Me quedé helada por unos segundos y mi aliento se congeló; mis piernas se debilitaron y mis palpitaciones se aceleraron.
De todas las personas en el gigantesco mundo y planeta Tierra no había previsto que pudiera ser él. No había imaginado su presencia ni en mis peores pesadillas, no podía ser James...
—¿Cómo están? —volvió a preguntar, pero esta vez en un susurro en mi oído que me erizó los vellos de la espalda y me provocó una sensación de cosquilleo por toda la piel, sin embargo, cerré mis ojos y apreté mis puños. La noche anterior había tomado una decisión a mi encrucijada y estaba dispuesta a sostenerla.
—¿Se puede saber desde cuándo te importa? —espeté grosera y apuré mi paso haciendo como si no estuviera a mi lado—. El día que nos vimos ni siquiera preguntaste por mí o por el bebé, y ¿ahora te haces el preocupado?
Me siguió el paso, hasta lograr posicionarse frente a mí, y quedamos a tan solo separados por unas cuantas pulgadas. Rodé mis ojos y decidí seguir el camino, pero se puso frente a mí, impidiendo que lograra continuar. Así que, tomé aire y crucé los brazos sobre mi pecho, mientras movía un pie con impaciencia.
—Bella, escucha —dijo, aprovechando que tenía mi atención—, soy un tonto, eso lo sé de sobra. Tú no merecías que te dejara así en ese altar el día de nuestra boda y con toda la gente que se burlaba y se reía de ti mientras...
—Gracias por recordarme el dolor que sufrí gracias a tu miserable decisión —gruñí interrumpiendo su descripción detallada de mi sufrimiento y di unos pasos al frente para seguir caminando; le había dado una oportunidad y se comportaba así.
Tomó una bocanada de aire y repuso:
—Lo sé, fui un estúpido y un miserable —admitió en un susurro—, pero podemos volver y cuidar de ese bebé.
Entrecerré mis ojos un poco y restregué mi nariz con desesperación.
¿Ese bebé? ¡Era su hijo!
—James, no sé en qué momento te enteraste, pero...
—No lo sabía, te lo juro por nuestro reloj de arena —insistió. Negué con la cabeza, ¿desde cuándo le importaba tanto nuestro reloj de arena? ¿En qué momento pasó a ser un objeto sagrado para él? —. Me enteré cuando llegué, estaba en un viaje de negocios —agregó, hablaba tan rápido que ni siquiera pude entenderle las palabras con precisión.
—Claro, y es en ese momento cuando nuevamente fuiste tan cobarde que no pudiste buscarme o llamarme para confirmarlo o para saber cómo estaba—. Rodé los ojos—. ¿Sí sabías que existen celulares y redes sociales para contactar a las personas, cierto? ¡Claro que lo sabes, por supuesto! De seguro lo usas para contactar a tus amantes y luego llevarlas a la cama.
Chasqueó la lengua y bufó.
—Bella, yo sé que me amas. Yo te amo, seamos felices —murmuró un segundo después y me tomó del brazo, intentando detenerme y cuando logró hacerlo, se acercó poco a poco, hasta quedar tan cerca de mí que podía sentir su aliento fresco con olor a menta, miró mis labios con deseo y desesperación. Mi respiración se aceleró de inmediato y nuevamente quise alejarme, pero algo me lo impedía—. Vámonos lejos, hagamos nuestra vida en otro país, dime dónde quieres ir y te llevo, dejemos el pasado atrás y empecemos de nuevo, solo tu y yo.
Sus palabras lograban despertar el amor que, según yo, había superado, pero nuevamente las cenizas volvían a encenderse para empezar a arder con fuerza. ¿Y si le daba una última oportunidad? ¿Y si podía perdonarlo una vez más? ¿Y si este era el momento de ser feliz y tener una familia completa? ¿Y si...?
Lo miré comprensivamente y noté cómo humedecía sus labios, tragué saliva y decidí hacer algo que sabía que no estaba del todo bien, y mucho menos después de la decisión que había tomado la noche anterior respecto a James y mis sentimientos, pero quizás si nos íbamos lejos, todo cambiaría, seríamos más felices, empezando una vida en un lugar lejano. Tal vez, podríamos formar esa familia que tanto soñé tener, quizás esta vez sí cambiaría y por nuestro hijo estaba dispuesto a dejar todo su pasado atrás y retomar nuestro amor, tal vez…
—Bella, tengo que preguntarte algo... —musitó nervioso y rascó su nuca, pero sin esperar mi respuesta, agregó la oración más ofensiva que puede recibir una mujer íntegra—: ¿ese hijo es mío?
¡¿Qué?!
¡Imbécil!
¡Baboso!
¡Y yo que estuve a punto de volver a caer!
¿Qué creía? ¿Que yo me andaba acostando con cualquiera?
Cerré mis ojos y me contuve para no tirarme encima de él y quitarle los pocos cabellos que la calvicie le estaban dejando. Inhalé y exhalé unas cuantas veces, mis ojos parecían inyectados con sangre y mis venas a punto de explotar.
