Esta noche, cuando vio la ropa de cama debajo su cama, le dio un ataque de dolor de cabeza. No podía deshacerse de esa persona. No sabía si era porque se volvió más sinvergüenza después de perder la memoria, o él sabía que ella no le echaría, sus actos eran cada vez más inescrupulosos e irrazonables. Hizo todo lo posible para quedarse todas las noches en su habitación, para él era feliz incluso si dormía en el suelo.
-Denisita, déjame calentar los pies.-
Esa persona, como todas las noches anteriores, subió a su cama y quiso calentar sus pies.
No importaba cómo le negaba con frialdad, él lo hacía sin hacerle caso.
Mantuvo la expresión fría y dejó a la persona que estaba al final de la cama que calentara sus pies como siempre, no porque no se negó, sino porque resultaba que esta persona se volvió más persistente después de haber olvidado todo.
De todos modos, no importaba cómo se negaba, o cómo le soltaba palabras malsonantes, al final, ella no podía escapar de sus manos que sostenía sus pies y los ponían sobre sus rodillas.
Miró la cabeza del hombre, que la tenía agachada, y uno o dos mechones negras de su frente caían naturalmente cubriendo sus hermosas cejas, pero ese rostro, seguía haciendo cosas que ella no podía entender.
“Y si esta persona se recupera su memoria.” se dijo Denis en el interior, “si esta persona está despierta, podrá hablarle del pasado y del futuro.”
Pero ahora, él no se acordaba de nada en absoluto. Cuando ella quería enojarse con él, le miraba con un par de ojos perplejos y le seguía preguntando por qué se enojaba con él.
Cada vez que Denis se sentía enojada, no tenía a dónde y con quién enfadarse, y al final, solo podía dejarse llevar por sus actos sin saber qué hacer.
-Voy a trabajar mañana.-
-Pero…-
-El doctor Alfredo dijo que mi temperatura corporal ya ha vuelto a la normalidad.-
Movió su cuerpo y puso sus pies sobre las rodillas de él en una posición más cómoda. Aunque ella no la notó y siempre lo rechazaba, pero sus acciones lo demostraban todo. Poco a poco, aceptó en su corazón el costumbre de que le calentara los pies todas las noches.
Los hábitos eran muy horribles. Muchas personas habían desarrollado varios hábitos sin saberlo y después de acostumbrarlos, en un año, un mes o un día determinado, podía ser que se acabara de bajar del metro o que estuviera leyendo un libro e incluso haciendo algo insignificante, se sorprendería de repente, ¿desde cuando empezó este hábito?
Pero, al principio, muy pocas personas se daban cuenta de que su vida estaba cambiando de poco a poco por el hábito, que le invadía adentro en silencio.
-Vale.- respondió el hombre vagamente y bajó la cabeza.
Ella solo le dio una mirada sin importancia.
Sus pies estaban tibias, completamente diferente al frío de como siempre.
Esta noche, se durmió muy bien hasta el amanecer. Denis se despertó con buenas energías, completamente diferente al aspecto enfermizo de los días anteriores.
Se puso de pie y, como de costumbre, miró al suelo y descubrió que la persona que solía levantarse temprano cada día todavía estaba acostado.
No le despertó, se levantó y se bajó de la cama saliendo del dormitorio.
En la cocina, hirvió el agua, puso arroz en la olla e hizo gachas. Había estado comiendo fideo por demasiado tiempo, echaba mucho de menos a la sopa de arroz.
Se fue al baño, se lavó y se arregló.
Terminó de arreglar todo y regresó al dormitorio de nuevo, el hombre seguía durmiendo en el suelo.
El sabor de la cocina se extendió gradualmente y se llevó a la mesa del comedor una olla de gacha de arroz.
Pensó que deberá estar ya despierto después de tanto tiempo.
Se volvió involuntariamente hacia el dormitorio.
-Levántate.-
Se quedó de pie al lado del hombre sin ninguna expresión.
El hombre no se movió.
Ella ya contenía emociones complicadas hacia él y, en este momento, le gruñó.
-¡No soy yo!- su voz estaba temblando, -Es él, tiene fiebre a 41.2 grados.-
Telmo rugió en el otro lado, -¡Espera, voy con el doctor ahora mismo!-
El tiempo pasaba muy lento, el hombre se despertó por un rato y volvió a desmayarse.
Ella no sabía por qué estaba tan nerviosa. Él todavía estaba tumbado en el suelo y ella quería despertarle.
-Despierta, despierta, Joaquín, despierta, vete a dormir en la cama.-
El hombre hizo un sonido, pero no volvió a abrir los ojos. Tenía el ceño fruncido, deberá sentirse muy mal.
Ella miró y, sin dudarlo, abrió la manta que envolvía al hombre, se agachó, le cogió del brazo y le quiso llevar a la cama.
La estructura del cuerpo humano era realmente extraña. Cuando había un poco de conciencia, una mujer más o menos podía sostener a un hombre grande, pero si esta persona estaba medio dormido, todo el cuerpo era como un gran bloque de hierro que pesaba mucho.
La mujer apretó los dientes con fuerza. En su frente, no paraban de salir grandes gotas de sudor, le temblaban las piernas, pero sostenía al hombre desesperadamente. Casi agotó todas sus fuerzas y finalmente llevó a esta persona a la cama.
Esperaba ansiosa dando la vuelta en la habitación.
¿Por qué tan lentos, por qué todavía no habían llegado?
¿Por qué tardaban tanto?
Bajo esta ansiedad, Telmo finalmente llegó.
El doctor Alfredo entró en el dormitorio, ella y Telmo se quedaron a su lado.
-¡Qué fiebre! ¡Coged mi botiquín rápidamente!-
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