Al día siguiente me costó mucho levantarme por el enorme cansancio que me había provocado el paseo a la playa y después la divertida cena y el maratón de la saga de Harry Potter; pero tuve que hacerlo porque debía asistir a mi trabajo.
La mañana era calurosa; el sol pegaba con toda su fuerza; el cielo despejado lucía su intenso color celeste, sus matices eran perfectos, algunos claros, otros oscuros, pero hacían una armonía admirable.
Caminaba hacia la panadería, era sábado y preferí decirle a Mell que se quedara en casa con Javi., el día anterior habíamos pasado juntas cada hora y ellos necesitaban tiempo y espacio, además, no me hacía mal hacer un poco de ejercicio. Desde que vivía con Mell iba y venía en auto a todos lados y se notaba en mi condición física, pues solo había dado algunos pasos y ya estaba cansada.
Llevaba conmigo una botella enorme de agua, me sentía deshidratada después de haber pasado casi ocho horas en la playa; mi piel estaba bronceada y me ardía. Pero, mis piernas me dolían después de que tuve que salir corriendo en busca de mi ropa, porque Mell me pidió que me midiera el bikini y escondió la ropa que llevaba, luego me obligó a buscarla por toda la playa y nunca la encontré. Fueron muchas las miradas que recibí por llevar un traje de baño tan sensual y tuve que permanecer en el agua dos horas hasta que se anocheciera un poco y la gente no me viera.
Esa mañana me había armado de mucha rabia, estaba decidida a decirle a Julia sus verdades. Desde el día de la ecografía solo había ido un día al trabajo y por casualidad, ese día ella se ausentó, pero ahora, no se iba a salvar.
Mis pasos eran rápidos y aun así, la calle se me hacía infinita. Me dolía el cuerpo y la piel me ardía con mucha intensidad debido al sol fulgoroso que me hacía transpirar. Me detuve en medio de la acera, saqué una toalla de algodón y me sequé la frente; destapé la botella, bebí grandes sorbos de agua y rápidamente sentí mi garganta refrescarse y mi cuerpo tomar algo de fuerzas.
Seguí caminando a paso medio, ni rápido ni lento. Si seguía casi trotando, me iba a morir antes de llegar a la panadería, así que opté por llevar una velocidad media. Iba observando las casas, eran grandísimas y lujosas; sus colores armonizaban con los grandes jardines y patios. Como mi día nunca podía ser de suerte, al poner mi pie en la dura acera sentí una cosa blanda en mi zapatilla. De inmediato bajé mi mirada hacia mi calzado y me llevé una asquerosa sorpresa.
¡Materia fecal de perro pegada a la suela de mi zapatilla! Hice la peor expresión de asco y resoplé con enojo y frustración. Me había costado tanto dejar mis zapatos blancos para que viniera una popó a ensuciarlos.
Chillé con rabia y decidí dar algunos pasos, pero lo peor llegó: choqué con un poste de luz, por ir de distraída mirando las mansiones de los posibles dueños del animal del que provenía el regalo que llevaba aplastado en mis pies. No me había dado cuenta de que tenía que bordear un enorme poste de concreto y me pegué en la frente.
Tuve ganas de llorar, mi día apenas empezaba y ya se estaba convirtiendo en una odisea.
En ese momento no preveía ni sabía que lo peor estaba por suceder, aunque mi destino, como siempre, sí lo sabía. Todo era obra del maldito destino.
—¡Coco! —gritó una voz haciendo eco por las calles vacías y resonando en mis oídos. Me quedé pasmada; había escuchado esa voz antes y siempre lograba la misma reacción en mí. Lo más extraño era que no sabía a quién llamaba. ¿A Coco? ¿El de la película? ¿O la fruta?
Además, ¿a qué loco se le ocurría llamar a un objeto?
Un roce en mis piernas me hizo erizar los vellos. ¡Y era algo que se movía! ¡Algo peludo! Di un salto despavorido que me hizo perder el equilibrio y esta vez el poste me sirvió de apoyo.
Abrí mis ojos ante el monstruo que me estaba acechando y mi sorpresa fue enorme cuando distinguí entre sombras a un perro enorme y peludo que se movía entre mis piernas rozando su cuerpo con el mío, quizás era el autor y dueño de ese excremento espantoso. ¡Había llegado a vengarse por mis malos pensamientos!
—¡Coco! —repitió una voz masculina en un llamado insistente—. ¿Dónde estás, Coco?
Mi corazón se agitó aún más. La intranquilidad me perseguía de la mano de esa persona que no quería ver. ¡No podía ser posible, no en ese momento!
