¡Vuelve conmigo,mi cariño! romance Capítulo 286

La discusión se oía cada vez más alto, y todas las personas lanzaban las acusaciones contra la mujer.

Por cualquier motivo, los mayores no deberían pegar a los niños.

La mujer se moría de vergüenza, y quería marcharse del lugar deprisa.

Pero Cristián le detuvo, y le preguntó con la cara muy seria:

—¿Crees que después de pegar a alguien, podrías irte tan fácil?

—Ya se lo he dicho que no se falta pagarme. ¿Qué más quieres?

Gruñó la mujer. Como todo el mundo se burló de ella, ahora estaba muy enojada.

—Hemos ensuciado tu ropa, claro que sí te vamos a pagar. Pero, por otro lado, también tenemos que rendir cuentas contigo por lo que has hecho.

Estas palabras le hicieron palpitar el corazón, y le ponía de los nervios de repente. Ella nunca había imaginado que la cosa podía ponerse tan fea. En ese momento, lo único que podía hacer era llamar a su hombre para que pudiera venir a salvarla.

—Yo, yo voy a hacer una llamada.

La mujer sacó su móvil con mucha prisa, y llamó a su hombre.

Su marido cogió el teléfono rápido, y empezó hablar primero con la voz impaciente:

—¿Qué estás haciendo aparte de comer? ¿Por qué todavía no has vuelto?

—Yo, yo estoy en la calle donde da la puerta del baño.

La mujer dijo balbuceando.

El hombre perdió la paciencia y gritó:

—¿Qué estás haciendo allí? ¿Por qué no vuelves?

—Es que no me deja a salir, me ha sido detenido.

Dijo la mujer temblando.

—¿Qué?

Al oír eso, él estaba hecho un ají, pensaba que alguien intentó a coquetearse con su mujer. Bajó su auto inmediatamente y cerró la puerta con mucha fuerza.

Cuando llegó, preguntó con voz alta:

—¿Quién? ¿Quién no deja mi mujer a marcharse?

—Querido.

La mujer se asustó bastante. Al ver su marido, sintió un poco relajada. Para ella, ahora era como si le cayera una salvavida cuando se estaba hundiendo en el agua.

El hombre caminaba gritando hacia aquí:

—¿Quién está coqueteándose con mi chica?

—¿Cuál tonto haría eso? Tu mujer es muy fea.

Como había tanta gente alrededor, nadie supo quién había dicho eso.

Le hizo enfadarse más al escuchar de lo que la gente criticó a su mujer, se sintió humillante.

—¿Quién ha dicho eso? ¡Sal!

El hombre estaba como una cabra en ese momento, y gritó con el dedo apuntando a la multitud.

—¡Señor, cálmese un poco! Qué se refiera no es que tu mujer sea fea de cara, sino fea de pensamiento.

Dijo una chica que estaba de cerca.

Habría sido mejor si la chica no hubiera dicho nada. Porque después de su explicación, parecía que la cosa andaba peor. Si una persona tenía la cara fea, era algo del físico. Pero si dijo una persona tenía el pensamiento feo, significaba esta persona era poca ética, tenía poca cualidad o era persona malvada. De toda manera, no era un comentario bueno.

El hombre se enojó más todavía y apuntó a la chica con el dedo, dijo:

—¿Te atreves a decírmelo de nuevo?

La chica respondió subconscientemente:

—Es verdad que tu mujer tiene poca ética y está muy mal educada.

El hombre la iba a golpear, pero su mujer le frenó y le dijo levemente:

—Es mejor que no nos metamos en problemas.

Al escuchar eso, el hombre estaba a punto de echar la bronca a su mujer. Pero le llamó la atención de la suciedad que está en la ropa de su mujer. Se puso mala cara repentinamente, dijo:

—Te ha costado ciento y picos euros para comprar esta ropa. ¿Qué pasó con la ropa? ¿Por qué está hecha una mierda ahora?

—Mi hija la manchó.

Respondió Alain con una mirada que era capaz de estremecer a almas débiles.

El hombre se asustó bastante, y se quedó de piedra.

—Su hija me manchó la ropa. Estoy tan enojada y le doy una bofetada.

Aunque su mujer estaba hablando, el hombre no se enteró de nada. Se quedó en blanco por un rato. Y cuando se recuperó de su trance, gritó insolentemente:

—Tu hija ha manchado su ropa, claro que tienes que pagársela.

—Aquí lo tienes.

Cristián dio una coz a una bolsa que estaba en el suelo y llena del dinero. El hombre echó un vistazo a la bolsa y se quedó con la boca abierta al ver la cantidad que había.

Y en este momento le dio cuenta que algo no estaba bien.

Pero con dinero baila el perro. ¿A quién no le gustaba la pasta?

El hombre empujó a su mujer, dijo:

—¿Qué más quieres? Ya te ha dado el dinero. ¡Cógelo! ¿A qué esperas?

La mujer no era tan tonta, y no se atrevía a cogerlo.

—Mi hija manchó la ropa de tu mujer y aquí tienes el dinero. Pero tu mujer pegó a mi hija, ¿y eso cómo solucionamos?

Preguntó Alain y le fijó con una mirada airada y agresiva.

El hombre echó un vistazo a su mujer, luego miró a dinero y después fijó a la multitud. En ese momento se quedó totalmente aterrado.

—¿Qué hacemos ahora, cariño?

La mujer agarró la ropa de su marido preguntando.

El hombre le fulminó, y le dio una bofetada en la cara. Ella recibió el golpe por sorpresa, se cayó. Se tapó la cara y no podía creer de lo que pasó.

—¿Tú me pegas?

El hombre se mostró su aspecto feroz, dijo:

—¿Estás ciega o qué te pasa? ¡Mira bien, qué ropa se lleva! Hay que ser tonta de que no hayas notado que su familia tenga mucha pasta. Ya me voy, yo no me meto en este lío. ¡Qué vergüenza!

Todas las personas se quedaron flipadas. ¡Qué hombre más ridículo!

Aunque su mujer tenía toda la culpa, no debería que dejarla sola aquí.

Cristián se quedó con la boca abierta:

—¡Cada oveja con su pareja!

¡Qué hombre tan irresponsable! ¡Qué mujer tan vanidosa y malvada!

Si no era una persona mal educada, no podía pegar a los niños.

—Y esto…

La mujer agarró a los pantalones de su hombre, y todavía tenía la esperanza de que su hombre le salvara.

—¡No me busques problemas! ¡Soluciónalo tú sola!

Él dio una patada a su mujer despiadadamente, se marchó y no paraba de decir malas palabras.

—¿A qué miráis?

Como ya se fue su único apoyo, ahora se quedó atemorizada.

—El que se pica, es porque ají come. Es mejor ser gente buena.

Una persona de la multitud dijo y con un dedo apuntando a la mujer.

La mujer ya estaba plenamente consciente de que no podía depender de su marido. Al mirar su alrededor, se moría de vergüenza. No se debían confiar en los hombres. Ella había recordado esta lección para siempre.

Ella limpió la cara y se animó a sí misma. Para poder resolver este problemón rápido, ella no paraba de pedir perdón:

—Lo siento mucho. Todo es mi culpa. Yo no debería pegar a su hija.

Alain no le quería ni ver, obviamente que no estaba convencido de nada.

A su hija, él no hacía nada más que mimarla. Y hoy le había pegado por otra persona, él no quería perder su juicio, pero tampoco quería dejarlo así de simple. Ya estaba muy preparado de que, si no se quedara satisfecho, no pondría fin a este asunto.

—¿Qué más quieres?

Ella estaba hecha un desastre en ese momento. Su maquillaje estaba fatal, y la ropa estaba sucia también. Se sentaba en el suelo sola como si fuera un vagabundo.

—¡Corta tu mano a la que pega a mi hija!

Alain estaba muy enojado hasta que bebería la sangre de esa mujer. Incluye que su mirada feroz había asustado a Cynthia.

La mujer quedó como una estatua. Las pupilas dilataron por el miedo, y no paraba de temblar. En este momento ella haría lo que sea para apagar su ira. Se acercó a Alain arrastrando y agarró los pantalones de Alain suplicando:

—¡Todo es mi culpa! ¡Lo siento mucho! ¡Perdóname, por favor!

Alain frunció las cejas, y ya estaba hasta de las narices de la espera:

—¡Moved! ¿A qué esperáis?

Él miró a sus guardaespaldas impacientemente.

Los dos guardaespaldas reaccionaron rápido, le sometieron casi al instante. Ella ya no podía moverse ni por un centímetro.

El rímel de la mujer no era impermeable. Al llorar, se le estaba corriendo y después de mezclar con el base del maquillaje, le quedó la cara fatal. No existían palabras para que se pudiera describir lo que fea estaba.

En este momento ya no le interesaba nada de su imagen, la única cosa que hacía era suplicar:

—He sido mala. ¡Lo siento mucho de verdad! ¡Perdóname, por favor!

Cristián habló con indiferencia.

—El ser humano, debe que aspirar a lo que bueno.

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