Tras esos gritos furiosos, ambos nos sobresaltamos y logramos separarnos de golpe para ver lo que estaba sucediendo a nuestro alrededor. Al echar un vistazo, vi que Fernanda se encontraba a un lado, con una expresión bastante tensa, pero Mell estaba al otro lado, roja como una fresa madura y con los labios fruncidos debido al enojo. Sus miradas de desconcierto me hicieron caer en cuenta de lo que había estado a punto de hacer y resoplé.
—Bella, vámonos —dijo mi amiga en un gruñido y me tomó por el brazo.
Me dejé guiar hasta su auto y antes de subirme, miré con cautela hacia donde estaba James, él levantó una mano y lanzó un beso en el aire, luego su madre sacudió sus mejillas con rabia y comenzó a hacer algunas señas con sus manos, como riñéndolo por lo que había acabado de suceder.
Cerré mis ojos y me subí al auto, sabía que lo que me esperaba con Mell no iba a ser nada tranquilo o fácil. El camino a casa fue bastante incómodo, los bufidos de mi amiga resonaban en el espacio cerrado del auto, siendo nuestros únicos acompañantes de la travesía; esta vez ni siquiera la música nos acompañaba, solo la tensión filosa y latente que nos unía.
No nos dirigimos la palabra hasta llegar a su hogar y sentarnos a cenar en la mesa del comedor.
—Es que tú estás loca ¿verdad? —cuestionó al cabo de un rato y puso el plato en la mesa con tal fuerza que los cubiertos se levantaron y el vaso de agua derramó unas gotas bastante grandes—. ¿Qué rayos ibas a hacer?
Pasé una mano por mi rostro y con la otra masajeé mi nuca. Luego acomodé el tenedor que había quedado casi cerca del borde de la mesa, rodé los ojos y resollé con fastidio.
—Mell, a pesar de todo, es el padre de mi hijo.
Abrió sus ojos un poco y luego chasqueó sus dedos frente a mí.
—Sí, un padre fantasma, un papá mago; aparece un día y se desaparece al otro —replicó alterada y tratando de contener su rabia.
Me quedé en silencio. Sé que tenía razón, pero me negaba a aceptarlo en voz alta. Así que, para calmar mis ansias tomé un sorbo de agua.
—A ver, te lo preguntaré una sola vez ¿es tan difícil darte cuenta de que está tratando de enredarte de nuevo? ¿Qué sucede contigo? —repuso otra vez, en forma de regaño.
—No es tan fácil olvidarse de un amor y mucho menos cuando llevas un hijo suyo en tu vientre —respondí en un murmullo—. Quise controlarme, te juro que quise hacerlo, pero no lo he olvidado y la vulnerabilidad me atacó.
Mell suspiró y se acercó, luego se agachó un poco para abrazarme. Olvidar esa parte de mi vida, esos cinco años a su lado, no era nada fácil y mucho menos teniendo un recuerdo tan vivo dentro de mí, literalmente.
Era difícil luchar contra mis sentimientos, en el fondo sabía que James me había hecho daño, pero ¿y si esta vez funcionaba? ¿y si era cierto que me amaba y que quería cambiar?
Luego la rabia comenzó a hervir en mis venas cuando recordé un gran detalle.
—¡Lo sabía, Mell! —lloriqueé en su hombro y cerré mis ojos, rápidamente exprimieron las lágrimas que tanto me había esforzado en controlar para parecer fuerte—. ¡Lo sabía y no me buscó!
Ella asintió y acarició mi cabeza, enredando sus dedos en las ondas de mi cabello, luego se separó un poco y me miró, sus ojos también tenían algunas lágrimas.
—¿Ves por qué digo que no se merece que consideres la posibilidad de volver con él? —susurró y luego acarició mi vientre suavemente y añadió—: Sé que estás enamorada, pero por encima de todo estás tú y mi sobrina.
