Vanesa agrandó los ojos bruscamente y se encontró con la mirada “maliciosa” de Dylan.
Esta lo fulminó con la mirada feroz e iba a morder su lengua cuando la invadía. Pero, Dylan parecía haber notado sus intenciones y rápidamente retiró su lengua, dejando a Vanesa dolorida por haber apretado sus dientes con fuerza.
Dylan se rio entre dientes y amenazó a Vanesa deslizando con el dedo sobre sus labios:
—Si me vuelves a morder, voy a hacer algo más “cruel” contigo, ¿eh?
—Si no me besas, no te morderé.
—Imposible —Dylan dijo con una sonrisa y luego la besó de nuevo.
Aparentemente Vanesa parecía muy feroz, pero no se atrevió a morderlo de nuevo y se dejó llevar por los besos profundos de Dylan hasta el punto de que estaba absolutamente perdida.
—Acuéstate ya.
Al escuchar las palabras de Dylan, Vanesa lo miró, confusa y sorprendida.
—¿Desde cuándo eres tan amable conmigo?
Ella había pensado que este hombre aprovecharía la oportunidad para dormirse con ella en el lecho, pero resultó que le dejó dormir gentilmente sin otra intención.
—¿Estás decepcionada? Si es así, puedo satisfacerte.
—No, gracias.
Vanesa se puso tan asustada que inmediatamente cerró los ojos fingiendo dormirse.
A lo mejor fue por el cansancio o el efecto de los pastillas para la fiebre, dentro de poco ya concilió el sueño profundamente.
Dylan se sentó a su lado mirándola firmemente con los ojos llenos de afecto.
De repente, se encendió la pantalla del móvil de Vanesa, que Dylan lo había silenciado para no molestarla, en la que mostraba el nombre de “Orlando”.
La primera llamada se colgó automáticamente y Orlando volvió a llamar tantas veces hasta que se agotó la batería del móvil.
Dylan dibujó una leve sonrisa de burla.
—¡Maldita sea! —maldijo Orlando y tiró el móvil al oír que el móvil al que llamaba estaba apagado.
Cuando Melina salió con el café, se sorprendió al ver el rostro sombrío de Orlando.
No obstante, hizo como si no lo hubiera visto y se acercó a Orlando de manera encantadora.
—Hice tu café favorito, pruébalo —dijo Melina con una dulce sonrisa y se sentó junta a Orlando.
Pero, este la miró con frialdad y no lo cogió.
—¿Qué te pasa? ¿Quién te ha enfadado? —Melina, manteniendo su sonrisa, le preguntó.
—No tiene nada que ver contigo —Orlando le replicó con frialdad, encendió un cigarrillo y se sentó en el sofá con los ojos entrecerrados.
Melina no se atrevía a hablar cuando Orlando estaba de mal humor. Se sentó obedientemente a su lado y se le acercó cuando vio que estaba menos furioso. Rozaba su pecho grande y suave contra el cuerpo de Orlando y le seducía con su dulce voz encantadora:
—Orlando, venga, no te enfades más. Juguemos juntos, ¿vale?
Dicho esto, volvió a insinuar a Orlando guiñando el ojo y Orlando la miró con los ojos entrecerrados.
De verdad, Melina se parecía un poco a Vanesa. Especialmente en este momento, Orlando sintió que eran exactamente iguales, parecía que tenía a su lado una Vanesa obediente.
En un instante se le quemó la sed del alma.
Orlando apagó el cigarrillo en el cenicero y tiró a Melina presionándola contra el sofá. Levantó su falda y la penetró entre sus muslos delicados de una manera tan salvaje tras quitar su braga de golpe.
—¡Ay! —Melina gimió con una voz dulce, tratando de despertar su sed al máximo.
Orlando, apretando los dientes, se volvía cada vez más salvaje con un ansia animal y desesperada. Y sus penetraciones se volvían cada vez más bruscas, tratando de entrar hacia sus entrañas.
—Orlando, Orlando... —Melina lo llamó por el nombre con emoción, pero Orlando apretó los dientes y no dijo nada.
Cuando estaban llegando al clímax, Orlando levantó la cabeza y gritó un nombre:
—¿Qué? ¿No lo sabe? La directora Vanesa se desmayó y se la llevaron al hospital.
—¿Cuál hospital? —Orlando preguntó, muy preocupado y ansioso.
—Esto... No lo sabemos —contestó el guardia de seguridad.
Orlando los regañó violentamente y volvió al coche para llamar a Felipe.
—¿Vanesa no te ha llamado? —Felipe le preguntó con dudas.
La mirada de Orlando se volvió más fría aún, sabiendo que Vanesa había mentido a propósito a Felipe para que él no se enterase de que estaba enferma.
Él contestó a Felipe, aguantando su ira:
—Vanesa me lo dijo, pero había mucho ruido en aquel momento y no lo oí bien. Cuando la volví a llamar, su móvil ya estaba apagado. Papá, ¿me lo puedes repetir?
Felipe no lo dudó y le dijo el nombre del hospital y el número de la sala.
—Bueno, hasta luego, papá. Voy al hospital a cuidar a Vanesa.
—Vale, conduce despacio.
Después de colgar el teléfono, Orlando, de mal humor, partió para el hospital donde estaba Vanesa.
Al escuchar que alguien estaba llamando a la puerta, Dylan se acercó para abrir la puerta.
—Vanesa... ¿Dylan?
Orlando había pensando que fue Vanesa quien abrió la puerta, por lo que, se quedó atónito al ver a Dylan.
Orlando frunció el ceño con muchas dudas.
«¿Desde cuándo se habría llevado tan bien con Vanesa, que la acompaña en el hospital a estas horas? No me digas que los dos…»
Pensando en esta posibilidad, Orlando apretó los puños y observó a Dylan con calma.
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