—Definitivamente no lo es. No puede ser hijo de un hombre como tú: cobarde, mentiroso, cínico, cretino, mentecato, babieco, simple, tarado, tonto... —respondí con desprecio y tomé aire para seguir.
—¡Basta! —exclamó furioso—. Ya me quedó claro lo que soy para ti.
—Qué bueno, me alegra que lo sepas, porque jamás quiero volver a verte —espeté de inmediato—. No te quiero cerca de mi ni de mi hijo, eres tan detestable, James, que no creo que logres ser feliz algún día. Puedes irte como la gran basura inútil que eres, y esta vez si puedo decir que me enorgullece que te largues.
Al escuchar mis palabras y el tono asqueado con el que las escupía sobre su rostro, sus ojos se salieron de sus órbitas y su semblante cambió en su totalidad. Sin medir las consecuencias ni la fuerza que usaba, me tomó de una forma brusca y agresiva, del brazo y tiró de él.
—Me haces daño, James.
Sin embargo, mis sollozos no eran suficientes y me mantenía tomada con tanta fuerza, que ya podía sentir sus uñas clavarse en mi piel
—¡Estoy embarazada! ¡Suéltame! —supliqué en un alarido y a la vez trataba de liberarme de sus brazos que me sujetaban con fuerza.
—Tú eres mía y de nadie más. ¿Te quedó claro? —gruñó con rabia mientras forcejeaba conmigo e intentaba meterme a un salón vacío. Sentía su aliento agitado y su respiración entrecortada, luego pasó una mano por mi mejilla y después su lengua.
Sollocé varias veces, me provocaba nauseas, asco y unas tremendas ganas de vomitarle encima. Intenté gritar, pero me tapó la boca con una de sus manos y sonrió de una forma maquiavélica.
—¡Suéltala!, cobarde! ¿Eres sordo? —vociferó con fuerza una voz masculina que resonó por el pasillo y que me dejó inmóvil—. ¿Eres imbécil o te haces?
James se quedó quieto por unos segundos y podía escuchar mi corazón latir con fuerza, pero se aceleró aún más al reconocer esa voz, esa misma voz.
—¡Vaya! ¡Alex Queen! —gritó James, seguido de una carcajada irónica. Pero me soltó de un tirón y casi caigo sobre una de los macetas que adornaban el pasillo—. El inútil Alex Queen.
Al sentirme libre, no dudé en aprovechar la oportunidad que me estaba dando la vida y corrí hacia donde vi un cabello rubio y unos ojos azules llorosos. Mell me esperaba con los brazos abiertos y estaba detrás de Alex, que miraba a James con rabia y con unas ganas intensas de matarlo.
Mi mejor amiga y yo nos fundimos en un abrazo. Uno de esos que te transmiten paz y alivio en los momentos de tempestad. En susurros me preguntaba si estaba bien y examinaba mi cuerpo con ansiedad, buscando algún indicio de que estaba herida o mal. La tranquilicé rápidamente y le dirigí una sonrisa triste.
—¡Seguramente por este baboso me cambiaste! —gritó James alterado haciéndome sobresaltar por la fuerza de su voz, pero Mell me impidió ver la escena apretándome más en su pecho—. Bien dicen que no se estudia para ser una…
El ruido de voces incesantes me taladraba los oídos. Al parecer, los estudiantes empezaban a llegar y estaban formando un corro a nuestro alrededor.
—Dices un insulto y te parto la cara —refutó Alex molesto y luego exigió—: ¡Respétala! Es una excelente mujer y merece respeto como todas.
James soltó una risita sarcástica. No pude evitar soltarme de Mell y observar la escena. Mi ex apuntaba con un dedo hacia Alex, manteniendo una expresión de desprecio combinada con ironía y luego tomó aire para gritar en tono burlesco:
—Ay, ¿cómo te llaman ahora? ¿El defensor de Bella? ¿El buen samaritano? O mejor aún ¿el amante?
Alex sonrió con suficiencia y luego dio un paso al frente.
—La defiendo y la defenderé siempre. Y no porque sea su amante, sino porque yo sí soy un hombre —respondió Alex con firmeza y serenidad.
Esas palabras actuaron como un par de bofetadas en las mejillas de James, porque se tornaron de un rojo intenso. Y noté como rápidamente se le subió la adrenalina y el orgullo al rostro porque quería explotarle de todos los colores y sus cejas se arquearon.
—¿Insinúas que yo no soy un hombre? — formuló y entrecerró sus ojos como si intentara entender la indirecta, pero como su cerebro era tan pequeño como una nuez, tuvo que preguntarlo para estar más seguro.
—¡No puedo! ¿Y si se muere por mi culpa? —exclamé, dejando salir un gemido de terror desde lo más profundo de mi interior—. No quiero que Alex se muera.
Mell se acercó a grandes zancadas por la fila de sillas del hospital y me tomó de la mano.
—No va a morir —susurró, tratando de transmitir calma ante la situación, pero sus palabras denotaban inseguridad—. Va a estar bien, solo fue un golpe en la cabeza —agregó dudosa y noté cómo se tensaba al decirlo.
No era cualquier golpe en la cabeza, era un fuerte golpe con una roca.