—¡Es que soy tan débil! —exclamé y tapé mi rostro con las manos—. No es fácil dejar ir cinco años de mi vida. Sabes que fuimos muy felices, pero todo cambió el día que... que me dejó plantada. No entiendo qué hice mal, no entiendo.
—No fuiste tú, él fue el cobarde que no llegó —corrigió de inmediato—. Tu fuiste una buena novia, una excelente mujer y siempre hiciste las cosas bien; en cambio él…
Suspiró y negó con la cabeza, pero no terminó la frase y apretó mi mano.
—No se merece que estés llorando por esto, Bella —murmuró—. Duele aceptarlo, pero no le importas tanto como dice, si sabiendo que estás esperando un hijo de ambos, ni siquiera fue capaz de preguntar cómo estabas pasando o si tenías comida, o si estabas bien.
Limpié con rabia una lágrima que me estaba provocando comezón en mi nariz y luego miré hacia un punto fijo de la mesa, intentando encontrar una solución viable a mi situación.
—Me duele, Mell.
—A mí me duele verte así por esa basura —replicó—, no es justo que sigas sufriendo por ese tipo.
Nos quedamos en un silencio en el que sólo se escuchaban mis sollozos de dolor. ¿Cómo se distingue el bien del mal? ¿Cómo se distinguen los sueños y deseos de la realidad? ¿Y cómo se discierne en una situación así?
—Vamos a cenar, no podemos dejar que mi princesa siga aguantando más hambre —propuso al cabo de un par de minutos y limpió mis lágrimas con dulzura, luego las de ella y se levantó. Se dirigió al horno y sacó una bandeja, rápidamente un olor delicioso inundó la cocina y al ver de qué se trataba sonreí.
—¿Es lo que creo que es?
Asintió emocionada y depositó la bandeja en el centro de la mesa.
—Es la tercera vez que lo hago y creo que esta bien sí me quedó bien —contestó orgullosa al partir un trozo del humeante pastel de papa con queso gratinado—, ojalá te guste.
—¿A qué se debe esta receta especial? —cuestioné y enarqué una ceja.
—Recíbelo como una sincera disculpa por todo lo que pasó —murmuró y puso en gran trozo en mi plato—. Por favor, perdóname.
Chasqueé mi lengua y la examiné con detenimiento. Luego miré el pastel y otra vez a ella, se me había ocurrido una idea.
—Hagamos un trato —propuse con voz seria y ella asintió con rapidez—. Si el pastel te quedó bueno, te perdono, si no, pues, seguiré enojada.
El brillo de sus ojos se apagó un poco al escuchar mis palabras y fue reemplazado por un destello de decepción.
—No es justo, Bella —se quejó y se sentó en una silla—, sabes que no es mi especialidad.
—Pues sí, esa es la idea —respondí y me encogí de hombros, intentando mantener la tranquilidad para parecer insensible.
—Ah... sí, claro. ¿Cómo no voy a saber que ya llegamos? —respondí vacilante y escondiendo mi rostro un poco para que no notara mi vergüenza. Tomé mi bolso y me dispuse a abrir la puerta para bajar del auto.
—Bella ¿estás bien? —interrogó preocupada y tomándome de la mano impidió que bajara.
—Sí. Solo estaba un poco distraída —repuse y sonreí—. No es nada, en serio.
Alzó una ceja y en un tono divertido, dijo:
—Sacaremos cien puntos, ya verás.
Le dirigí una sonrisa radiante y asentí.
Bajamos del auto y nos encaminamos hacia el salón. Pero mientras repasábamos las preguntas de la guía de examen, sin querer miré hacia un frondoso árbol que estaba en las áreas verdes de los terrenos de la universidad. Y abrí mis ojos de forma desmesurada al ver que, sentado bajo ese árbol, estaba un chico de cabello negro y ojos azules, tan brillantes como las estrellas.
—Mira quién te está esperando —bromeó mi amiga en un susurro y me codeó, luego me lanzó una mirada pícara y miró nuevamente a Alex.