Traté de seguir caminando para buscar refugio en algún rincón y evitar encontrarme con él. Pero el perro, que al parecer se llamaba Coco, me seguía y ladraba con alegría como si me conociera de toda la vida. Escuché el sonido de una puerta abrirse y vi el cabello de alguien al otro lado de la cerca. Temía que fueran ciertas mis sospechas y que fuese ese alguien que me había decepcionado tanto.
Desesperada, traté de dar unos pasos más y alejarme. Sin embargo, el perro se interpuso al frente. Movía su cola con frenesí y ladraba con alegría e insistencia.
¿Qué quería ese perro? Me encantaban los animales, pero ese lindo canino me estaba acosando y me impedía huir de ese lugar manteniéndome a unos pasos de quien no quería ver.
—¿Coco? —cuestioné en voz baja, agachándome un poco y acariciando su oreja con suavidad.
El perro, que además era muy inteligente, sabía su nombre, porque movió la gran cola peluda como respondiendo a mi pregunta y se sentó sobre el asfalto, luego sacó su lengua y jadeó.
—Buen chico —murmuré mientras acariciaba su húmedo hocico—. Necesito que me dejes ir, voy a llegar tarde al trabajo y además, si tu dueño es quien estoy pensando...
—¿Qué pasa si soy su dueño? —susurró una voz en mi oído y de inmediato me hizo erizar cada vello de mi cuerpo.
¿Cómo le había hecho para llegar hasta donde yo estaba sin darme cuenta? ¿Cómo no sentí su presencia?
—No me has contestado. ¿Qué pasa si soy su dueño? —susurró con voz ronca insistiendo ante mi silencio.
Mi corazón palpitaba como si quisiera salirse de mi cuerpo y mi respiración se agitó al sentirlo más cerca poco a poco.
Coco se había echado sobre la acera y mantenía la cabeza apoyada en el duro asfalto. Sus ojos estaban cerrados y se había dormido. Me había metido en un gran problema y luego me había dejado sola.
Mis piernas empezaban a adormecerse. Debía levantarme, me dolían los músculos de estar en esa incómoda posición. Me erguí poco a poco mientras pensaba qué decirle, había metido la pata, pero él la había metido peor.
Decidí lanzarle un ganchazo de esos en los que la rabia es la que gana.
—¿Cómo va tu hijo? —pregunté con frialdad y tratando de esquivar su mirada.
—¡Pero si yo no estoy embarazado! ¡La embarazada eres tú! —exclamó al instante con una risita—. Soy hombre, no puedo estar embarazado.
No me hizo ni una pizca de gracia lo que dijo, así que me limité a rodar los ojos y hacer una mueca simulando una sonrisa, pero me salió como una mueca de disgusto.
—No te hagas el gracioso —gruñí entre dientes—. No te queda, Alex.
—Es que no me hago, solo te respondo con la verdad —repuso desconcertado y rascó un poco su nuca—. ¿Te gustaron las rosas?
Me limité al silencio y miré hacia un punto fijo, no deseaba hablar con él. Se suponía que esas palabras en esa nota había sido nuestra despedida, juré que no quería ni debía verlo nunca más, yo no quería, pero el destino insistía en hacerlo aparecer en mi camino como por arte de magia.
—No pensé verte otra vez —murmuré con los ojos cerrados—, no quería verte otra vez.
Abrí los ojos y lo encontré unos pasos más cerca; solo nos separaban unas cuántas pulgadas y eso me aceleró las pulsaciones; su rostro estaba enfocado en mí, sus ojos azules me miraban como si mis palabras le hubieran dolido mucho.
—Yo sí quería verte otra vez —susurró con voz ahogada—, ayer no me atreví a saludarte, estabas con tu amiga y.… no quería que me golpeara de nuevo.
Fruncí el ceño y lo miré.
—¿Cómo? ¿Fuiste personalmente a dejar las rosas? —cuestioné confundida.
—Sí, de hecho, le regresé la enciclopedia a tu amiga... pensé que te lo había comentado.
Negué con la cabeza.
—No me dijo nada... —susurré.
—Pero, me refería a cuando te vi en la playa, yo quise...
—¿Volviste con ese cobarde? —interrumpió y su voz sonó molesta—. ¿En serio, Bella? Después de lo que te hizo, de lo que te dijo y de lo que sucedió, pensé que lo odiabas.
Tomé aire antes de responder, sabía que me lo preguntaría, pero no tenía alguna respuesta preparada.
