Dylan le dio la fiambrera a Vanesa y la llevó hasta el ascensor abrazando.
—Oye, tú...
Vanesa se quedó sorprendida al ver que Dylan le pulsó el botón del ascensor y la miraba sonriendo hasta que se cerró el ascensor. Vanesa apretó confusa la fiambrera, no entendía por qué Dylan la trataba tan bien.
Si lo suyo comenzó por una relación accidental y posteriormente pasó a ser un romance a escondidas. Estaba claro que no tendrían ningún futuro y, ¿por qué la trataba así de bien?
En ese momento, la puerta del ascensor abrió y Vanesa tuvo que salir con la fiambrera. Cuando llegó a la puerta de la habitación, dudó de dónde venían tantas fiambreras. ¿Dylan compró muchas fiambreras?
—¿Señorita Vanesa? ¿Qué hace en la puerta? Entre —dijo Samara con una sonrisa al abrir la puerta.
Vanesa dejó su duda a un lado y dijo sonriendo:
—Bueno, he traído el desayuno.
—No es necesario que vaya usted a comprarlo, puedo ir yo —habló Samara angustiada.
—Nada, está de camino a la empresa.
—No, no, que es muy cansado su trabajo —murmuró Samara.
Cuando Samara vio las notas de la fiambrera sintió que su señorita era muy considerada.
—Papá, mamá —saludó Vanesa y se sentó junto a la cama.
—¿Por qué vienes al hospital? Si Samara nos cuida, tranquila.
—Porque os echo de menos —dijo Vanesa sonriendo y cogió el cuenco que traía Samara—. Papá, abre la boca.
—Mi tontita, que no es necesario, me encuentro bien. Déjalo en la mesilla y ya lo tomaré. Por cierto, ¿has desayunado?
—Ya desayuné en casa, venga te ayudo a levantar.
Vanesa dejó el cuenco y ayudó a Felipe a sentarse con la ayuda de Samara. Luego, puso la mesilla y colocó el cuenco encima.
—No te quedes en el hospital, ve a la empresa. Llamé a Enrique esta mañana y te ayudará en la empresa. Como ya has aprendido un tiempo conmigo, es hora de estrenarte. ¡No te preocupes, que papá te apoyará!
Enrique Goya era el secretario de Felipe, era un hombre de treinta y tantos años, se graduó en una escuela de prestigio. Llevaba trabajado más de cinco años con Felipe y era muy confiable.
—Vale. No te preocupes, papá, que yo me encargo de la empresa.
Dado que iba a hacerse cargo de la empresa, Vanesa no podía llegar tarde en el primer día y se despidió de sus padres.
Inesperablemente, vio a Dylan a la salida.
—Tito, ¿no te has ido?
—Porque me preocupas.
Dylan sonreía suavemente, de modo que, Vanesa estaba desconcertada, pero su instinto le avisaba que era peligroso y tenía que alejarse.
—Ya soy muy mayor para que te preocupes. Por cierto, he traído tu fiambrera. No… habrías comprado muchas, ¿no? —preguntó Vanesa tras dudar.
—Bueno, son del restaurante. Pagas un depósito y te lo puedes llevar. Luego, lo puedes lavar y devolverlo.
—Vaya —Vanesa exhaló de alivio.
Ella no era capaz de imaginar la escena que Dylan hubiera comprado un montón de fiambreras.
Enrique guardó silencio y miró a Vanesa con preocupación.
—Señorita… directora Vanesa, muchos ánimos, que eres la esperanza de esta empresa.
—Lo haré —asintió Vanesa con una sonrisa.
No obstante, esa sonrisa desvaneció después de que Enrique se fue. Vanesa realmente se sentía insegura, porque estaba a cargo de miles de trabajadores de la empresa y no se podía relajar.
—Vanesa, tienes que superarlo, no puedes rendirte en el primer día. Tienes que afrontar con fuerza al grupo de accionistas.
A pesar de que Mercedes dijo que esas personas habían montado la empresa con su padre, que eran fiables, pero ella no sabía mucho de esto.
No obstante, Vanesa no era tan inocente y tenía claro que esos accionistas primarios eran los más complicados de tratar. Respiró hondo y tenía en mente que tenía que mantener la calma, porque era hija de su padre y no podía ser llevada por las accionistas en la primera presentación.
Después de preparar todo, Vanesa salió de la oficina y se dirigió a la junta.
—¿Estás lista? —Enrique frunció el ceño y preguntó preocupado.
—Sí —contestó Vanesa firmemente.
Enrique la animó con la mirada y le abrió la puerta.
Los accionistas ya estaban dentro discutiendo sobre la hostilización de Felipe y se detuvieron de repente al abrir la puerta. De modo que, enfocaron su mirada crítica a Vanesa, barriéndola con mucha sospecha y ella se tenía que obligarse al calmar.
Vanesa se mordió la punta de la lengua para tranquilizarse y saludó decentemente con una sonrisa:
—Buenos días a todos.
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