Escucho sus pasos al subir las escaleras.
Mis ojos se encuentran con los suyos azotando mi pecho, mientras él se queda en el umbral sonriéndome y susurra un "hola, Jess".
Viene de pantalones negros y camisa blanca entallada que se le ajusta a los bíceps, algunos mechones le caen por la cara ya que lo trae revuelto, como me gusta...
¡Santa madre!
¡¿Por qué no puede ser feo?!
— Hola, mis reinas. — dice dejándome sin aire.
— ¡Papi! — exclama Luz al verlo, salta de la cama haciéndome soltar un quejido que me descompone el rostro.
— ¡Cuidado, hija! — le dice Sebastián atajándola en el aire. — A mamá le duele.
— Lo siento. — murmura escondiéndose en el cuello de su padre.
— No llores, mi amor solo tienes que ser más cuidadosa.
Le habla con cariño mientras acaricia su espalda.
— Lo siento mami, yo no quería hacerte daño...— me mira con los ojos cargados en lágrimas y niego estirándole mis brazos.
Sebastián me la pasa con cuidado dejándola a mi lado, la abrazo y él rodea la cama para ganarse al otro lado.
— Me parece que alguien quiere unas costillitasss. — sonríe y comienza a atacar a nuestra hija con sus dedos en su barriguita.
— Mami ayuda, ayuda... — carcajea y yo comienzo a atacar su cuello.
— Mami.... mala. — apenas habla.
— Cuidado, no des patadas cariño. — le habla Sebastián sosteniendo sus piernas.
— Basta, basta porfis... quiero orinar. — la soltamos y sale corriendo al baño.
Nos quedamos mirando con Sebastián luego de que el silencio nos inunda.
— ¿Cómo estás Jess?
— Mejor ¿y tú?
— He tenido días mejores. — se encoge de hombros mientras se pone de pie alisando su camisa. — ¿Te gustó mi regalo?
Observa las flores y la caja de chocolate que yacen en mi mesita de noche.
— Si, gracias no te hubieras molestado. — medio le sonrió.
Menea la cabeza acercándose a mí.
— Tú nunca será una molestia. —toma mi mano— Tengo algo que hablar contigo, pero supongo que no has comido nada, iré a traerte algo, no tardó.
Sale del cuarto dejándome con la duda.
¿Qué será lo que quiere hablar conmigo?
— ¿Y mi papá? ¡¿Se fue?! — dice Luz llegando al cuarto.
Los ojos se le abren asustada cuando entra cargando dos peluches, una manta y una burbuja.
— No cariño, fue a la cocina.
— ¡Jupi!
— ¡Luz cuidado con las escaleras! — exclamó cuando la veo salir corriendo. — ¡Sebastián ve a la niña!
— ¡Todo en orden, Jess! — responde dejándome tranquila.
Me quedo en la cama esperando que vuelva, no tengo mucho apetito solo tengo curiosidad por lo que me dirá, es poco usual en él.
— Volví, tarde un poco porque Luz no me soltaba. — dice después de cuarenta minutos.
— Lo noté. — respondí — ¿Qué es eso?
Señalo una pasta verde que trae en la bandeja con mi cena.
— Ah, es una pasta de mayonesa, pero tu madre la hizo de leche y le agrego aguacate. —se encoje de hombros— Cosas de madre.
— Vale. — cojo la bandeja y miro la comida, días atrás he comenzado a tener pensamientos poco sanos respecto a lo que tengo enfrente.
— Come, está bueno. — me anima Sebastián cogiendo una silla y deja una carpeta en su regazo.
Eso me llama la atención.
— Jess no te distraigas, come un poco, por favor. La doctora dijo que tenías anemia y el doctor anterior también, hablando de eso ¿Fuiste a recoger los exámenes?
Niego tomando un poco de galleta con pasta.
Me sabe amargo tragarlo y Sebastián lo nota cuando hago arcadas.
— ¿Qué pasa? ¿Está malo? — se pone de pie y me ayuda con la bandeja sacándola de mis piernas.
— No, no solo que no tengo mucha hambre. — niego cuando toma una rebanada de galleta y me la acerca a la boca. — De verdad no tengo hambre.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Besos de un infiel