el extranjero. Les había seguido la pista, ya que las noticias del diagnóstico del padre de Abril acababan de filtrarse y ya estaba ahí, de vuelta en el país.

Le di un sorbo a mi sopa en silencio mientras escuchaba atentamente la conversación.

—¿Qué le dijiste? —inquirió el padre de Abril.

—Sebastián es tu hijo. También tiene derecho sobre Grupo Rojas, así que por supuesto, tiene derecho a trabajar ahí —replicó ella. Siempre se había ganado mi respeto, era como una heroína para mí. Solía decirme que no debemos buscar problemas donde no los hay, pero tampoco debemos tenerle miedo a los problemas cuando se nos presentan. Había hecho frente al acoso con valentía y paciencia, y había devuelto cada golpe con gracia hasta que Aurelia y su hijo terminaron huyendo con la cola entre las patas.

—Han pasado tantos años... Sebastián nunca intentó contactarme. No estoy seguro de que sea capaz de llevar la empresa, no importa si es hijo mío, no puedo dejar que haga un desastre.

—A menos dale la oportunidad de probarse —dijo la madre de Abril—; es tu hijo, deberías confiar en él. Es lo menos que puedes hacer.

Terminé mi sopa con prisa. Aquellos eran asuntos importantes y no estaba bien que los espiara. Coloqué el cuenco vacío en la mesa, me despedí de los padres de Abril y me deslicé fuera de la habitación.

Ya conocía a Sebastián, pero en aquella época éramos niños. No recordaba su apariencia, sólo el hecho de que había sido un niño travieso que no siempre obedecía a su madre. Una vez, ella fue a buscar problemas, las cosas se pusieron tensas y ambas mujeres casi terminaron peleándose. Sebastián hizo que Abril y yo saliéramos con él a pescar camarones, y la madre de Abril pensó que habíamos desaparecido. Se llevó el susto de su vida. Era el único recuerdo que tenía de Sebastián. Recordaba que era divertido, pero no tenía idea de en qué se había convertido.

Mis pensamientos vagaron a medida que andaba en dirección a mi habitación. Distraída, choqué de lleno contra el pecho de alguien y empecé a disculparme sin parar.

—Disculpe, no me fijé por dónde iba.

—No hay problema, espero no haberte lastimado. ¿Te arruiné el peinado? —dijo el sujeto, quien parecía simpático. Alcé la mirada y dije:

—Gracias.

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