Podía sentir los latidos de mi corazón resonar en mis oídos como un bombeo rápido y descontrolado, mis labios ligeramente abiertos dejaron salir el aire acumulado en mis pulmones y por el micrófono se escuchó mi respiración entrecortada y un pitido ensordecedor.
—Señorita Bella, por favor —insistió el profesor Collins en un gruñido disfrazado con una risita nerviosa.
Tragué saliva y dirigí mi vista hacia el público otra vez, pero, aunque intenté enfocarme en la multitud, mis ojos se posaron en esos rostros sonrientes y llenos de emoción y en esa pancarta preciosa donde rezaba mi nombre al lado de un poderoso: creemos en ti, y que levantaban con orgullo y fervor a pesar de la mirada irritada de quienes estaban detrás y no podían ver con claridad.
—Señorita… —gruñó impaciente el profesor y su voz sonó más cerca, me giré un poco y fue cuando noté que estaba a mi lado balanceando su cuerpo apoyado en sus pies, como si intentara controlarse para no arrebatar el micrófono de mi mano.
Por eso, antes de que realmente lo hiciera, tomé una gran bocanada de aire y busqué toda la fuerza que había dentro y empoderar cada milímetro de mi cuerpo con toda la fuerza de mi corazón. Volví a mirar hacia el público y esta vez, me concentré en cada uno de los rostros presentes y esbocé una leve sonrisa, esa noche una verdad saldría a la luz.
En los segundos posteriores mis nervios fueron disminuyendo poco a poco, hasta llegar a un punto bastante soportable y moderado; los latidos de mi corazón comenzaron a bajar su intensidad e impuse fuerza a mis piernas para evitar que siguieran temblando. Levanté mi mentón un poco y acomodé con mi mano izquierda el micrófono para que se posicionara cerca de mi boca y el sonido saliera más pronunciado, porque sí, quería que todos escucharan claramente lo que estaba a punto de decir.
—Buenas noches —dije intentando ser seria y formal, aunque a pesar de todos mis esfuerzos, mi voz sonó algo quebrada y hasta dejé escapar una desafinación horrible que hizo reír a la gente por mi torpeza. Abrí la carpeta y leí el título, pero como por acción involuntaria de mi corazón, mis manos volvieron a cerrarla; Mario Antonio mantenía el ceño fruncido al notar lo que había hecho e incluso pude ver cómo dejó escapar un pequeño bufido. Intenté no darle tanta importancia y carraspeé un poco para aclarar mi voz y de forma más grave y determinada agregué—: Mi nombre es Bella Graze, estudiante de último año en la Licenciatura de Ciencias de la Comunicación.
El silencio se hizo de pronto y lo agradecí porque mi en mi mente empezó a disiparse esa neblina que antes había tapado mis pensamientos y la claridad volvía a cubrir poco a poco mis sentidos. De pronto vi que la puerta principal se abrió un poco y por ella entró una silueta conocida y me dedicó una sonrisa antes de caminar entre las filas de sillas y abrirse paso entre las personas, lo seguí con la mirada hasta que se sentó al lado de Angie, en la única silla vacía; todo parecía planeado.
—Esta noche, más que exponer, quisiera revelar una gran verdad —declaré con firmeza y seriedad mientras el nerviosismo recorría mis venas. Me atreví a mirar otra vez hacia donde estaban esas personas tan especiales en mi vida y noté el ceño fruncido de cada uno de ellos, obviamente Alex estaba más sorprendido que todos porque el tema que me había ayudado a planificar era uno muy distinto a las palabras que empezaban a salir de mis labios—. Hace dos años una noticia desgarradora nos estremeció a todos. —Suspiré y tragué saliva, el silencio se hizo al compás de mis palabras, ese era el punto débil de la gente: la curiosidad—. Una noche fría, una pareja iba en un auto, el chico conducía; chocaron y el desenlace fue trágico para la chica y el bebé que llevaba en su vientre.
