—¡Puta perra!
¡Paf!
Orlando le dio otra bofetada a Melina, pero su expresión seguía siendo sombría y aterradora. Claramente, no estaba conforme con dos bofetadas y arrastró a Melina tirando por sus pelos.
—¡Duele! ¡Orlando! Orlando, ¡suéltame!
Melina no supo lo que había hecho mal y mucho menos por qué Orlando estaba enfadado. Sus mejillas ardían por el dolor de esas dos bofetadas, que casi la dejaba inconsciente.
Los tirones que sufría su cuello cabelludo dolían tanto que parecía que iba a arrancar su piel en viva.
Orlando ignoró la resistencia de Melina y la tiró del pelo hasta llegar a su dormitorio de la planta de arriba.
—Duele, duele, Orlando. ¡Suéltame, por favor!
—¡Desnúdate!
Orlando arrojó a Melina ferozmente del tirón y ésta se cayó al suelo. Pero, él simplemente ordenó con frialdad.
—¿Qué?
Melina yacía en el suelo y miraba a Orlando con los ojos llorosos.
—¡Quítate la ropa! —gritó Orlando.
Melina no se atrevió a decir nada más y comenzó a desvestirse con las manos temblorosas.
Orlando se sentó en la cama y fumaba un cigarrillo al tiempo que miraba fríamente cómo se desnudaba Melina.
—Ven.
Melina se relajó tras desnudarse, porque quiso seducir a Orlando con su belleza para que no siguiera tan enfadado. Ella estaba muy orgullosa de su cuerpo, que era tan atractivo para todos los hombres, que ninguno resistiría ante ella.
Orlando también era un hombre y uno que había hecho miles de veces el amor con ella.
—Orlando —llamó Melina tímidamente.
Sus ojos aún estaban llorosos, la timidez en su mirada aumentaba su encanto erótico. Tenía la cara sonrojada y se mordía el labio apropósito para fingir ser una conejita inofensiva, que necesitaba ser protegida por el hombre.
Sin embargo, todo lo que hizo resultaba tan repugnante para Orlando, porque éste la consideraba como una puta descarada que lo había seducido.
«No fue mi error, sino la de esta puta que se pegó encima mía y me sedujo de forma descarada. ¡Era más puta que una prostituta!».
Orlando levantó los labios con frialdad, ya tenía pensado cómo vengarse y torturar a esta mujer. Como había hecho todo lo posible para seducirlo, tendría que sufrir el castigo por ser una puta sinvergüenza.
—Orlando.
La dulce voz de Melina ya era suficientemente seductora y le encantaba mostrar su encanto.
Orlando sonrió suavemente para que Melina pensara que su estrategia había tenido éxito y lo sedujera más aún de la alegría.
—Orlando, venga...
Vaya, Melina era una puta perra tan sinvergüenza, que ya estaba acariciándose el cuerpo con la mano de Orlando, antes de que éste hiciera algo. Además, mostraba una expresión de gran disfrute y gemidos encantadores, era una perra descarada que lo intentaba seducir para follarla. ¡Fue ella la culpable!
Melina trabajaba duro para complacer a Orlando e intentaba estimular su deseo sexual, pero no sabía qué tipos de castigos le esperaba.
Ella miró a Orlando en secreto, pero vio que éste entrecerró los ojos sin reaccionar. De modo que, apretó los dientes y directamente se sentó encima de él. Abrazaba a Orlando con sus delicados y blanquecinos brazos y rozaba sobre su pecho constantemente.
Al instante, la fascinación de Melina fue reemplazada por la distorsión y su cuerpo luchaba frenéticamente. Quería alejarse de Orlando y ser liberada de este infierno.
La colilla del cigarrillo fue presionada directamente contra Melina y casi se derrumbaba por el dolor ardiente de su piel.
Melina rogaba desesperadamente, pero no obtuvo su salvación.
—Puta perra, ¿estás a gusto? ¿No lo disfrutaste ahora? Vaya, como quieres seducirme, te complaceré.
—Orlando, Orlando, por favor, suéltame. Por favor, suéltame, aunque sea porque te acompañé en tantas noches… —suplicaba Melina del dolor.
La parte quemada parecía perder conciencia, le dolía tanto que lloraba con mocos y ella se contraía de manera nerviosa.
«Duele mucho. ¿Por qué Orlando me trata así? ¿Por qué es tan cruel conmigo?».
Melina no sabía qué había hecho mal, solo amaba miserablemente a este hombre y quería que le perteneciera para siempre.
—¿Soltarte? Anda, ¿no te gusta mucho? —se burló Orlando.
Tiró la colilla de cigarrillo al suelo y sonrió mirando su obra de arte.
Las áreas quemadas estaban rotas y oscuras y el área circundante estaba hinchada. Hacía un gran contraste sobre su piel blanquecina y creaba una belleza extraña por el maltrato. Eso excitaba los nervios anormales de Orlando y se sintió tan contento, que quiso dejar más marcas de sadismo en su hermosa figura.
—Mi amor, ya que tanto quieres meterte en mi cama, estarías dispuesta a dejarme desahogar, ¿no?
—Buaaah...
En ese momento, Melina no se atrevió ni a mirar a Orlando, solo sentía temor hacia él, porque parecía un demonio en sus ojos. Solo quería escaparse de sus manos de inmediato, pero Melina ya estaba drogada por su amor hacia Orlando hasta los huesos y no era capaz de alejarse de este hombre.
Por lo que, solo pudo emitir leves sollozos durante mucho tiempo…
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