VENGANZA EQUIVOCADA (Saga Los Ferrari) romance Capítulo 9

"¡Por Dios! Esto no podía estar pasando", pensó, sintió que su corazón se rompía, fue imposible retener las lágrimas que surcaron su rostro y que amenazaban con quitarle la visión, era la peor pesadilla, no podía ser cierta esa noticia. Él la había visto la noche anterior, estaba más bella y deseable que nunca y la había tratado miserablemente como siempre, "¡Soy un completo imbécil!", se dijo desesperado.

Lo que estaba viviendo no podía ser verdad, todo debía ser una mentira, seguro era un mal sueño del que pronto despertaría, cerró sus puños y le dio un par de golpes a la pared. "Anabella no podía estar muerta", se dijo, luego de unos minutos tratando de asimilar la noticia, la cual se negaba a aceptar, habló con los dientes apretados corriéndolos a todos—¡Fuera todos!—respiró profundo para tomar aire y controlarse para después continuar hablando— Lo siento pero debo irme a Palermo, tengo que estar con mi familia en este momento.

Llamó para que le prepararan un jet y mandó habilitar unos helicópteros para que estuviesen listo para integrarlos a la búsqueda del avión siniestrado una vez que él llegara a Palermo. Al terminar la llamada se recostó en uno de los sofás, su cuerpo no le respondía, lo sentía paralizado, sin energía y los recuerdos y remordimientos surgían sin contemplaciones, desatando en él, el peor de los infiernos.

Pasadas cinco horas de la noticia, porque tuvo que dejar resueltos varios asuntos antes de su partida, donde el desosiego se apoderó de él, caminaba y vivía por inercia; hasta que luego de cuarenta minutos de vuelo llegó a Palermo. Después de veinte minutos más, estuvo en la casa familiar, sentía que todo estaba dándose en cámara lenta, ya no tenía control sobre sí mismo, eran más de las dos de la tarde cuando llegó.

Al entrar lo primero que vieron sus ojos fue a una señora sosteniendo a dos niños de poco más de tres años, de ojos azules, tez cetrina, cabellos negros, nariz perfiladas, bocas en forma de corazón, uno de ellos lloraba desconsoladamente, se quedó impactado, su pecho se oprimió y sintió que su pulmones le fallaban y el aire huyó de su cuerpo, tuvo la impresión que había recibido un golpe en su estómago. Frente a él estaban esas dos criaturas que eran una copia una del otro y ambos eran la copia exacta de él y allí sintió su corazón partirse en miles de pedazos, esos chiquillos eran sin lugar a dudas sus hijos y él los había rechazado al igual que a Bella, la había vejado, humillado, llamándola zorra y cuantas ofensas se le ocurrió, la abandonó con dos niños, nunca la escuchó, no le creyó y ella había salido adelante sola. Ahora tenía a sus niños frente a sí, estaban realmente hermosos, que daño tan grande les había hecho, si él hubiese estado con ella nunca hubiese pasado ésta tragedia y ahora si pereció en ese accidente, jamás podría pedirle perdón por lo que le había hecho.

Desesperado, con el alma y el corazón vuelto trizas, se arrodilló frente a los niños, sin tener ningún control sobre sus emociones, empezó a llorar, tomando a los niños, los abrazó fuertemente mientras les pedía perdón con sollozos desgarradores — ¡Lo siento! Perdónenme, ¡oh por Dios! Que dolor tan grade Bella. ¡Son mis hijos!, ¡Perdóname! —el llanto de Sebastián se escuchaba en casi toda la casa, los niños lo miraban sorprendidos, uno expectante y el otro llorando asustado por la intrusión de ese extraño.

Momentos después Alicia atraída por el escándalo, bajó, lo observó y le dijo:— ¡Suelta a mis nietos inmediatamente! Espetó rabiosa y dolida, sentía que su temperamento era como un volcán a punto de entrar en erupción, apretó los dientes con furia— No tienes ningún derecho sobre los hijos de mi hija.

