«¿Un…un… idiota bilingüe?»
Para ser uno de los mejores abogados del país, Jacob Lieberman tenía instintos demasiado extremos y aquella mujer le despertaba todos a la vez, en especial porque podía sentir todo de ella: la curva de su cuerpo mientras se arqueaba contra la barra del bar, el calor en su vientre, el temblor en sus piernas, la inexistencia absoluta de su respiración…
—¡Mierd@! Te juro que no me provocas ni una sola buena decisión —murmuró muy cerca de su cara, acariciándole el labio inferior con el pulgar—. Es como si solo pudiera besarte o matarte.
Nina sintió un nudo en el estómago que estaba lejos de tener algo que ver con el miedo.
—Qué poca imaginación tienes… —respondió—. También se puede matar a besos…
Jake ladeó la cabeza, y sintió que el cuerpo se le hacía de mantequilla. No era capaz de describir las cosas estúpidas que esa chiquilla le hacía sentir, y lo peor de todo era eso, que él era un hombre hecho y derecho de treinta y siete años y ella no debía llegar ni a los veinticuatro… ¡Y lo tenía descontrolado!
Su nariz le rozó la mejilla con suavidad y fue a dejar un beso allí, uno seductor, caliente y peligroso que hizo que Nina apretara las piernas involuntariamente. Y cuando Jake se alejó de ella con la sonrisa más pícara bailándole en el rostro, ella se dio cuenta de que casi se estaba ahogando.
Para su sorpresa Jake solo se sentó en la banqueta a su lado en la barra y se giró hacia el barman.
—La mejor botella de la casa, por favor —pidió como si solo lo hiciera por molestarla.
Nina arrugó el ceño y se llevó una mano a la cintura, incrédula.
—¿Es una jodida broma?
—No, claro que no —respondió Jake evaluando la botella que Jayden había puesto frente a él y haciéndole un gesto afirmativo—. Nunca me ha gustado decepcionar… mucho menos a ti. Así que aquí me sentaré, con el mejor trago de la casa, tal como dijiste, y trataré de conquistarte, tal como dijiste… —se volvió hacia ella con el desafío retratado en la expresión—, y si no te gusta, mira como hay banquetas hacia allá. Si me tienes miedo, puedes sentarte al otro extremo de la barra. Tú decides.
Vio aquella pequeña y deliciosa boca convertirse en una línea fina ante el reto, y sintió el latigazo que le bajaba por la espalda para castigarle la entrepierna. Y tal como había esperado, ella no era de las que se podían cazar con miel, así que sonrió internamente cuando la vio poner el trasero de nuevo sobre la banqueta más cercana a él y cruzar las piernas con gesto decidido.
Con ella no servían las viejas estrategias, pero a Jake le encantaba inventarse otras nuevas.
—¿Sueles venir seguido? —preguntó con tanta indiferencia como si no acabara de restregársele como un cavernícola en celo.
—No. Primera vez que vengo y puedo asegurarte que será la última —respondió Nina mientras Jayden ponía frente a ella la cerveza de la paz y le abría mucho los ojos para que no fuera a hacer ninguna estupidez.
—¿La última? ¿Por qué? ¿Tan mal está el sitio? —preguntó Jake sin mirarla.
—El sitio es perfecto. La compañía, por otro lado, deja mucho que desear…
Jake se giró hacia ella y Nina no pudo evitar echarse un poco hacia atrás.
—¿Te refieres a mí, específicamente…? ¿O te refieres a la generalidad de imbéciles que han tratado de toquetearte toda la noche porque no se dan cuenta de que no eres una de las chicas del club?
Y ahí estaba… otra vez demasiado cerca de ella.
—Me refiero a la generalidad de imbéciles que se creen que todo les está permitido solo por tener dinero —gruñó Nina—. Y me refiero a ti, específicamente, que en realidad has sido el único que me has toqueteado…
—No te sentí resistirte…
—Eso es porque eres absurdamente atractivo —replicó Nina y Jake levantó una ceja mientras cerraba las manos a ambos lados de sus muslos, sobre la banqueta, y la arrastraba hacia él.
—¿Eres demasiado sincera o no tienes filtro? —le preguntó.
—Padezco de exceso de realismo —respondió Nina, fingiendo que no se estaba erizando solo de sentir el calor de sus manos cerca de sus muslos—. Un hombre llega hasta donde una mujer quiere. Si fueras viejo, calvo y barrigón ya te hubieras ganado una patada en la entrepierna.
—¡Ufff! ¡Una chica superficial! —Se rio Jake. Aquella batalla verbal estaba empezando a gustarle.
—Tanto como todas. Tanto como tú —aseguró Nina humedeciéndose el labio inferior—. ¿O me vas a decir que si yo fuera fea estarías aquí tratando de enredarte conmigo?
El subconsciente de Jake se despabiló, el abogado juguetón emergió en él con tanta emoción como hacía tiempo no salía. Normalmente las mujeres iban del club a su cama sin hablar, pero ella… ella…
—¡Auch! Eso casi dolió. ¿También eres de las que cree que el tamaño sí importa? —la provocó, mirándola a los ojos.
—¡Ah! ¡Por supuesto que importa! —replicó Nina sosteniéndole la mirada. Si él creía que podía hacerla sonrojar con una insinuación tan estúpida, estaba equivocado—. ¿Y te digo un secreto? Si no les importa el tamaño de tu verg@, es porque les importa el tamaño de tu corazón, o el de tu cerebro, o el tamaño de tu billetera… —aseguró mientras una de sus manos subía desde la rodilla de Jake hasta su muslo y lo sentía tensarse— …pero créeme, cariño, no importa lo que sea, dinero, inteligencia, sexo… siempre buscamos lo más grande.
Jake tragó en seco y sintió que su corazón desplazado al sur aleteaba como un pájaro desesperado.
—¡Demonios! ¡Cómo me gustas! —espetó sin reparos porque era cierto. Jamás se daba tiempo para tener duelos verbales fuera del tribunal, pero ella lo hacía sentirse vivo, como si le estuvieran metiendo adrenalina tope en las venas.
—Nooo… no te gusto yo, te gusta la sensación de la cacería —replicó Nina—. Te gusta la satisfacción de obtener lo que nadie más ha podido.
—¿Eres psicóloga?
—Soy cínica.
—¡Auch! ¡Sarcástica y directa! ¡Lo declaro: eres el amor de mi vida! —gruñó Jake acercándose a su boca y Nina cerró con fuerza los dedos sobre su muslo, haciéndolo gemir de gusto.
—No me digas… el amor de tu vida son palabras mayores para alguien que quiere…
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