Luciana incluso no sabía en dónde debía poner las manos.
El ascensor no tardó mucho en parar. Mauricio la dejó entrar primero, luego él se quedó a su lado y presionó el piso.
La chica le observaba secretamente. Él no tenía alguna expresión especial, y nadie sabía qué estaba pensando.
Ella intentó hablar con él,
—Sois muy cariñosos.
Mauricio entendió inmediatamente qué significaban sus palabras, y le asintió con la cabeza,
—Sí.
Con el timbre, se detuvo el ascensor.
Mauricio salió del ascensor y Luciana le siguió.
El hombre abrió la puerta y entraron en casa. Los novios se miraron un rato sin palabras, pero se dijeron al mismo tiempo con perfecto entendimiento.
—Tú...
—Dúchate primero.
Los dos se sonrieron.
—Olemos al Hot pot. Dúchate primero y prefiero descansar un rato —dijo Luciana.
Le asintió con la cabeza.
Ella se sentó en el sofá.
A pesar de que ella hizo todo lo posible para calmarse, no podía controlar su confuso corazón.
Y cuanto más pensara, más indescriptible fuera el contenido.
Ella se puso roja como un tomate.
«¿Qué estoy pensando?» Topó la cabeza
Para desviar la atención, ella cogió el mando a distancia y encendió el televisor.
Pulsó el botón para cambiar de canal, pero después de una docena de cambios, no pudo encontrar un programa que le gustara.
En este momento, sonó el sonido del agua corriente del cuarto de baño.
Ella se volvió y vio que una figura alta y borrosa se presentaba en el cristal esmerilado.
No sabía por qué, ella recordó al pecho vigoroso de Mauricio.
La chica se quedó con la cara colorada.
«¿Acaso estoy loca? ¿cómo puedo pensar tal cosa?»
—Ah, ah... —aunque a ella no le gustaban sus cavilaciones, no podía evitar el lío en la cabeza.
Cogió la almohada del sofá y lo sostuvo con fuerza.
Sin embargo, cuando ella estaba sumergida en su mundo, el sonido del cuarto de baño ya se cesó.
Seguía tratando de calmarse y liberarse del pensamiento raro. Sin embargo...
—¿Qué estás haciendo? —Mauricio le miraba extrañamente.
Luciana levantó la vista con el pelo revuelto y vio que Mauricio estaba de pie frente a ella.
Mauricio se vestía una blanca bata de baño. Parecía que no se había secado con la toalla porque desde el amplio cuello, todavía se podían ver que las gotas brillaban bajo la luz. Ellas recorrieron a lo largo del pecho vigoroso del hombre y desaparecieron finalmente en la bata de baño.
Al ver el aspecto del hombre, Luciana se puso roja como un tomate.
«¿Cuándo él ha salido del cuarto del baño?»
Luciana guiñó los ojos. «¿Acaso él ha visto mis comportamientos locos?»
—¿Cuándo... cuándo te has duchado bien? —tragó una saliva, y las palabras incoherentes salieron de su boca.
—Acabo. ¿Qué te pasa? ¿No estás bien?
Agitó la cabeza, —No, yo, yo voy a ducharme.
No sabía cómo explicarle lo que pensaba después de pensar un buen rato, por lo tanto, le dio un pretexto al azar, luego se levantó y salió del salón.
Ella se dirigió directamente al cuarto del baño corriendo y cerró la puerta.
El espejo podía desempañar automáticamente, y estaba claro. Ella podía ver su cara roja como el culo del mono.
Casi estalló en llanto.
«¡Qué avergonzada!»
Ella incluso quería meterse en el grieta si lo hubiera en el suelo.
¡Qué avergonzada!
«¡Vaya! ¿Si Mauricio cree que yo estoy loca?»
«¡Ah! ¿Cómo puedo comportarme como una tonta en un día tan importante?»
—Una película. —cogió el vaso y bebió.
Luciana se sentó a su lado, —¿Qué tipo de película que te gusta?
—Yo no lo sé.
Él no veía película frecuentemente.
—Vale.
Luego la casa se quedó en silencio.
Un largo silencio.
El ambiente era delicado. Cada uno quería hablar algo con el otro, pero parecía que no pudieron encontrar buen tema.
Muy embarazosos.
—¿Tienes sed? ¿Te sirvo agua? —de repente preguntó Mauricio.
—No —agitó la cabeza.
Luego los dos volvieron a fijar la mirada en la televisión, pero sus mentes estaban hechas un lío.
No sabían por dónde empezar.
Era difícil expresarse mutua y claramente.
No dejó de sonar el sonido de movimiento del reloj en la pared.
Poco a poco, el tiempo transcurrió.
Luciana levantó la cabeza y vio hacia el reloj, ya casi eran las doce.
—¿A qué hora sueles acostarte?
—Por lo general, alrededor de las once de la noche, si no tengo nada que hacer.
—Ahora son las doce. — dijo Luciana, apretando las manos.
«¿Qué? Quieres que yo inicie todo?»
«¿Acaso debo ser tan dura como un hombre?»
Mauricio volvió a beber agua. No sabía por qué tenía tanta sed que un vaso de agua no lo alivió.
—Pues descansemos. —se volvió a mirar a Luciana, con una expresión rígida, parecía que hizo todo lo posible para contener la reacción física.
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