—Estará esperando a su hermana, a mí no creo —repliqué de inmediato, pero en el instante en qué escuché mis propias palabras sentí como me empezaron a temblar las manos. Pero no porque le tuviera miedo, sino porque cuando ese chico me miraba, sentía una conexión entre nuestras miradas y esa corriente me recorría el cuerpo—, le dejé muy claro que no iríamos al banco, y con lo del embarazo no creo que quiera acercarse más.
Mell hizo un sonido afirmativo pero sarcástico y luego me codeó nuevamente y al levantar mi vista, el chico subió su mano y la agitó en forma de saludo. Su sonrisa amplia y jovial, mezclada con los hoyuelos de sus mejillas y el color de sus ojos, eran una perfecta combinación. Mell levantó una mano y en un gruñido me dijo que hiciera lo mismo, así que de una forma lenta y tímida lo saludé, a esos cuantos metros que nos separaban. Hizo un gesto como si señalara la cafetería y luego un reloj, pero solo fruncí los labios y miré hacia el pasillo.
No había entendido nada de lo que había dicho, pero solo rogaba en mi mente que cuando saliera de clases no estuviera aún allí, porque no quería hablar con nadie y mucho menos, con alguien que me ponía el mundo de cabeza y que me hacía despertar sentimientos.
Entré al salón y sacudí mi cabeza varias veces para despejar mis pensamientos mundanos —perdón, extraños— y me concentré en mi examen.
Extrañamente las respuestas eran fáciles, o al menos, para mí, que había pasado estudiando esos tres días libres con tal de ganar una buena calificación. Llené todo con rapidez, aprovechando que me sabía todas las respuestas y entregué el examen a mi profesor.
Mis compañeros levantaron la vista y me observaron con sorpresa, siguiéndome hasta que tome asiento nuevamente. Les sonreí ampliamente y saludé con ironía a unos cuantos, que aparataron su mirada derrotada de inmediato.
Soporté cinco minutos más dentro del salón, pero no podía respirar bien, debido a la pesadez del aire, el examen al parecer había provocado una ola de dióxido de carbono bastante pesada y que olía a confusión y enredo. Así que, decidí salir a tomar aire y esperar a que Mell terminara y saliera. Fruncí mis labios al notar que se veía algo confundida mientras escribía y borraba, borraba y escribía. Esperé en la puerta y tosí un poco para llamar la atención de mi amiga, pero por más que quise soplarle las respuestas, la mirada furtiva y cazadora del profesor me lo impidieron.
La miré decepcionada y ella asintió, luego posó su vista nuevamente en su examen y volvió a escribir, pero dos segundos después y tomó el borrador y se deshizo de sus respuestas otra vez. Suspiré y negué con la cabeza, no podía hacer nada por ella. Así que decidí caminar un rato por los pasillos de la universidad para despejarme un poco. La mañana era cálida y el sol resplandecía en un cielo despejado, algunos estudiantes se encontraban charlando o discutiendo proyectos y pensé en dirigirme a la biblioteca para retomar la lectura de un libro que había dejado a medias un tiempo atrás. Decidí escribirle un mensaje a mi amiga para decirle que cuando terminara su examen, podía encontrarme en la biblioteca, pero al rebuscar mi celular en mi bolso, sentí un rugido en mi panza. Negué con la cabeza y sonreí, por suerte mi amiga me había alistado una pequeña merienda, así que saqué el paquete de galleta integral y lo abrí, mientras giraba para adentrarme en un pasillo vacío que era el atajo perfecto para llegar más rápido y sin tanto ajetreo.
Cuando levanté la mano para llevar la galleta a mi boca, una mano se posó en mi hombro y lo apretó levemente. Una sensación extraña recorrió mi cuerpo y esparciéndose por mis tejidos, me inmovilizó.
—Bella. Hoy te ves radiante. ¿Cómo están? —cuestionó esa voz, dejándome sumida en un entumecimiento de mis extremidades. Solo un milagro podía salvarme.
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