—Si regresamos o no, es un asunto que no te incumbe —respondí haciéndome la importante; desde el momento en que me enteré que iba a tener un hijo, supe que no debía darle explicaciones sobre lo que sucediera en mi vida, total, él ya tenía una familia propia y aunque me doliera que pensara que yo era una idiota por regresar con James, mientras más recordaba a Cristina, más dejaba de importarme si lo seguía creyendo—. Igual, tú y yo no tenemos ni siquiera una amistad que nos una.
—Pero Bella, ese tipo es un mentiroso, un patán... ¿cómo puedes volver a caer en su trampa? ¿Cómo puedes pensar que cambiará?
—Después de conocerte comprobé que todos son iguales —repliqué molesta—. Debo irme, ojalá este si sea nuestro último encuentro, adiós.
Me giré con rapidez sobre mis talones y seguí caminando. No me pidió que me quedara ni nada, por lo que vi mucho su interés. Me sentía mal, triste por darme cuenta de la gran verdad y por analizar el peso de mis palabras. Me encantaba Alex, ya no podía negarme a mí misma, la gran atracción que me inspiraba, el poderoso sentimiento que nacía y se esparcía por mi cuerpo cada vez que lo tenía cerca; pero no podía hacerle caso a mi corazón, la última vez que lo había hecho, había salido perdiendo y mucho.
No me detuve, no me giré y cerré mis ojos con rabia porque confirmé que él era igual que todos y que ni siquiera valía la pena hacerlo. Mis pasos eran rápidos, estaba preocupada por llegar a mi trabajo, me estaba tardando y no había rastro de un taxi.
Llevaba ya algunos pasos al frente cuando de pronto, sentí unas manos en mi cintura y una respiración latente en mi nuca que nuevamente me causó una sensación cálida y a la vez estremecedora; mi corazón latió deprisa y las mariposas revolotearon en mi interior.
—Estás hermosa, mi Bella —dijo al oído con voz tan tierna que tuve que sostenerme bien al suelo para no irme volando al cielo.
Los vellos se me erizaron aún más, mis piernas temblaban, mi corazón estaba eufórico, mis mejillas calientes y seguramente color carmesí y unas ganas de perderme en su mirada empezaban a aflorar desde mis entrañas.
—Ese tipo no te merece, vales tanto que no mereces ser un juego.
Con cada palabra, mi respiración se entrecortaba más, mis piernas flaqueaban y la necesidad intensa de sentirlo más cerca acrecentaba.
—Sé que te gusto tanto como tú a mí —agregó en un susurro sensual y dulce; su aliento cálido acarició mi oreja y mi nuca, luego escuché cómo suspiró y agregó en tono más suave—: Me traes loco. Me encantas.
Tragué saliva con fuerza y cerré mis ojos, lo que sentía era tan evidente, que ya lo había notado.
—Tú... yo, yo... —balbuceé nerviosa y sonrojándome aún más, sabiendo que estaba enterado de la enorme atracción que me provocaba.
—¿Tú? Tú eres una princesa —dijo en un hilo de voz, me tomó por la cintura y me dio la vuelta logrando que quedáramos frente a frente—. La princesa de mis sueños.
Su respiración estaba agitada igual que la mía, nuestros rostros estaban separados por escasos centímetros y sentía su mirada recorriendo mi rostro. Buscaba mis ojos y los míos los suyos, hasta que se encontraron y como un destello que se enciende, nos conectamos mágicamente. Podía entender cada gesto, cada movimiento y cada línea de sus labios que intentaban gritar lo mucho que deseaban que sucediera.
—Alex... —traté de decir entre sollozos agudos.
—Shh... —murmuró con lentitud y miró mis ojos con mucho detenimiento—. Déjame mostrarte algo.
Sin mediar más palabras, unió su frente a la mía y de inmediato sentí sus labios delgados posarse sobre los míos con delicadeza; sin prisas y sin fuerzas; sin tristezas ni problemas. Todo se olvidó, solo estábamos él, mi bebé y yo, solo nosotros.
Sus ojos se cerraron, se veía tan inocente, tan lleno de emoción. Mis ojos y mis labios se dejaron llevar, uniéndonos en un beso tierno y dulce; un beso como quizás nunca lo tuve. Su mano subió por mi rostro y lo acarició con ternura, luego rozó con la otra mi vientre y esbocé una pequeña sonrisa justo al mismo tiempo que él y sin despegar nuestros labios, abrimos los ojos para conectarnos en una mirada mágica.
—¡Coco! Te estaba buscando. ¿Dónde está Cuchi Cuchi? —irrumpió una voz horripilante que ya me era reconocida y me provocaba repudio solo de escucharla.
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