—Son mis hijos también Alicia —indicó con una suave voz, derrotado, sin energía, se apartó de ellos y enfrentó a Alicia.

Pero antes de poder responderle, ella volvió a hablar—Amine, por favor sube a los niños — luego de retirados expresó:— ¿Y ahora si los consideras tuyos? Después de más de cuatro años, vienes a reclamar tu paternidad ¡no me hagas reír Sebastián! Lamento decirte que el tiempo de reconocerlos ya pasó. Como esperó Anabella con ansias e ilusión de que reaccionaras y buscaras a tus hijos, pero nunca lo hiciste, ya es tarde Sebastián, ¡Aléjate de ellos! No soy Anabella, que fue un alma pura, inocente y confiada, tan ingenua que tú le destrozaste la vida y desde ese momento no pudo ser feliz, por más que intentó seguir su camino. Me la destruiste sin ninguna razón, ni remordimiento, la alejaste de mí porque por al estar casada con tu padre no quería venir a visitarme para no encontrarse contigo. Y lo peor es que tu venganza no tenía razón de ser, porque nunca fui amante de tu padre, mientras tu madre vivía, sólo éramos amigos, nosotros iniciamos una relación al año de haber muerto tu madre, fíjate como son las cosas, no tenías motivos para tratarla como lo hiciste, pudiste haberla dejado tranquila y no hacerle daño.

Sebastián sólo permanecía estático con una profunda mirada de dolor y sintiendo el peso del mundo en sus hombros —Eso no puede ser posible, dime que eso es mentira, no pude haberme equivocado.

—Si quieres que te diga que hubo algo para acallar tu consciencia, estás equivocado. Tendrás que vivir con eso —manifestó Alicia sin dejar de mirarlo con rabia.

—¡Estás mintiendo! —exclamó alterado—Mi madre no era una mujer falsa, ni manipuladora, ella siempre decía la verdad. Era una gran señora, mientras que tú siempre fuiste una resbalosa que no te importó enredarte con un hombre casado —expresó conteniendo el enojo, hasta que sintió una fuerte cachetada de Alicia que le cruzó el rostro y lo desequilibró, se sorprendió de su reacción, llevó su mano al lugar de la bofetada mientras se sobaba la mejilla.

—¡Cállate! Eres un necio Sebastián. ¡Eso no es así! tú padre en ese momento era mi amigo, jamás fui su amante y si no me crees pregúntaselo a él. Además poco me importa lo que pienses, porque igual la verdad no me regresará a mi niña, a mi única hija, a mi princesa. ¡Y todo por tú maldita culpa Sebastián! No sabes cuanto te desprecio, quien debió morir fuiste tú, no mi hija, pero las plagas como tú siempre salen indemnes —expresó con su semblante transformado por el odio.

Sebastián quedó contrariado, nunca le había caído bien a la mujer de su padre, ni él a ella, pero la mirada que vio reflejada en ese momento era de completo odio y desprecio. No pudo evitar repicarle —Créeme no sabes cuanto desearía ser yo y no ella —manifestó con tristeza—, reconozco que me porté como un mismo cobarde con Anabella, ¡ lo sé!, Soy mi primer juzgador, no debí ir en contra de ella así ustedes hubiesen sido amantes. No sabes como lamento mi error. Debí estar a su lado y ser feliz con ella. Siempre la amé y me doy cuenta que nunca he podido olvidarla —confesó Sebastián, sorprendiéndose él mismo de reconocer sus sentimiento, pero tal vez todo podía ser tarde, pensó con angusti..

— Ja ja ja— fingió una risa Alicia—. ¿En serio eso era amor? No quiero saber cómo demuestras tu odio—.En ese momento llegó su padre, quien se paró junto a Alicia y comenzó a escuchar el intercambio de palabras entre su hijo y su mujer.

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