Una segunda oportunidad romance Capítulo 115

“Entra”, dijo una voz grave al otro lado de la puerta.

Solo tuve que esperar unos segundos después de llamar a la puerta para que me respondiera, pero deseé que no hubiera habido respuesta. Más que nada, quería irme. Quería que no estuviera allí esperándome en su oficina. Pero ese no era el caso.

Después de irme del sitio de construcción, solo había hecho lo mínimo para arreglar mi aspecto antes de dirigirme a mi destino. Me había duchado en unos pocos minutos y me había cambiado de ropa lo más rápido posible. Después de todo, no podría mostrarme en el estado en que había quedado tras el accidente.

Ya no había marcha atrás.

Tras una última respiración profunda, empujé la puerta para abrirla y me encontré al hombre que sabía que estaría allí frente a frente.

Incluso en la oficina poco iluminada, pude distinguirlo claramente mientras estaba sentado detrás de su escritorio. Su pelo oscuro y limpio y su costoso traje no hacían más que aumentar su imponente presentación, y sus ojos azules eran capaces de hacer que uno quisiera retorcerse bajo su mirada. Este era el hombre al que muchos le tenían miedo... y con toda razón.

“Mi dulce Raven”, saludó él y se puso de pie mientras entraba.

Caminé al centro de la habitación y evité sus ojos bajando los míos al suelo en señal de sumisión y disculpa.

“Lamento haberle hecho esperar, señor”, dije. “Vine tan rápido como pude”.

“Ah... sí, es comprensible”.

Escuché mientras él caminaba alrededor del escritorio para colocarse frente a mí, y su mano se acercó para pellizcarme debajo de la barbilla. Al instante, mi pulso comenzó a acelerarse. ¿Cuál sería el castigo que me esperaba esta vez?

“Mírame”, me ordenó él mientras empujaba mi cabeza hacia arriba. “Dime qué pasó”.

No tenía sentido mentirle. Él descubriría la verdad aunque intentara engañarle. Siempre lo hacía. No era posible ocultar un secreto a Eric Reid.

“... No conseguí traer a Miles Kennedy vivo, señor”, respondí lentamente. “Me disculpo por mi descuido”.

Él chasqueó la lengua tres veces en señal de desaprobación, lo cual hizo que me estremeciera. Sin embargo, a pesar de eso, seguí firmemente agarrada a él.

“Qué decepción, Raven”, me regañó. “No es propio de ti”.

“Perdí... perdí el control”, admití.

“Ah”.

Sentí cómo su agarre se apretaba más sobre mí, y su otra mano se acercó para limpiar algo de mi sien. Mientras él inspeccionaba aquello que me quitó de la sien, vi que era sangre. Debí haberlo pasado por desapercibido en mi prisa por llegar lo antes posible.

“Eres una chica tan bonita a primera vista, mi Raven”, reflexionó él, mirando su mano mientras se frotaba el dedo y el pulgar para quitarse la sangre como si acabara de levantar polvo. “Sin embargo, la apariencia no lo es todo, como bien sabemos. ¿Te ha visto alguien?”.

Sus ojos volvieron a dirigirse a los míos al hacer la pregunta, lo cual provocó un miedo glacial en mí.

“N-no, padre”, respondí. “No hubo supervivientes. Zac es la única persona con la que he estado en contacto antes de venir aquí y yo ya había vuelto a la normalidad para entonces. Él no vio nada”.

Él me sostuvo la mirada durante unos segundos, casi como si tratara de ver si estaba diciendo la verdad.

Evidentemente, él al final se sintió seguro por mi respuesta.

“Bien”, dijo él simplemente.

Y, finalmente, sentí que su agarre en mi cara se relajaba ligeramente, lo cual me permitió un momento de respiro.

“Tienes que tener más cuidado”, dijo él. “¿Quieres que la gente te encierre y experimente contigo? Nunca olvides que no puedes confiar en nadie. El amor de un padre puede ser incondicional, pero los demás nunca te entenderán ni aceptarán por lo que eres”.

Podía sentir cómo las lágrimas querían brotar de mis ojos, pero las reprimí, sabiendo que mostrar debilidad no ayudaría a mi situación ni lo complacería de ninguna manera. En todo caso, solo empeoraría las cosas. Pero sabía que no debía dejar que me afectara demasiado. No era como si no hubiera escuchado estas palabras innumerables veces antes.

“Lo siento, padre”, susurré.

No quería hablar demasiado alto, no confiaba en mi propia voz. Pero el alivio me invadió de inmediato cuando él dio un paso atrás y vi cómo volvía a su escritorio para sentarse. Tras mover rápido las manos en el cajón que tenía al lado, procedió a sacar dos vasos llenos de lo que parecía ser güisqui.

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