Los rasgos faciales de Samuel eran impecables, como si hubieran sido esculpidos por el mismo Dios. Combinado con su aura fuerte e imponente, era una persona que la mayoría de la gente encontraría difícil de ignorar.
Natalia frunció los labios.
«Cuando conocí a Samuel, estaba usando esa máscara hiperrealista y tenía un aspecto por completo diferente al de ahora. Además, ya estoy protegida por mis gafas de sol, mi máscara y mi gorra. No hay forma de que me reconozca, ¿verdad?».
Cuando la mirada de Samuel la recorrió, ella continuó golpeando sus dedos de manera rítmica y mantuvo su mirada bajo las gafas de sol.
En cuanto recogió su café, se dio la vuelta para salir del establecimiento. Por desgracia, la lluvia había aumentado cuando llegó a la puerta.
Con la intención de esperar a que la lluvia amainara, buscó un asiento discreto en la esquina de la cafetería y se sentó.
Fue entonces cuando su teléfono comenzó a vibrar dentro de su bolso.
La voz de Franco, altiva pero adorable, sonó en el momento en que contestó la llamada.
-Mujer, la otra vez, mi Papi se interpuso en nuestro camino. En realidad, no es que te estuviera molestando. En realidad, es un misógino. Cuando una mujer se acerca a él, se pone muy temperamental.
Natalia se quedó sin palabras.
«Este niño es malísimo eligiendo el momento para quejarse de su padre. ¿Por qué escogió un momento en el que su padre está en el mismo café que yo? Si lo pongo en altavoz ahora mismo, Samuel de seguro lo castigará en casa».
-¿Por qué no hablas? ¿Ya se te olvidó quién soy?
-¿Cómo podría? Eres Franco.
-¿Por qué no me llamas Señor Franco? —cuestionó el chico.
—¿Quieres que te llame Señor Franco?
—Todos los demás tienen que llamarme Señor Franco, pero tú no tienes por qué hacerlo. Sólo a ti te concederé este privilegio. Las demás mujeres sólo pueden soñar con ello —afirmó Franco con fiereza.
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