Intenté despejar mi mente porque ese recuerdo doloroso de la tarde lluviosa en que Matt me había contado con tantos detalles empezaba a adueñarse de mis pensamientos y el dolor en mi corazón se despertaba. Miré hacia mi jefe y amigo y noté que mantenía su cabeza agachada y limpiaba sus lágrimas con disimulo, para él era más difícil que para todos, pero era hora de revelar la verdad y ayudarlo a sobrellevar tanto dolor.
—Conclusión final: el chico la mató, aceleró el auto para que chocaran y así ella muriera, un cruel y malvado plan causado por la envidia del premio de un concurso llamado Pan para todos —agregué leyendo el informe de uno de los periódicos locales que llevaba en la carpeta—, esa es la versión que estuvo impresa en periódicos y revistas, y fue transmitida en noticieros, emisoras y redes sociales. Ustedes dirán que, hasta este punto, todo es correcto, ¿cierto? después de todo, los medios de comunicación no mienten. —Dejé salir un suspiro sarcástico y escuché algunos murmullos—. Hoy, a dos años de esa conclusión, quisiera formular una pregunta a cada uno de ustedes: ¿creen ustedes que alguna vez se investigó a fondo para llegar a esa teoría?
—Lo que nadie sabía o pocos lo supieron, fue que, minutos antes del accidente, esta chica acudió a una cita médica ginecológica de control de embarazo, un momento emocionante para ella y su pareja, un instante que, si el plan hubiese sido acabar con ella, jamás él hubiera accedido a ir con ella pare evitar testigos o indicios. Y el detalle que casi todo el mundo desconoce es que, en esa cita, le fueron entregados los resultados de unos exámenes y hago énfasis en este punto porque ningún medio impreso, radial o televisivo o digital lo menciona.
—Seguramente no era un detalle importante —refutó alguien del público con osadía.
Sonreí de forma forzada e hice caso omiso, porque la parte más importante estaba por llegar:
—La doctora Alicia Stephens cita: Eran una pareja memorable, siempre tan felices y enamorados; siempre tan ansiosos por conocer a su pequeño Matthew. Esa noche los resultados de esos exámenes dieron un giro radical a sus vidas, la chica estaba enferma. Leucemia etapa cuatro. —Al leer esas palabras de forma textual y precisas como habían sido descritas por la ginecóloga tan solo cuatro días atrás, un fuerte sonido de impresión resonó desde la multitud—. La ginecóloga también cuenta que llamó para avisarles, no sabía que aún iban en camino; “fue una llamada corta, fugaz y difícil, pero en todo momento les supliqué calma y sosiego; ella cerró rápido y me quedé con un dolor angustiante en el pecho. Los detalles siguientes no los sé, al día siguiente fui notificada de su fallecimiento a causa de un accidente de tránsito” —respiré con profundidad e intenté controlarme, porque cada vez que pensaba en ese acontecimiento tan doloroso, mi corazón se tornaba sensible y mis ojos ardían conteniendo las lágrimas—. La doctora Stephens no se negó a contarme lo que sabía, esos detalles que, aunque para algunos resulten irrelevantes, tienen las raíces de esta verdad; y asimismo contó que los medios de comunicación, jamás intentaron comunicarse con ella, aunque ahora estoy completamente segura de que quizás ni siquiera se tomaron el tiempo para investigar los sucesos antes de ese choque contra el muro de la avenida Los Milagros.
Miré hacia mi novio y mi jefe y mi corazón latió de prisa, cuando los vi limpiando las lágrimas incontrolables que bajaban por sus mejillas, al mismo tiempo que me dedicaban una sonrisa tierna y orgullosa. Tragué saliva y escuché cómo pasó de forma violenta por mi garganta, porque había un nombre atorado en ese conducto que estaba a punto de salir y sabía que pondría el punto decisivo a mi exposición, pero más aún, cambiaría la opinión de toda esa gente, acerca de esa noche fría y trágica.
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