Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 37

Me separé al instante y retrocedí algunos pasos, entrecerré los ojos y le dediqué una mirada de desagrado y rabia. Las mariposas se desvanecieron poco a poco, volviéndose a dormir y dejándome sumida poco a poco en un oscuro agujero.

—¿Cuchi cuchi? —espeté molesta y me crucé de brazos—. Bonito nombre, supongo que la amas mucho porque te tiene hasta un hermoso apodo.

Alex me miró avergonzado y su rostro denotó mucha preocupación, suspiró con tristeza e intentó decir algo, pero de sus labios solo salían balbuceos inentendibles. Intentó acercarse, pero me alejé unos pasos más y lo miré enojada.

—¿Qué haces con esta tipa? —interrogó la bruja de Cristina totalmente fuera de sí, iba con cada paso, aproximándose y mirándome con actitud desafiante. Llevaba su cabello envuelto en una toalla y su cuerpo enseñaba un conjunto veraniego en tonos neón.

—Esta tipa tiene nombre —exclamé enojada e hice una mueca de disgusto apenas se posicionó al lado de su futuro esposo—. Me llamo Bella ¿recuerdas? ¿O es que no te cabe en tu pequeña y hueca cabeza?

—¡Cuchi cuchi, haz algo! —exigió al borde del llanto, claro, un llanto más falso que el viento de la Rosa de Guadalupe.

—No es necesario que hagas algo, querido Alex. Yo me largo de aquí; no tengo tiempo para estar discutiendo con un par de patéticos como ustedes, en especial contigo, Cuchi Cuchi —repuse y al final imité la voz chillona de Cristina.

—Eso, vete estúpida —dijo Cristina con sarcasmo y abrí mi boca, al girarme la encontré abrazando el torso de Alex y negué con la cabeza, con mi mirada puesta en los ojos de él.

Rápidamente él la separó y le dirigió una mirada reprobatoria.

—¡Discúlpate con Bella, no tienes derecho a hablarle así! —exclamó furioso.

—No necesito que me defiendas, es más, ni siquiera necesito sus disculpas, dicen que cada quien da lo que tiene y me queda claro que aquí la única estúpida es ella —espeté y sentí el calor subir por mis mejillas.

—Lárgate, Cristina, por favor —pidió en un gruñido cargado de enojo al ver que ella tomaba impulso para acercarse a mí. Se detuvo y soltó un gemido, luego negó con su cabeza, Coco empezó a aullar y Alex se entretuvo con él para calmarlo un poco, acariciando su hocico y sus orejas. En ese momento, Cristina me dirigió una sonrisa irónica y burlona.

Rodé los ojos y me giré. Dejé escapar el aire en un gran resoplido. Eso estaba siendo más duro de lo que parecía. Por dentro me estaba muriendo de los celos, de la rabia y de tristeza; y sí, ese había sido el mejor beso de toda mi vida, pero debía aceptar que Alex era un tonto más. Mordí mis labios y sacudí mi cabeza un poco, para olvidar aquel momento y sacarlo de mi mente. Miré mi reloj y un vacío se hizo espacio en mi estómago, iba demasiado tarde, tenía al menos cuarenta y cinco minutos de retraso; así que di un paso al frente y seguí mi camino, decidida a olvidar todo lo que estaba sucediendo a mi alrededor.

—¡Bella! —llamó Alex casi en tono de súplica—. ¡Por favor, no te vayas! ¡Hablemos!

Rodé los ojos y resoplé. ¿Qué se suponía que quería que hiciera? ¿Que fuera y les diera la bendición? ¿Que los aplaudiera por ser la pareja del año? ¿Que le pidiera disculpas a Cristina por recibir con gusto el beso que él mismo provocó?

—¿Cuchi cuchi, a dónde vas? —cuestionó su prometida en un chillido, pero no me importó nada de lo que estaba pasando—. ¡Alex, exijo que vengas! ¡Te lo exigo por nuestro hijo!

—Bella, no te vayas,..

Hice caso omiso a su llamado, no iba a caer tan bajo, contuve las ganas de llorar y me hice la fuerte, no podía derrumbarme por él. Solo escuchaba unos lloriqueos y algunas palabras que no lograba entender ni me importaba hacerlo, al parecer estaban discutiendo y Cristina lloraba o fingía porque esos sollozos eran más falsos que perfume de imitación. Apuré el paso y tomé la vuelta para perderlos de vista, hasta que de pronto una figura contorneada apareció corriendo a mi lado.

—¡Bella! —repitió entre jadeos y comenzó a trotar de espaldas para verme mejor—. Ese beso fue lo mejor que pudo...

No escuché lo que siguió después porque comencé a tararear una canción inventada, no quería caer en sus mentiras, en sus falsas promesas y falsos sentimientos. A medida que caminábamos por la larga acera, él no dejaba de observarme, pero yo intentaba no mirarlo. No quería hacerlo, sabía la debilidad que me provocaba y no quería que gracias a esa atracción fuerte que de mi cuerpo emanaba, volviera a caer en su juego.

—¿A dónde vas? —cuestionó mientras caminaba frente a mí y trataba de impedirme el paso, moviéndose al mismo tiempo que yo.

—¿Desde cuándo te tengo que dar explicaciones de mi vida? —mascullé molesta deteniéndome en seco y frente a él. Nuestras miradas se encontraron y la fuerza magnética empezó a hacer de las suyas. No podía dejar de mirarlo, no podía separarme, sin embargo, luché contra ella y de la forma más punzante y desdeñosa agregué—: No soy nada tuyo ¿lo recuerdas?

Bajó la mirada con tristeza y movió su boca un poco. Se quedó en silencio y dejó escapar un gemido de dolor ante mis palabras, porque al parecer lo habían herido. De repente Coco llegó corriendo y empezó a ladrar de una manera juguetona, mientras corría a nuestro alrededor dando vueltas como uniéndonos con un hilo imaginario.

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