—¡No debí dejar que se pegaran! —sollocé asustada y tapé mi rostro con las manos—. ¡Debí separarlos a tiempo!
Mi amiga tomó un folleto que había en una ventanilla cercana y me abanicó con él, para intentar que me calmara. El aire refrescó mi rostro y suspiré un poco, estaba demasiado alterada y preocupada, pero la vida de Alex estaba en juego, y todo era por mi culpa.
—Alex es un caballero. Hizo lo que todo hombre verdadero haría si ve a un cobarde maltratando a una mujer —argumentó firmemente—, él no iba a permitir que James te siguiera lastimando.
—¡Pero no debí...!
—¿Dónde está mi hijo? —cuestionó una voz alterada que hizo que me callara abruptamente irrumpiendo en aquella sala—. ¿Dónde está Alex?
La voz pertenecía a una mujer de cabello negro y ondulado, muy apuesta y conservada; su rostro denotaba pánico y sus manos temblaban. A su lado, la acompañaba un señor de ojos azules y cabello grisáceo, que al igual que su esposa, observaba consternado hacia cada milímetro en busca de su hijo.
Samantha, la hermana de Alex, quien estaba acurrucada a un lado de la sala de espera, de inmediato se levantó y fue en dirección a sus padres que la abrazaron con fuerza y se separaron pasados unos segundos.
—Sam… ¿dónde está tu hermano? —cuestionó la señora con desespero.
—Mamá, Alex está inconsciente, no reaccionaba, parecía muerto y... —informó la chica con voz temblorosa y de un momento a otro rompió a llorar, dejando la frase a medias y su rostro se tapó con su melena azabache, cuando se sentó de nuevo y lloraba de una forma incontrolable.
—¿Mu- muerto? —pronunció la señora Queen con miedo y de inmediato su rostro cambió de color a un blanco espeluznante—. Pero... ¿qué sucedió? ¿Robaron el banco? ¿Hubo un atentado? ¿Qué pasó? —interrogó temblorosa y se sentó al lado de su hija, pasando su mano por la espalda para que se calmara y respondiera sus dudas.
—Sam... ¿qué pasó? —urgió el papá alterado y perdiendo la paciencia—. ¿Qué sucedió? ¡Contesta!
Samantha bajó sus manos poco a poco, su rostro estaba empapado en lágrimas y sus mejillas sonrosadas de tanto llorar; miró hacia la habitación por donde habían trasladado a Alex inconsciente en una camilla y luego nos miró de reojo. Estaba segura de que estaba pensando en si contarle o no lo que realmente había pasado. Se veía que era una buena chica, pero si los padres de Alex se enteraban de que había sido por mi culpa, lo más seguro era que me sacaran de ahí como un perro y sin saber de Alex nunca más, porque sí, él era un chico mayor de edad y hasta independiente, pero seguramente preferiría a sus padres que a una chica que acababa de conocer.
Desde una esquina de la sala, observábamos la escena, tratando de no poner en evidencia nuestra presencia. Mell contenía la respiración, el color rojo de su rostro lo denotaba, pero yo no podía hacerlo, debía proveerle a mi bebé el oxígeno necesario y no podía dejar que le pasara algo a mi hijo también; después de toda la conmoción que había vivido aquel día y que aún no se solucionaba, lo que menos necesitaba era un problema más.
También yo había pasado por una revisión médica debido a la violencia con la que me había tratado mi ex; mientras él había sido llevado a uno de los mejores hospitales de la ciudad, después de haber sido golpeado por un tumulto de chicos furiosos y frustrados por lo que le había hecho al bondadoso Alex.
—Alex hizo una buena obra —confesó Samantha en voz baja y en medio de hipidos por el llanto que controlaba. Cerré mis ojos porque ya sabía por dónde venía todo—. Defendió a una chica que estaba siendo maltratada.
Sus padres se miraron rápidamente y fruncieron el ceño a la vez. Mell me tomó de la mano y la apretó, posiblemente ya me veía encerrada en una cárcel hasta el fin de mis días.
—¿Qué quieres decir? —preguntó el papá, arqueando una ceja con interés y sorpresa a la vez—. ¿Cómo así que la defendió?
Mell en serio se esforzaba por pasar desapercibida pero no dejaba de moverse e incluso, parecía que quería saltar para conseguir el oxígeno que no le llegaba. La miré fijamente y negué con la cabeza de forma disimulada, no podía hacerse notar. Lo que menos quería y necesitaba eran más problemas; pero mi amiga no pudo seguir aguantando la respiración, dejó salir el aire, acompañado de una tos seca; una tos que alertó a los señores Queen de inmediato.
Rápidamente giraron sus cabezas hasta dar con el sonido de ahogamiento de mi amiga, hasta llegar a la esquina donde nos encontrábamos. La atención de los señores se posó totalmente en nosotras, que sonreímos con timidez sin saber qué más hacer o decir.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen aquí? —la madre de Alex se apresuró a interrogar, y con una voz nada amigable. Su expresión se endureció y caminó a paso rápido, dirigiéndose hasta nosotras.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés]