—Oficial Mauricio, ¿tienes amigos aquí?
Mientras hablaba, Arturo miraba a Luciana, y preguntó con una sonrisa:
—¿Y esta es?
A Mauricio no le gustaba Arturo, pero tampoco le disgustaba. Sólo pensaba que él no debería tener una mujer casada en mente, lo que era inmoral.
—Debería ser yo quien haga preguntas a presidente Arturo, ¿no?
Por supuesto que Mauricio sabía quiénes eran las personas que podían vivir en este barrio.
Arturo tenía algunas influencias en la ciudad Blanca, pero en la ciudad B había tantas personas poderosas que él no representaba nada.
Podía conocer a las personas de este barrio, ya era muy distinguido.
Pero pronto lo había comprendido, miró a Fiona, y dijo sonriendo:
—Buenos trucos, presidente Arturo.
Quizás Fiona no fuera muy lista, pero tenía un buen antecedente familiar de verdad. Arturo sí tenía algunas capacidades que podía casarse con ella.
Arturo no seguía este tema inútil, dijo en serio:
—Oficial Mauricio, ¿podría hablar contigo solo?
No sabía que Mauricio ya era subdirector, por eso todavía le llamó oficial Mauricio.
—No creo que tenemos algo de que hablar.
Mauricio no le ofendió de propósito, sólo pensaba que no debía tratar con él por su relación con Alain, ni siquiera tener contactos.
—Tengo citas después, me voy primero.
Se volvió y llamó a Luciana:
—Nos vamos.
—Oficial Mauricio, ¿tenemos algún rencor?
Arturo frunció las cejas, sólo amaba a una mujer, y ¿era eso maldito?
Mauricio lo miró.
—No tenemos rencores, pero solo hacer amigos con los honestos. En cuanto a las personas que codiciaran a las mujeres casadas, no tenía ninguna simpatía.
Salió con Luciana dejando estas palabras.
Arturo no podía negarlo. También sabía que no era correcto, pero ¿quién podía controlar los sentimientos?
Si la mente pudiera controlar los sentimientos, y pudiera abandonar el amor enseguida como lo que decían, habría dado al corazón esta orden.
Se había contado a sí mismo miles veces que era incorrecto y tenía que dejarla, pero el amor todavía existía.
Ya se había esforzado para no pensar en ella, y no creó oportunidades para verla. ¿Qué más le exigían hacer?
—Algunas personas se rehúyen tranquilamente justo por el amor. Se esconde el cuerpo, pero los sentimientos silenciosos no pueden desaparecer. Arturo, no es tu culpa.
Fiona le tocó los hombros con sus manos, y le consoló:
—Como yo, no puedo controlar los sentimientos a ti. Si los amores se pueden dejar fácilmente, no son preciosos.
Arturo tomó la mano de ella, sonrío:
—De hecho, ya tengo buena suerte.
El Dios la envió a su lado, eso ya era la cosa más afortunada en su vida.
Era ingenua y bondadosa, y comprendían todas sus debilidades.
Esperaba que nunca hubiera conocido a Cynthia, pero lo que había surgido no se podía cambiar, y el amor que había tenido, no se podía considerar como nada.
—Posiblemente papá pueda ayudarnos.
Fiona sabía que quería pedir la justicia para Pablo.
—Venga, entra.
Hannan, hija de Martín. Mauricio también la conocía, y la contestó:
—Estás aquí también.
Ella llevaba un delantal, con un trozo de jengibre en la mano, y dijo con una sonrisa:
—Claro, aquí era mi casa, y ahora todavía es mi casa.
Era su casa antes, y no la era cuando se casó, pero después del divorcio seguía siendo su casa.
Hannah y Mauricio tenían la misma edad. Hace unos años Martín invitó a Mauricio a casa a comer, de verdad era una cita a ciegas. Martín siempre apreciaba a Mauricio, y pensaba que, si su hija se casaba con Mauricio, Mauricio la cuidaría bien. Sin embargo, su hija no asintió, se casó con un doctor quien volvió de los extranjeros, y hacía poco tiempo los dos se divorciaron de repente.
Ese docto le puso en cuernos a Hannah.
Perla volvió a recordar a Mauricio e insistía en que Martín invitara a Mauricio a casa a comer para emparejar su hija y Mauricio.
Martín se vio obligado por Perla a invitar a Mauricio a casa. Sabía que no había posibilidades entre su hija y Mauricio, si los hubiera, ya habrían estado juntos.
Además, su hija se había casado una vez, pero Mauricio todavía era soltero, entonces era más disparatado estar juntos los dos. Apreciaba a Mauricio, y también se ocupaba de él. No quería ponerle a Mauricio en un dilema, por eso le pidió que llevara a su novia, así que hacía a Perla que abandonara su idea.
—Entrad todos.
Perla les dejó pasar. Había preparado muchos platos con gran interés, pero ya todo se perdió. Perla se sentía descontenta.
Al ver a Luciana, Hannah sonrió.
—Ja, ¿ya tienes novia?
Mauricio dijo con una sonrisa:
—Sí.
—Pensaba que seguías siendo soltero, de modo que eres demasiado aburrido.
Hannah y Mauricio no se hablaban en forma distante, sino cariñosa como una familia.
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